Memoria de la Santa Trinidad
“El ser humano ha nacido para recordar”. Recordar es guardar en el corazón nuestra
historia. Es allí en donde remansa la vida, en donde nuestra identidad se remoza, se
rejuvenece. Sin memoria no hay ni raíz, ni principios fundantes, ni puntos de referencia, ni
capacidad reconstructiva de nuestra existencia. Una de las fallas de nuestras generaciones
actuales es que han hecho hasta lo imposible por borrar el casete de su memoria.
El Dios cristiano es el Dios de la memoria. ¡Guarda la memoria de sus promesas! Allí está
el secreto de su Amor, de su Alianza o pacto de salvación para la humanidad. Todo ser
humano tiene un pasado. Y para los creyentes “el pasado es como una lámpara situada en la
puerta del porvenir”. ¡Ah! Sin esa luz, corremos el riesgo de perdernos. A esa luz le
llamamos Espíritu Santo, memoria de la Santa Trinidad.
Jesús nos hace la gran Promesa del Espíritu. “Él les irá recordando todo”, nos dice. Y para
que no haya ninguna razón de esquivarlo o ignorarlo, lo graba en nuestros corazones como
llamarada, que el fuego no se ignora…se siente y deja huella, la herida de la pasión
acuciante del amor. Es el bautismo del Espíritu que marca, define y orienta nuestras
existencias como hitos le van definiendo a la humanidad su horizonte.
El Espíritu es un don gratuito. Es el don “sorprendente” de Dios. “Y ‘sorprendente’ en el
término cabal de la palabra significa de alguna manera, algo gratuito”. La palabra memoria
y la gratitud van unidas: Son el lenguaje del corazón. Lo primero que nos enseña el Espíritu
es a decir “gracias”. La Eucarística es “Acción de gracias”. La vida es la fiesta de la
gratitud: Sólo los creyentes saben celebrarla en sintonía de gratitud. Es obra del Espíritu.
Cochabamba 15.05.16
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com