IV DOMINGO ORDINARIO, CICLO C
PROFETAS CON JESUS
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Jeremías 1, 4-5. 17-19: “Te consagré profeta de las naciones”
Salmo 70: “Señor, tú eres mi esperanza”
I Corintios 12, 31-13, 13: “Entre estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor; el amor es la
mayor de las tres”
San Lucas 4, 21-30: “Jesús, como Elías y Eliseo, no fue enviado tan sólo a los judíos”
Ahora lo han vencido las enfermedades y los años, pero aún tiene fuerza y valentía para seguir
animando a sus hermanos. Allá en la cañada en Betania, una de las comunidades más lejanas de
Ocosingo, arropada por la selva, sigue ejerciendo su labor de evangelización. No aceptó ser
diácono permanente por humildad y en búsqueda de una mayor libertad para expresar su
palabra en los momentos difíciles que ha atravesado la diócesis. Es uno de los pilares del “Pueblo
Creyente”, ese grupo de hombres y mujeres que se ha consolidado como la conciencia y la
defensa ante las injusticias, las mentiras y la marginación. Carlos ha sabido lo que es sufrir
persecuciones a causa del Evangelio, ha sabido también lo que es abrir cárceles dando libertad a
inocentes. Ha dado esperanza y seguridad a quienes se inician en los caminos del Reino. Con
mucha razón Carlos, indígena tseltal, ha sido elegido para compartir el pan y la palabra en la
misma mesa que el Papa Francisco en su próxima visita.
¿Es difícil seguir a Jesús? Cuando se le toma en serio es difícil pero hermoso ya que se comparte
su misma misión: ser profeta. El profeta es la conciencia crítica del pueblo, una conciencia crítica
no tanto en nombre de la razón, sino en nombre de la Palabra de Dios. Por eso, el profeta es un
hombre “no grato”; que desenmascara los fines ocultos y la complicidad con el mal. Denuncia
con firmeza los abusos del poder y toda forma de idolatría e injusticia, toda forma de
manipulación del nombre de Dios. A nuestra sociedad, y a todos, nos duele que se nos marquen
nuestros errores; quisiéramos acallar al profeta que es conciencia y preferimos adecuar los
principios morales a nuestras propias conveniencias. Pero el profeta toma sobre sus hombros la
responsabilidad de hablar en nombre de Dios sobre las realidades humanas. No es cierto que la
religión deba permanecer encerrada en los templos. La religión, la relación con Dios, debe ser
vivida siempre y en todo lugar y está a la base del comportamiento humano. Por eso la denuncia
profética es un acto apasionado de amor hacia los hombres y hacia Dios. ¡Ay del profeta que se
convierte en mercader de falsa felicidad y que adecúa el plan del Señor a sus propios planes
¿Un modelo de profeta? El mismo Jesús en la presentación que hoy nos hace San Lucas. En un
primer momento encontramos al Jesús reconocido y alabado por su propio pueblo. Sin embargo,
apenas Jesús formula su queja por la falta de fe de sus paisanos, a quienes explica por qué no
puede hacer milagros en su pueblo –“médico, cúrate a ti mismo” y “nadie es profeta en su
tierra”–, suscita las iras de los presentes, quienes de la admiración y el aplauso, pasan
rápidamente al deseo de lincharlo. A sus paisanos les hubiera gustado más una religión fácil con
muchos milagros, que curara a sus enfermos, y que no los pusiera en evidencia denunciando su
falta de fe, que no los comprometiera en el trabajo y en su misión: «Liberar a los oprimidos, abrir
los ojos a los ciegos, anunciar Buena Nueva a los pobres…». Por eso, cuando exclama: «Hoy
mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que ustedes acaban de oír», de la alabanza
pasan al rechazo, a los vituperios y hasta al intento de arrojarlo al barranco.
Jesús no los complace en sus pretensiones. El verdadero profeta no se deja acaparar, ni mucho
menos presionar para satisfacer a un auditorio interesado sólo en el espectáculo o en intereses
individuales, aunque sean los de la familia o los de su propio pueblo. Es el hombre de Dios, que
siempre ve más allá, es la Palabra del Dios escondido. Por eso, es el defensor de los oprimidos,
de los débiles, de los marginados; está siempre de su parte; es su voz, “la voz de quien no tiene
voz”. Ya Jeremías recorre este difícil camino: lucha contra una sociedad que no le hace caso. Es
una constante que acompaña a los auténticos profetas. Los falsos profetas, los que dicen lo que
la gente quiere oír y lo que halaga los oídos de los poderosos, prosperan. Pero los verdaderos
profetas resultan incómodos y provocan reacción en cuanto tocan temas que defienden la vida,
la justicia, la verdad y la verdadera liberación.
El profeta tiene que ser fiel al mensaje de Dios y también tiene que ser fiel al hombre concreto.
Es el hombre que “mira” a Dios y desde la mirada de Dios habla al pueblo. No expone una doctrina
facilona que todo lo pasa, que todo lo justifica; como tampoco se acomoda a una doctrina
fundamentalista que en nombre de Jesús defiende sus propios intereses, y esconde tras el rostro
del Crucificado sus graves miedos y las propias ambiciones de poder. El profeta habla de la vida
y habla con su vida.
Me impresiona el final de esta escena que nos describe a Jesús: “pasando en medio de ellos, se
alejó de allí”. Jesús, en medio del conflicto, es libre. No queda atado ni a su pueblo ni a falsos
intereses. Su “salida” ya está enmarcada en vistas a su propia Resurrección. El profeta aunque
sufre, es el hombre de la esperanza. La denuncia del mal no lo hace agrio e inhumano, sino que
mira adelante con gran fe. En los momentos más duros del pueblo de Israel (la deportación, el
exilio, el sufrimiento), las palabras del profeta son palabras de consolación. Denuncia la
infidelidad del pueblo; pero más fuerte anuncia la misericordia y la fidelidad de Dios, en quien se
funda sólidamente nuestra esperanza.
Aquí es donde debemos cuestionarnos seriamente si nosotros cristianos que seguimos a Jesús
somos verdaderamente profetas o hemos tomado una actitud acomodaticia sin ser fieles a la
Palabra, sometidos a la conveniencia y a los poderes mundanos. ¿Denunciamos el mal o
solamente somos criticones sin aportar esfuerzo y sin comprometernos en la construcción del
Reino? ¿Damos fortaleza y esperanza al pueblo? Por nuestro bautismo somos profetas con Jesús,
¿cómo lo vivimos?
Concédenos, Padre Misericordioso, ser fieles a tu Palabra, no acomodarnos ni acomodarla a las
circunstancias; amarte con todo el corazón y con el mismo amor, amar y comprometernos con
nuestros hermanos. Amén