COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires)
"Sim￳n, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondi￳: “Sí, Se￱or,
sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". Le
preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?".
Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo
quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero".
Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando
eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero
cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te
llevará a donde no quieras". De esta manera, indicaba con qué
muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le
dijo: "Sígueme".
Tercero de Pascua, Ciclo C
Evangelio según San Juan 21,1-19
Jesús Resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas
del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro,
Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los
hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo:
"Voy a pescar". Ellos le respondieron: “Vamos también
nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no
pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque
los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos,
¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". El les dijo:
"Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la
tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El
discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!".
Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que
era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros
discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces,
porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a
tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las
brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados
que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la
red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres
y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo:
"Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a
preguntarle: "¿Quién eres?", porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el
pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se
apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón
Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le
respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo:
"Apacienta mis corderos". Le volvió a decir por segunda vez:
¡FELIZ ENCUENTRO CON EL RESUCITADO!
Después de crucificado, muerto y resucitado, el Señor se
aparece a los apóstoles y a la comunidad de ese entonces,
mostrando de un modo único y original que Dios está presente;
que está vivo y no está muerto; que Él es el primero y el último,
el principio y el fin; que es el Señor de la vida y de la historia. Y
este hecho irrefutable -de que está vivo-, se manifiesta a través
de ciertas realidades.
La pesca milagrosa es asombrosa: pescadores avezados decían
que no pasaba nada, sin embargo le hicieron caso a Jesús:
tiraron la red y sacaron muchos peces, los contaron porque
estaban sorprendidos; el Señor les prepara la comida -pescado y
pan-; y después le pregunta a Pedro.
En el encuentro con el Señor Resucitado hay una transformación
entre el que es encontrado y el que lo encuentra: hay un
llamado y una misión que cumplir; hay un anuncio que se debe
llevar. Ser encontrados por Cristo, en algún momento de
nuestra vida, debe marcar toda nuestra vida en el pasado, en el
presente y en el futuro. Cristo no nos deja igual. Sería una
superficialidad, y una negación, no reconocer que el Señor nos
encontró, nos tocó, nos cambió y nos envió.
Que cada uno recuerde dónde apareció el Señor en su vida; que
no quede igual; que busque, encuentre y cumpla con su misión.
¡Feliz Pascua! ¡Feliz encuentro con el resucitado! ¡Feliz
entusiasmo en su apostolado! No sólo en la vida interior sino
también en el ámbito de las instituciones: familiares, sociales,
políticas, cívicas y eclesiales.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén