TERCER DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C
(Éxodo 3:1-8.13-15; I Corintios 10:1-6.10-12; Lucas 13:1-9)
Llegó la noticia como un shock. Nadie podría haberla esperar. El hombre de
cuarenta y siete años murió repentinamente de un infarto. Era padre de familia,
policía, y católico ferviente. Durante el día de su muerte tomó clases
preparándolo para el ministerio laical. Cuando regresó a casa, cayó muerto. El
suceso dejó a todos pensándose en la bondad de Dios. Se puede decir que era
un mal terrible. Las lecturas hoy tratan de males semejantes. De hecho,
forman un estudio del tema.
En el evangelio Jesús menciona la maldad que hizo Pilato a unos galileos. No da
los detalles pero dice Jesús que el procurador mandó matar a algunos inocentes.
En tiempo Jesús mismo sufrirá igual desgracia de parte de Pilato. Se llama este
tipo de mal “el mal moral” porque lo escoge el hombre líberamente.
Participamos en este mal cada vez que preferimos los bienes de la creación a los
modos del Creador. Si olvidamos la castidad por buscar la pornografía,
participamos en el mal moral.
A veces nos encontramos enredados en el mal estructural. Este tipo de mal se
arraiga en las leyes y costumbres del pueblo. Su gran alcance perjudica a
muchos. La ley permitiendo el aborto ejemplifica el mal estructural. Vemos otro
ejemplo en la primera lectura donde se habla de la opresión del pueblo Israel.
La ley del Faraón maltrata a los hebreos de modo que se hayan hecho en
esclavos de los egipcios.
Un tercer tipo de mal también se encuentra en el evangelio. Jesús refiere a la
caída de una torre que mató dieciocho personas. El mal físico ocurre sin la
cooperación humana. Se responsabiliza para la destrucción de los huracanes y
los terremotos tanto como la muerte de la gran mayoría de personas.
El mal existe como el castigo de parte de Dios por los pecados. Ciertamente no
es que toda persona experimente el mal según sus propios pecados. Pero por el
pecado humano el mal entró la historia y sigue persiguiéndonos hasta el día hoy.
No se puede evitar el mal. Aun Jesús, que nunca pecó, lo experimentó. De
hecho, él sufrió tanto como cualquier otra persona en la historia.
Aunque es difícil aguantar, el mal tiene un aspecto esperanzador. Nos mueve a
corregir nuestros vicios para que estemos en la paz con Dios. En el evangelio
Jesús ofrece esta alternativa. Dice que Dios nos ha prestado el tiempo para
arrepentirnos de nuestros pecados. Una vez que seamos reconciliados con Dios
el mal disminuye como amenaza. Sí, puede causarnos dolor pero sabemos que
no va a superarnos. Es como los insultos que echaron al canciller de Alemania,
Angela Merkel, por haber aceptado a refugiados de Siria. La acción ha
amenazado su popularidad entre la gente. Pero ella sabe que le complace a Dios
por ayudar a los necesitados. Esto es lo más importante: que está bien con
Dios.
Tan efectivo como sea el castigo para corregir los vicios, no es la única
herramienta que tiene Dios para reconciliarnos con Él. De hecho, hay otro
medio tanto más eficaz como más esperanzador. El domingo próximo vamos a
ver cómo Dios nos gana a Él con la misericordia. Hasta entonces que evitemos
el mal supremo, que es el alejamiento de Dios, por no pecar. Que evitemos el
pecado.
Padre Carmelo Mele, O.P.