VI DOMINGO DE PASCUA, Ciclo C
Hch 15, 1-2.22-29; Sal 66; Ap 21, 10-14. 22-23
Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le
amará; y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda
mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he
dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo,
que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo
que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el
mundo. No os sintáis turbados, y no os acobardéis. Ya me habéis oído decir: Me
voy y volveré a vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que me vaya al Padre,
porque el Padre es más grande que yo. Y esto os lo digo ahora, antes de que
suceda, para que cuando suceda creáis.
En nuestros días en la sociedad posmoderna que nos encontramos podemos
constatar una ausencia de los valores religiosos, también puede ser
consecuencia de poco celo, en algunos estratos de la vida de la Iglesia, como
también por la propuesta de un mundo neo pagano donde por premisa “Dios ha
muerto”. Ante esta realidad ciertos tipos de ideología se han volcado en reavivar
prácticas ancestrales y sobre todo animistas o aquellas que tienen que ver con la
naturaleza; y de esta manera se está reintroduciendo ciertas costumbres al
quehacer de la vida de este mundo moderno. Las raíces históricas no se pueden
negar ni cancelar, por ello Dios mismo es la expresión inigualable e irrepetible de
aquello que se puede llamar inculturación del Evangelio, porque el Dios ha
entrado en la historia y se ha hecho hombre (Jesucristo), pero no para quedarse
entre nosotros en un sentido de quedarse en la condición simplemente humana,
sino como dice San Agustín: “…el Dios se ha hecho hombre para que el hombre
pueda ser dios…”; es así que la vida sacramental que la Iglesia como depositaria
de las gracias de Dios, y de manera particular a través de la celebración de la
Santa Eucaristía, nos hace partícipes del Misterio Pascual de Cristo, somos
invitados al banquete de bodas y a unirnos a Cristo, para alabar al Dios que se
nos ha revelado; para ir por el mundo anunciando este amor que ha vencido a la
muerte, y hace del hombre que acoge esta Buena Noticia, una creación nueva, y
donde cada día es un día nuevo en Dios.
En los Hechos de los Apóstoles, aparecen las primeras tensiones que se viven
dentro de la comunidad cristiana, San Pablo lo expresa de la siguiente manera:
“…conforme a la costumbre…”; eso está significando que los judíos convertidos
al cristianismo pensaban y por eso imponían a los conversos a la vida cristiana,
sobre todo del paganismo o de la gentilidad, toda una iniciación judía para llegar
a la vida cristiana, esto es importante, porque la parábola del Evangelio, donde
Cristo dice que algunos son llamados a la primera hora a trabajar en el campo y
otros casi al final del día; pero ambos, tantos los primeros como los últimos,
reciben la misma paga, y cuál es esta paga: el don de la vida eterna. Esto
también nos pasa mucho a nosotros en la Iglesia Católica, el mundo actual ha
cambiado enormemente en sus praxis de vida, actitudes, etc., e incluso la
misma Iglesia desde el Concilio Vaticano II, se ha abierto a la misionalidad, pero
no entendida en el sentido de irse a la tierra de misión, donde no hay nadie,
todo es inhóspito; sino ahora entrar en diálogo con un hombre incrédulo,
increyente, que frontalmente rechaza todo aquello que hace presente a Dios;
entonces a este hombre que es producto de una sociedad pansexual-
tecnológica-pragmática, no se le puede decir que vaya a orar al Santísimo (no es
que este mal), o que rece el Rosario (no es que este mal), o que realice una
obra de misericordia; pero a este tipo de hombre lo que le va a calar en el
corazón es ver un testigo del Evangelio, que le llamará a la conversión; algo
semejante sucedía en los primeros tiempos de la vida cristiana, como hemos
dicho en líneas anteriores, donde los gentiles o paganos eran atraídos por el
anuncio del Evangelio, por el anuncio de la resurrección de Cristo, y se
encontraban con los judíos cristianos que les imponían los preceptos mosaicos,
que a su tiempo en la providencia divina, fue el medio de la historia de la
salvación, que Dios preparó como camino para la venida de su Hijo Jesucristo.
Cuando el autor sagrado dice: “…sin mandato nuestro nos ha perturbado con sus
palabras trastornando los ánimos…”, esta expresi￳n viene a consecuencia
cuando se imponen costumbres que muchas veces resultan anacrónicas al
tiempo actual, no porque no sean útiles, en este caso en el sentido de la historia
de la salvación bíblica, sino que resultan anacrónicas porque no se tiene en
cuenta a la persona a quien nos estamos dirigiendo; por eso San Pablo, en la
Carta a los Romanos lo dice muy expresamente: “…la ley era un pedagogo…”; y
de esta manera en la Iglesia todo bautizado puede anunciar el Evangelio, y es
importante y necesario porque estamos llamados a ir por el mundo siendo
Evangelios encarnados, vivientes; pero sí tenemos que tener muy en cuenta que
el instruir e iniciar en la fe a las personas, para eso sí se necesita un mandato de
la Iglesia; y de esta manera saber que lo que yo hago es según el querer de
Dios o no. Para vivir el Evangelio y encarnarlo en mi vida no se necesita el
mandato de la Iglesia, y por ello los ministros de la Iglesia primero son
preparados y después reciben una gracia especial, lo que llamamos el
sacramento del Orden; ya que vivir una vida conyugal sin recibir el sacramento
del matrimonio no expresa la gracia del amor conyugal; como la vida cristiana
no es un riqueza si no se nutre fundamentalmente de la celebración y recepción
de la Santa Eucaristía; por eso, cuando el autor sagrado dice: “…sin mandato
nuestro os han perturbado con sus palabras…”, dicho en palabras sencillas, es
un error enseñar y vivir un cristianismo a su manera, o como dice el Papa
Francisco en su última exhortación postsinodal Amoris Laetitia, en el número
2:”…invita a todos los ministros de la Iglesia y a los te￳logos a ser fieles a la
Iglesia en su ense￱anza…”, esto quiere decir, no trasmitir su pensamiento sino la
enseñanza y la doctrina de la Iglesia.
En el presente Evangelio, San Juan comienza diciendo: “…si alguno me ama
guardará mi palabra…”; pero debemos hacer una reflexi￳n ulterior a esta
expresión del hagiógrafo, y de manera existencial: ¿cómo el creyente no guarda
la Palabra de Dios?, ya en los primeros capítulos del Génesis tenemos la raíz de
porque el hombre no guarda la Palabra de Dios, que es como un mandato, y
más que un mandato, es una expresión de amor a Dios, y así tenemos que el
Génesis nos narra que cuando Dios le da el mandato a Adán y Eva de no comer
del fruto del árbol, ellos comen del fruto del bien y del mal; y aquí está la raíz de
porque el hombre no guarda la Palabra, que es el mismo Cristo; porque cada día
en el oído se tiene el susurro del demonio que dice: Dios limita, Dios no quiere
nuestra realización plenamente; y por ello el primer pecado, que le llamamos
original, es el pecado que es la exclusión de Dios de la vida del hombre, que se
expresa a través de la soberbia y de la autonomía que el hombre desea vivir, y
hace que muchas veces podamos ejercer el ministerio del Orden, estar casados
por la Iglesia o ejercer algún cargo en la Iglesia pero viviendo con un corazón
totalmente autónomo y soberbio ante el designio de Dios. San Juan en su
primera carta dirá: “…quien me ama guardará mi palabra…”, porque sabemos
que el amor que se recibe, es por que se acoge, pero el amor cuando no se
acoge, a lo mucho será parte del quehacer y del actuar de nuestra vida, pero no
será lo que realice mi vida, lo que va a expresar mi vida, y que se expresará en
el quehacer de mi vida, porque Cristo cuando dice que es uno con el Padre, lo
expresa concretamente en su vida, con sus palabras y a través de su quehacer;
por eso le dirá a Felipe: “…Felipe quien me ve a mí ve al Padre…”.
Cuando el evangelista dice: “…os dejo la paz, mi paz os doy, no os la doy como
la da el mundo…”, es importante profundizar en este punto porque a nivel social
cuando se habla de la paz se pone a nivel de acuerdos que se pactan y escriben,
y muchas veces llevan mucho tiempo para poder aceptar los contenidos del
acuerdo; pero la paz que Cristo da es un paz que es fruto de la Vida Nueva, de
la participación y de la acción del Espíritu del Resucitado en la vida del hombre,
por ello dice Cristo, cuando aparece por primera vez a los ap￳stoles: “…la paz
esté con vosotros…”; porque esta paz hace presente ya la participaci￳n de la
vida de santidad de Dios, pues el hombre, cuando ha incurrido en el pecado
original, no solamente se ha separado de Dios, sino que ha quedado privado de
la vida divina, y de esta manera, la paz es la garantía que en Cristo el hombre
recobra su condición primigenia; es así que esta paz es fruto de la acogida y de
la aceptaci￳n del Evangelio; ya dirá así San Juan: “…la obra del Padre es que
crean en Aquel que Él ha enviado…”. Así tenemos que cuando San Juan está
diciendo en el Evangelio que Cristo no da la paz como la da el mundo, está
refiriéndose que la paz de Cristo es expresión del hombre justificado, recreado
en las entrañas del amor misericordioso de Dios; la psicología tiene una
expresión que es el amor amical, pero esta expresión solamente indica un juego
de reglas entre las personas, pero no el amor de paz que Cristo da y hace
partícipe a todo cristiano. Así tenemos que nuestro Papa emérito Benedicto XVI
dice: “…La misi￳n de Cristo se realiz￳ en el amor. Encendi￳ en el mundo el fuego
de la caridad de Dios (cf. Lc 12, 49). El Amor es el que da la vida; por eso la
Iglesia es enviada a difundir en el mundo la caridad de Cristo, para que los
hombres y los pueblos "tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10)…”
(Benedicto XVI, Homilía en Aparecida VI Domingo de Pascua, 13 de mayo de
2007).
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar, reza por mí, que soy polvo.