Peregrinaje de la luz
Somos hijos de la luz. Odiamos las tinieblas. La oscuridad nos sobrecoge. Somos capaces
de descifrar los fantasmas de la noche. Son hechura de nuestra imaginación. O cercanos a la
sugestión. Miramos, soñamos, contemplamos. Pero hay unos rincones del alma que no
alcanzamos a vislumbrar. Se nos vuelven impenetrables o los ignoramos. Como tampoco
somos capaces de mirar el rostro humano en su intensidad y proyección.
Abrahám es invitado a mirar las estrellas. Su mirada debió haber sido penetrante y límpida.
Incluso las podía contar. Para lograr su objetivo tiene que salir de Sí. Dejar su comodidad,
la seguridad de su vida. La luz de las estrellas le llevará por caminos inéditos, le abrirá
horizontes nuevos dejando jirones en el camino. Y esa luz será la luminaria de su fe que
transformará su vida en peregrinaje permanente hacia lo desconocido.
Pablo nos invita a estrenar la nueva ciudadanía en la luz. Tiene su centro de irradiación: La
Cruz. Quienes la rechazan se cubren de sombras. Y quienes la siguen irradian, contagian,
aglutinan en fuego atizado por la esperanza. Es una luz que abre el corazón a los
sentimientos, a los afectos. A Pablo no le era tan fácil, pero se deja transforma por la Luz y
se hace hijo de la Luz avivando el calor de su amor en fraternidades eclesiales.
Jesús va camino de Jerusalén. Le espera la Cruz. Quiere desvelar a sus discípulos el
misterio de la luz. Mostrarles siquiera un destello de su divinidad. Sube a la montaña con
ellos. Pedro, sin entender, quiere quedarse en contemplación. Sería lo mejor para él. Pero
esta rendijita de luz que les viene como sorbos, será la prueba de fuerza que les alimentará
cuando el dolor desfigure en su totalidad, el rostro majestuoso de Jesús. Serán sus testigos.
Cochabamba 21.02.16
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com