QUINTO DOMINGO DE PASCUA, CICLO C
(Hechos 14:21-27; Apocalipsis 21:1-5; Juan 13:31-33.34-35)
El joven era querido por todos. Tenía una risa que podría tirar a cualquier
persona de su tristeza. Hace dos semanas tuvo una convulsión que tomó su
vida. Otra persona, madre de dos muchachas, tenía adición alcohólica. Luchó
por años pero no podía superarla. Recientemente se encontró en su coche
muerta evidentemente por su propia mano. A otra mujer, una de noventa y
dos años, se le quebró la cadera. Se sometió a la cirugía, pero es muy posible
que muera sin recuperar fuerzas. El mundo es lleno de historias aún más
trágicas. Pero estas tres, recientemente pasadas, sirven como testimonio de la
tierra en que vivimos. Según la segunda lectura del Apocalipsis esta tierra
está desapareciendo.
Sin embargo, el libro del Apocalipsis tiene que ver más con el pasado que el
futuro. Se refiere a la persecución de los cristianos por el gobierno de Roma
durante el primer siglo. Exhorta a los fieles entonces que no dejen la fe in
Cristo. Les asegura que él vendrá para conquistar todas las fuerzas que les
acosan. De hecho, describe como una visión la derrota de Satanás y todos sus
compatriotas. Indica que, comparado con este compendio de malevolencia, el
imperio romano es no más formidable que una prostituta fea.
El pasaje que leemos hoy retrata el escenario después de la gran batalla. El
primer cielo que traía tantos huracanes devastadores no va a atormentar a la
gente más. La primera tierra, llena con traiciones pequeñas como nuestras
mentiras tanto como pretensiones distorsionadas como la de ISIS a establecer
una teocracia, ya no existe. El mar, que desde el principio ha sido el depósito
del mal, ha disipado. En su lugar hay el nuevo cielo que brilla con el sol de la
justicia y la nueva tierra que resuena con la paz de Cristo. La nueva Jerusalén
es la eternidad donde los fieles que no abandonaron a Cristo vivirán felices en
la compañía de los santos.
Se menciona en el evangelio la cualidad que se distingue la nueva Jerusalén de
todas las otras sociedades en la historia. El amor de Jesús vivido por todos los
ciudadanos hace la sociedad tan agradable como la familia alrededor de la
mesa festejando a su madre venerable. Este amor no es el amor con que
mimamos a nosotros mismos. Pues este tipo de amor debilitaría a los demás
aún más que los apoyaría. Ni es el amor con que tratamos a nuestros
enemigos. Casi siempre este género de amor lleva residuos de prejuicio y
resentimiento. El amor que caracteriza la nueva Jerusalén no rehúsa a
esforzarse por el bien del otro. Es la humildad de Jesús lavando los pies de
sus discípulos. Es el empeño del papa Francisco socorriendo a los refugiados.
Todos nosotros confrontamos problemas diariamente. Sea una situación
estresada en el trabajo, un familiar rencoroso en la casa, o la muerte de un ser
querido, no deberíamos perder la esperanza. Pues Cristo que ha superado
tentaciones aún más formidables está luchando con nosotros. Manteniéndonos
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en su amor, vamos a realizar la victoria sobre las dificultades. Manteniéndonos
en su amor Cristo, vamos a experimentar la nueva Jerusalén.
Padre Carmelo Mele, O.P.
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