SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
Hch 2, 1-11; Sal 103; 1Co 12, 3b-7.12-13; Jn
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, los discípulos tenían cerradas
las puertas del lugar donde se encontraban, pues tenían miedo a los judíos.
Entonces se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.»
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver
al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió,
también yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A
quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos».
En este domingo la Iglesia celebra el cumplimiento de las promesas de Dios
porque a través de la efusión del Espíritu Santo, todo hombre de cualquier
lengua, raza o nación, si es revestido del don de lo alto, del Paráclito, participa y
vive de la Nueva Creación que Cristo Nuestro Señor llevando a cumplimiento la
obra del Padre ha inaugurado para todo hombre. Por eso, es importante señalar
que esta Fiesta de Pentecostés no es una celebración donde recordamos una
acción de Dios, sino que es una celebración donde con un corazón agradecido
celebramos el que Dios al enviarnos el Espíritu nos adopta como sus hijos y
como el hijo pródigo nos hace pasar al banquete de su Reino, nos reviste de la
verdadera vestidura, y como dice el Evangelio: “… no seamos echados de la
boda…”. Alegrémonos de este Don de lo alto, donde Dios sin escatimar nada nos
hace partícipes de todas las gracias, de todos los dones y que la celebración de
esta Santa Eucaristía nos inflame de gratitud, de amor de Dios, y como Cristo en
nuestro corazón deseemos como dice el mismo Cristo: “…prender fuego…”, en el
amor de Dios.
En los Hechos de los Ap￳stoles, dice el autor sagrado: “…vino del cielo un ruido
semejante a una ráfaga de viento…”, es una manera de expresar que los
apóstoles han sido revestidos del Don del Espíritu Santo, que no es algo que ha
nacido de ellos, ellos están participando del Don de Cristo y de la promesa que
Cristo cuando estuvo entre ellos les dijo: “…se les enviará la fuerza de lo alto…”.
A estos hombres que en su tiempo se acobardaron ante la pasión de Cristo, que
incluso por salvar sus vidas lo negaron, lo traicionaron o lo vendieron; ahora
darán hasta la vida por esta Buena Noticia, y como dice San Pablo: “…el Espíritu
testifica dentro de nosotros que somos hijos de Dios…”. Esta es la fuerza de Dios
que a estos hombres, como ahora la Iglesia Católica, lleva a anunciar esta Buena
Noticia, y esta fuerza para anunciar como viene desde lo alto, es una noticia que
irrumpe en el quehacer de nuestra vida cotidiana; porque el hombre en el
cotidiano sin darse cuenta cae en una vida totalmente horizontal, pero este
anuncio que viene de lo alto, al hombre lo llena de una esperanza que lo vitaliza,
que le abre un horizonte a la eternidad; y es así que la vida no es un
continuismo, sino que la vida se trasforma en un encaminarse en medio de las
dificultades que se puedan encontrar, en un caminar hacia la eternidad con la
fuerza de lo alto.
En la carta a los Corintios, San Pablo con mucho énfasis dice lo siguiente:
“…nadie puede decir Jesús es el Se￱or si no es movido por el Espíritu Santo…”,
esta expresión de San Pablo se debe entender bien en el contexto en el cual él
se encuentra, pues sabemos que la ciudad de Corinto era una ciudad de gentiles,
gente idólatra que seguía las costumbres de sus ancestros; y por ello San Pablo
enfáticamente hace esta confesión, pues solamente alcanzados por el anuncio
del Evangelio, se convertían y confesaban a Cristo como el Señor. Pero,
debemos también decir que con mucha preocupación, en nuestros días en el
interno de la Iglesia, se habla de Cristo, pero también al mismo tiempo se nota
una ruptura entre lo que se dice y en la vida lo que se vive; o lo que decían
algunos te￳logos después del Concilio Vaticano II, en la década del ’70: “…se
aprecia entre los creyentes una dicotomía entre la fe y la vida…”, y esto con
mucha preocupación, cada día más se observa en el interno de la Iglesia, sin
distinguir entre ministros consagrados, religiosos y los que se llaman laicos
comprometidos. Si en nuestros días se da de una manera acelerada una
desacralización, una descristianización y un sentido de falta de fe en los
cristianos católicos, es porque las verdades del Evangelio no las vivimos con
autenticidad; y en esta Fiesta de Pentecostés, Dios viene a renovarnos en su
Alianza, para ser hijos en el Hijo, y como dice Jesucristo en el Evangelio:
“…Padre para que ellos sean uno como nosotros somos uno…”, pero también
debemos señalar y hacer eco de lo que nuestro Papa emérito Ratzinger en su
libro “Sal de la Tierra”, escribi￳: “…los ministros de la Iglesia si no son fieles a lo
que tienen que anunciar son como perros mudos…”; por ello esta Fiesta de
Pentecostés, no solo se nos renueva en la Alianza con Dios, sino también a
renovarnos en la elección que Él ha hecho sobre nuestra vida; al que ha
contraído matrimonio a renovarlo en la alianza sacramental del matrimonio,
como aquel que ha recibido el Orden sacerdotal, a renovarlo en esta gracia del
Orden, para que así como dice San Pablo, en el estado de vida en que vivamos,
en la gracia de Dios, podamos decir: “…Jesucristo es el Se￱or…”.
En el Himno de la Secuencia de Pentecostés que hoy día vamos a escuchar, en la
tercera estrofa hay algo muy significativo: “…mira el vacío del hombre, si tú
faltas dentro; mira el poder del pecado, cuando tú no envías tu aliento…”; esta
estrofa es importante porque sabemos que solamente Dios puede saciar el
corazón del hombre, pues si Dios no sacia el corazón del hombre, el hombre
comienza a buscar la manera de ser feliz, y por eso dice el salmista en el Salmo
80: “…Israel no quiso obedecer: los entregué a su coraz￳n obstinado para que
anduviesen según sus antojos…”; y esto es lo que hoy contemplamos en el
hombre posmoderno que vive bajo sus antojos y a eso le llama “libertad” e
incluso le llama derechos; cuando Dios nos ha llamado por amor a vivir en el
amor, y el amor no destruye, el amor no engaña, el amor engendra vida, el
amor tiene como fruto la paz; toda esta verdad y realidad sin la gracia que viene
de lo alto, sin la trasformación que el Espíritu Santo puede obrar en nuestra
vida: esto no es posible.
Con respecto al Evangelio, aparece Cristo en medio de sus discípulos y les dice:
“…paz a vosotros…”, esta expresi￳n escuchada en este contexto de la
celebración de Pentecostés nos hace decir categóricamente que la paz que viene
de Dios y que da Cristo es fruto de la Resurrección, fruto de la vida nueva, es
manifestación del Espíritu Santo en el creyente que ha acogido y vive como
templo de Dios. El mundo que hoy día se degrada, languidece, y en muchos
lugares agoniza, es porque esta paz está ausente, porque no ha llegado el
anuncio del Evangelio a esos lugares o como dice el Papa Francisco: “…hay que
salir a hacer bulla a las calles…”, esta paz que viene de Cristo: “… hay que
anunciarla…”, con la vida; si hay dos esposo que en medio de sus flaquezas y
debilidades están juntos después de 30 ó 40 años de matrimonio, no deben
tener miedo de testificar que es fruto de la paz de Cristo, donde pueden
perdonarse y amarse como son; o los mismos ministros de la Iglesia, si viven su
celibato y fidelidad con alegría deben comunicar y decirlo que es por la gracia de
Dios y la paz que Dios nos regala vivir; porque la vida cristiana es una
peregrinación de santidad hasta la vida eterna. La vida sin la gracia de Dios, cae
en un continuismo en todos sus estamentos, o sea la vida se vive sin ilusión
porque hay que vivirla y esto lleva indefectiblemente a la doble vida, y será
muy triste, sobre todo en aquellos que son sacerdotes o religiosas que vivan su
vida en un continuismo, donde está ausente la gracia de Dios y su Espíritu
Santo, es cuando el hombre como dice San Lucas: “…los ojos están cargados…”,
o como dirá San Pablo: “…el coraz￳n está embotado…”; pero en Cristo, en la
gracia del Espíritu Santo, Cristo dice en el Evangelio: “…venid a mí todos los que
están cansados y agobiados (…), porque mi yugo es suave y mi carga ligera…”.
La Fiesta de Pentecostés como dice el Evangelio, Cristo sopló sobre sus
apóstoles y recibieron el Espíritu Santo, nos hace presente que el cristiano está
llamado a no encerrarse en sí mismo, y así Pentecostés es signo de la apertura,
la Fiesta de Pentecostés nos hace presente el nuevo Sinaí, la Alianza Nueva;
donde Cristo aparece como Aquel a través de quien Dios realiza la Nueva
Creación; y así como Dios Creador con el soplo creó al hombre de barro, Cristo
aparece con el soplo del Espíritu Santo para que el hombre sea una Nueva
Creación. Abramos nuestro corazón de par en par como dijo en su primer
mensaje cuando fue elegido Papa nuestro actual santo San Juan Pablo II: “…no
tengamos miedo a que Cristo entre en nuestra vida…” y así participemos de la
nueva creaci￳n: “…cielo nuevo, tierra nueva…”.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar, reza por mí, que soy polvo.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar