LA FIESTA DE LA SANTISIMA TRINIDAD
EN EL AÑO 2016
Si quisiéramos ser críticos, podríamos hablar de tres clases de cristianos: los
partidarios de Dios Padre, que confían en su poder, en su grandeza, en su
omnipotencia y al mismo tiempo en su amor a los hombres, al grado de crear
este mundo maravilloso y darle al hombre poder para cuidar y cultivar este
mundo que es el teatro de los acontecimientos del hombre mismo.
Luego están los seguidores de Cristo, que confían en su obra salvadora, en su
cruz, en su sacrificio, en su Resurrección , en su entrega a todos los hombres,
en su mensaje de amor, en el que todos los hombres se sientan incluidos y en el
que señala el camino hacia la casa del Padre.
Y tenemos también los “fans” del Espíritu Santo, llenos de buenas obras, que
saben rezar muy bien, que se congregan en asambleas de oración y que han
traído como los grupos anteriores, mucho bien a la Iglesia, pues confían que el
Espíritu Santo obra el milagro de mantener unidos a los creyentes.
Alguien que viniera de fuera podría preguntarse: ¿todos adoran al mismo Dios?
¿No será que estamos hablando de dioses distintos? La pregunta es tentadora,
pero tendríamos que decir que efectivamente no se trata de tres dioses sino del
mismo Dios que se manifiesta no en la lejanía de los cielos, ni en el silencio de
los espacios celestiales, sino del Dios que hemos presentado como masculino,
pero que en la Biblia nos da idea de un Dios muy femenino por sus acciones,
pues puede amar a los hombres mejor de lo que podría hacerlo la mejor de las
madres.
Y así nos vemos metidos en el eterno problema que a San Agustín le costó
tantos años tratando de resolverlo y que se iría de este mundo sin la respuesta
en su conciencia: tres dioses o uno solo y tres personas. Sería muy ingenuo
pensar que nosotros vamos a aventajar a San Agustín, pero si podemos pensar
en tres corrientes, en tres vertientes, que van a verter sus aguas en la misma
laguna, hasta convertir sus aguas en una sola, o también como el café y el
azúcar mezclados en la leche hasta hacerla una sola cosa. No Podremos hablar
entonces de un Padre Dios aislado, que funda muchas de las barbaridades que
estamos viviendo, comenzando por la propia familia, donde con un espíritu
machista, se contempla al padre que puede hacer y deshacer a su antojo, pues
es representante de ese Dios creador y Señor de todas las cosas. Ni lo podemos
aislar del Hijo y del Espíritu Santo, pues estas dos personas son los brazos con
los cuales puede extender su amor hasta el último de los mortales. Nunca Cristo
el Hijo de Dios, aislado, porque faltaría el Padre con su paternidad y el Espíritu
Santo sin ese amor que sostiene íntimamente la unidad de las otras dos
personas. Y finalmente, nunca considerar al Espíritu Santo aislado del Padre y
del Hijo, pues el Espíritu de los dos es el que los une entrañablemente en un solo
amor. Sería de desear que más que entender a la Trinidad con nuestra cabeza,
pudiéramos comenzar a amarla con todo el corazón. Esa es la Trinidad, y a ella
deberá ir encaminada toda la devoción, todo el cariño y toda la fe de los
cristianos, pensando en aquél día en que todos los hombres, creyentes en un
solo Dios, puedan gozar, descansar y verse completos en un solo amor y por
toda la eternidad. Pero mientras ese momento llega, ¿no será llegado el
momento de establecer nuestra propia sociedad con un amor a todos los
hombres que excluya razas, colores, edades, continentes y partidos políticos,
sociales y económicos, hasta hacernos semejantes a ese amor que se vive ya en
el seno de la Santísima Trinidad? Si a los hombres nos han fallado nuestras
instituciones, nuestros inventos, nuestras comunicaciones y nuestros adelantos,
mientras la violencia se enseñorea en el mundo ¿por qué no pensar entonces en
el modelo que nos presenta la Santísima Trinidad, entrelazados todos los
hombres en el solo amor que nos muestra y al cual nos invita el Espíritu Santo
de Dios?
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
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