II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lo que Jesús os diga
El panorama de nuestro mundo es bastante sombrío desde el punto social, moral,
político y económico y puede tener algún parecido, mutatis mutandis , con el de
aquel pueblo sumido en la calamidad más miserable, el del pueblo de Judá en la
época del destierro de Babilonia, en el siglo VI a.C. Y precisamente allí es donde se
sitúa la palabra de esperanza maravillosa que hoy resuena en el profeta Isaías (Is
62,1-5). Con aires de boda e imágenes apasionadas de amor y de abandono, el
profeta compone un poema excelso, a través del cual expresa el amor de Dios que
se dirige a su pueblo, como un esposo enamorado a su esposa abandonada y
abatida, para declararle el amor regenerador de la vida y de la esperanza. La
alegría del encuentro nupcial es el colofón del poema en el que Dios se desvela por
su pueblo con la aurora de la justicia y de la salvación que ilumina la tierra
devastada y abandonada, a través de un amor radiante de alegría que la ha
transformado en favorita y desposada. Y el cántico destila puro amor divino en la
frase final donde Dios mismo encuentra su alegría en el amor humano entre el
hombre y la mujer: “la alegría que encuentra el marido con su esposa, la
encontrará tu Dios contigo”.
También de boda y de apuros habla el evangelio de hoy, pues Juan cuenta lo que le
ocurrió a Jesús en la boda de Caná de Galilea (Jn 2, 1-11). Todos hemos oído
hablar de aquella boda, pero no siempre hemos prestado suficiente atención a su
mensaje. Para tratarse de una boda casi todo lo que ocurre es muy extraño.
Extraña, en principio, que unos novios no calculen el vino necesario para su fiesta
de boda, pero extraña más todavía que el maestresala, encargado del banquete, no
se diera cuenta de esta falta y tuviera que ser precisamente una invitada, María, la
que constatara la triste situación. Llama la atención que Jesús, siempre atento a las
necesidades del prójimo, responda a su madre con unas palabras que pueden sonar
a descortesía o falta de interés por resolver el problema: «¿Qué nos importa a mí y
a ti, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» Sorprende, por lo demás, que en el
lugar donde se celebraba la boda hubiera seis tinajas de piedra, de unos cien litros
cada una, destinadas a los ritos de purificación de los judíos. Seiscientos litros de
agua parecen demasiados para un lavado ritual. Reclama la atención del lector el
hecho de que Jesús mande sacar agua de las tinajas para que los sirvientes la
llevaran al maestresala, y que éste, al probarla, vea que se trata de vino de calidad.
Sin pararse a investigar más, el maestresala reprocha al novio el haber reservado
el vino de calidad para última hora. No sabía de qué iba la cosa... Y por último
sorprende sobremanera una boda en la que no se hace mención alguna de la novia.
Al terminar este relato, dice el evangelista: «Esto hizo Jesús como principio de las
señales en Caná de Galilea.»
Lo que aquí se narra no es tanto un aparatoso milagro cuanto «el principio de las
señales», el comienzo de algo nuevo y distinto que Jesús inauguraba y que el
evangelista expresa gráficamente como si se tratase de un hecho sucedido. Agua,
vino y boda son signo de otras realidades conocidas por los judíos. La religión de
Israel giraba en torno al agua. El agua era el medio para la purificación del pecado
cometido. El vino era un símbolo del amor entre los esposos: «Tu boca es vino
generoso» (Cant 7,10). La boda representa la alianza entre Dios y el pueblo. La
antigua alianza estaba basada en unas tablas de piedra, las tablas de la ley -de
piedra son también las tinajas-. La nueva alianza -la boda de Dios con el pueblo
que lidera Jesús- no se basa ya en la Ley, sino en el amor, vino que hace soñar otra
vida.
Destaca en el texto el diálogo de Jesús con su madre, centrado en la expresión de
María cuando muestra el protagonismo del Hijo y de su fidelidad total al Padre y a
la hora que éste ha previsto para comunicar su amor: “Lo que él os diga, eso
haced”. María no se impone por su autoridad de Madre a Jesús, sino que se
presenta como fiel discípula de Jesús; su actitud revela delicadeza, no exige un
milagro sino que, atenta a una situación difícil, la da a conocer. La expresión de
María no reviste el acento de imperativo (presente en la traducción más frecuente:
“Haced lo que él os diga”) sino que denota una eventualidad que s￳lo determina
Jesús. Esta expresión se encuentra en contexto de Alianza: Todo el pueblo
respondi￳ a una: “haremos todo cuanto el Se￱or ha dicho” (Ex 19,8). La expresi￳n
transparenta una completa obediencia a Dios. María representa el nuevo pueblo en
contexto de Alianza. María, la mujer -tipo del pueblo fiel- hace una profesión de fe
en la todopoderosa palabra de Jesús y le manifiesta una total disponibilidad. Y
realiza asimismo una función mediadora: igual que Moisés se situaba entre Dios y
el pueblo, ella se coloca entre Jesús y los discípulos.
Cuando Juan presenta este episodio como señal está destacando que se trata de
algo más que un hecho. La boda en Caná de Galilea es algo más que una
ceremonia, y que un banquete. En Caná, Jesús anunció al maestresala, dándole a
probar el vino, la sustitución definitiva del agua-ley por el vino-amor, de la Antigua
por la Nueva Alianza. La hora definitiva de esta sustitución tendría lugar en la cruz,
donde el vino-sangre de Jesús acabó para siempre con la Ley para instaurar el
amor como único y definitivo mandamiento. En su aparente inoportunidad, la boda
anuncia ya la hora de la verdad. La hora de la gloria es la hora de la
transformación, de la conversión y de la consumación. Del agua se saca un vino
delicioso. De las tinajas ritualistas de una religión aguada se saca el vino de la
alegría por una Alianza que es encuentro y fiesta. De la hora del desconcierto, de la
desesperanza y de la crisis, Dios puede sacar luz, esperanza y una nueva vida
basada en la solidaridad con los últimos, en el amor a los enemigos, en el perdón a
los arrepentidos. Basta dejar que la palabra de Jesús sea protagonista, como María
insinúa en este evangelio: “ Lo que él os diga”.
Pero la hora del amor consumado pasará por el sacrificio, donde la pasión y el dolor
se manifiestan como amor “a fondo perdido”, lleno de vida y de gloria. Es la hora
de la entrega hasta dar la vida por los otros, por el bien de los demás, a favor de
todos. Es la hora del amor apasionado y esa Pasión de Jesús es la boda de Dios con
la humanidad.
Pero el milagro de la transformación no puede hacerse realidad si no se oye, ni se
lee, si no se escucha ni se atiende la palabra del Evangelio, la palabra regeneradora
que tiene potencia para transformar verdaderamente la realidad humana, en el
ámbito personal y en el ámbito social, económico y político.
Lamentablemente en nuestra cultura se presta cada vez menos atención a esa
palabra de vida, contenida en la Biblia y especialmente en los Evangelios. Uno de
los dos grandes pilares de la cultura occidental es, sin duda alguna, la Biblia, la cual
ha impregnado con los valores de la revelación divina judía y cristiana las creencias
y matrices fundamentales de la visión del hombre, del mundo y de la historia en las
raíces de nuestros pueblos y sociedades occidentales. Paradójicamente, a pesar de
ello, la Biblia, el libro más leído, el más vendido, el más traducido a todas las
lenguas, el primero en ser impreso, no se estudia hoy por hoy ni en la universidad
española ni en la de Bolivia y empieza a ser un libro casi ignorado en nuestras
escuelas.
Para hacer lo que Jesús nos dice, primero hemos de saber qué es lo que nos dice.
Para afrontar toda situación de apuro y de crisis prestemos atención al evangelio,
que contiene criterios y valores que abren al horizonte de una nueva humanidad. Si
queremos vivir un verdadero año nuevo hagamos caso a la Madre de Jesús en el
Evangelio, que nos dice hoy lo que dijo entonces en aquella boda de Caná a la
gente que estaba en apuros: “Lo que él diga os diga, hacedlo”.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura