II Domingo de Cuaresma, Ciclo C
“TU ROSTRO, SEÑOR”
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Génesis 15, 5-12. 17-18: “Dios hace una alianza con Abram”
Salmo 26: “El Se￱or es mi luz y mi salvaci￳n”
Filipenses 3, 17-4,1: “Cristo transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo
glorioso como el suyo”
Lucas 9, 28-36: “Mientras oraba su rostro cambi￳ de aspecto”
Con gran fervor se disponen a celebrar la fiesta del Señor de Esquipulas, devoción
venida desde Guatemala y enraizada fuertemente en el corazón chiapaneco. En
medio de su pobreza han dispuesto flores, cohetes, cortinas, flores y luce hermoso
el altar donde han puesto la imagen milagrosa del Crucificado… No han escatimado
esfuerzos y echan la casa por la ventana. El Cristo, con su rostro negro, parece
mirar a cada persona, ni￱o, ni￱a, mujer… Uno de los participantes me hace
notar: “Mira los rostros desnutridos de los ni￱os, mira los rostros demacrados de
las madres, mira los rostros de la pobreza, de la enfermedad, de la miseria… si
miráramos el rostro de Jesús en ellos, de otro modo los trataríamos. Si el fervor
que ponemos en venerar su imagen lo pusiéramos en cuidar y proteger a los
desamparados, Cristo estaría más contento… No es que esté mal la fiesta, sino
que la fiesta nos debe comprometer a descubrir el rostro de Jesús en cada uno de
los hermanos”.
Hay tantos rostros de Jesús que nosotros no descubrimos porque preferimos verlo
en una imagen o en una pintura. Esos rostros de Cristo cubiertos por la miseria y
la pobreza, son rostros del Jesús migrante que pide asilo y encuentra violaciones
e injusticia; son rostros de Jesús niño desnutrido, abandonado, vendido y
comprado; son rostros del Jesús obrero y campesino, saqueado, explotado… cada
hombre y mujer que sufre, que llora, que es despreciado son rostros de un Jesús
que quiere identificarse con ellos y que solicita nuestra cercanía y nuestra
misericordia.
Son rostros de Cristo que nos interpelan, que reclaman una presencia y que hoy
nos siguen cuestionando. Han pasado ya dos mil años desde que Cristo nos dejó
una tarea: “Lo que hagas con uno de estos peque￱os, a mí me lo haces”, y con
dolor debemos confesar que no hemos logrado “limpiar” ni “transfigurar” el rostro
de Jesús que sufre. Al contrario parecería que hemos ido ensuciando más ese
rostro con nuestra indiferencia, con nuestra falta de compromiso y con las
injusticias que a diario cometemos. Y cada día añadimos nuevos rostros que
urgen una transfiguración: el rostro de nuevos jóvenes destrozados por las
drogas; el rostro de mujeres asesinadas, despreciadas y minusvaloradas; el rostro
de indígenas despojados de su cultura, de su tierra, de su riqueza y de su
dignidad; el rostro del desempleado, el rostro del descartado, ni￱os, migrantes…
y muchos otros rostros en los que se desfigura el rostro de Jesús y nos exigen una
conversión.
Cada palabra del Evangelio de este día nos lanza a la transfiguración: “En aquel
tiempo, Jesús se hizo acompa￱ar de Pedro, Santiago y Juan”. Lo primero que
impresiona es que Jesús se hace acompañar. Igual que en aquel tiempo, hoy Cristo
quiere hacerse acompa￱ar. A lo primero que nos obligaría es a “acompa￱ar” a
esta fila interminable de hermanos en los que Cristo está sufriendo. No podemos
acostumbrarnos a mirar con indiferencia la pobreza ni el dolor. Nadie tiene derecho
a vivir una vida holgada cuando su hermano no la tiene a plenitud. Y muchas veces
no podremos hacer nada más que estar ahí, junto al que sufre.
“Y subi￳ a un monte para hacer oraci￳n”. El monte es la cercanía con Dios, es el
ponerse en presencia de Dios y mirar las cosas como Dios las ve, con “sus ojos y
su coraz￳n”. ¿Estará Dios contento con esta situación que estamos viviendo? ¿Qué
nos dice ante el dolor injusto de nuestros hermanos? Y esto hacerlo en momento
de oración, de diálogo y de confianza.
“Mientras oraba, su rostro cambi￳ de aspect”. La transfiguración sucede mientras
se está en oración, mientras se pone toda la vida frente al designio de Dios Padre.
No como un huir de la realidad, sino como un cuestionar la realidad frente a su
palabra y frente a su designio. Sólo en el diálogo con Dios podremos encontrar los
verdaderos caminos de la transfiguraci￳n. Porque transfigurar, no es “maquillar”
las situaciones, es cambiarlas de raíz, pues sólo cambiando el corazón del hombre
se transformará la sociedad.
“Estaban rendidos de sue￱o…sería bueno que nos quedáramos aquí”. Se debe
vencer la tentación del cansancio y del pesimismo, pero también se debe vencer
la tentación de la indiferencia y el egoísmo. No basta que yo esté bien. Así han
terminado muchos movimientos y causas justas, solamente en el bienestar de
unos cuantos, casi siempre sólo los líderes, y eso no es la plenitud del Reino de
Dios. No podemos hacer nuestras chozas aparte, no podemos olvidar el camino
de Jesús. Mientras Jesús se transfigura está hablando también de la muerte y de
lo que le espera en Jerusalén. Al igual que Jesús nosotros tenemos un camino que
pasa por el dolor, que pasa por la muerte y que pasa por el dar la vida por los
hermanos. Dar la vida en la cruz de cada día. La invitación a la cruz es un
escándalo, y Jesús invita a la superación de este escollo. La transfiguración
aparece así como un relámpago en medio de la oscuridad. En medio de la noche
de la cruz, la transfiguración presenta un esbozo de lo que espera a los seguidores
de Jesús: la tarea no termina en la cruz. Sino termina en la vida.
“Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo” Envueltos en la presencia de Dios,
simbolizada en la nube, reciben un mandato los discípulos: “ Escúchenlo ”. Es la
clave del relato: para estar en cercanía a Jesús no es necesario armar tiendas,
sino escucharlo, vivir de su palabra. La peregrinación no ha terminado, estamos
en camino aunque la transfiguración ilumine brevemente el escándalo de la cruz
anunciada. Cada uno de nosotros en marcha a nuestro éxodo en el cielo miramos
el monte, como Israel miraba el Sinaí en su éxodo. En ese monte, en la figura de
Jesús, en sus palabras, en su muerte y resurrección encontraremos el camino de
la transfiguración.
Cruz y resurrección, van tan de la mano, que se hace imposible separarlas. La
resurrección da un sentido nuevo y fructífero a una vida que quiere gastarse y
entregarse, como el fruto da sentido al entierro del grano. Pero también, la muerte
da un sentido nuevo a la resurrección, ¡el amor nunca se hace tan generoso como
cuando da la vida!, y Jesús no será un Mesías “allá en las nubes”, sino uno que
camina nuestros pasos, uno que pasó por la cruz y que se dirige a Jerusalén, tierra
de Pascua, y tierra que es punto de partida de la misi￳n”.
¿Cuál es nuestra tarea en esta cuaresma? ¿Cómo transfiguraremos el rostro de
Jesús que se nos presenta en cada uno de los hermanos? ¿Cómo será nuestra
propia transfiguración?
Padre Misericordioso, que nos mandaste escuchar a tu amado Hijo, alimenta
nuestra fe con tu palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu, para que
podamos alegrarnos en la contemplación de tu gloria y descubrir su rostro en
cada uno de los hermanos. Amén.