DOMINGO DE LA SANTISIMA TRINIDAD C
El Dios único
En Dios, está el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los tres están estrechamente unidos en el
amor. Juntos, ellos nos sostienen y nos guían hacia su Reino, país de plena alegría y
felicidad.
El misterio de la Santísima Trinidad que celebramos hoy no tiene nada de enigma para ser
descifrado. Él es una verdad que Jesús nos ha revelado y que estamos invitados a acoger
en la Fe y la Acción de Gracias.
Lectura del santo evangelio según san Juan 16, 12-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero
no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará
hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os
comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo
anunciará.
Reflexión Central:
Aquello que creemos de Dios
Celebramos este domingo la FIESTA DE LA SANTISIMA TRINIDAD.
Los cristianos creemos en un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La santísima Trinidad no tiene muchos fanáticos (o adeptos).
De entrada, para muchos es una entidad abstracta, misteriosa, difícil de entender. Otros
creen entenderla y dicen como aquella estudiante llamada Mari Paz del profesor
González, que es una más de las advocaciones de la Virgen María, así como San José es
Dios.
Y sin embargo la santa trinidad es el misterio más implicado con nuestra humanidad, está
en relación con nosotros tanto como la fiesta de Navidad o la fiesta de la Pascua.
Nuestros abuelos y demás personas mayores que nosotros, recuerdan quizás las
definiciones de Dios y la santísima Trinidad que se aprendían o se debían aprender de
memoria.
La pequeña Bernarda de Lourdes no era capaz de leer aquello que estaba escrito en su
libro de catecismo. Después de un largo rato de silencio y duda, ella termina diciendo:
“Dios es alguien que nos ama”. No tenía suerte, esa no era la respuesta que esperaba su
maestro de catequesis. Y, por lo tanto, fue ella, la más ignorante de Lourdes, quien ha
dado la mejor definición de Dios.
La Santísima Trinidad no es algo abstracto, algo que sólo pueden conocer los sabios o los
versados en teología; Dios es para todos, y desde un corazón sencillo y confiado se puede
llegar a Él, se puede vivir en Él, porque de esto se trata de vivir en Él; el saber no es más
que una vía para llegar a la vida. De nada serviría saber si no se viviera; de aquí que la
oración, que nos lleva al conocimiento de Dios, nos hace vivir y gustar de Dios mismo.
“Dios es alguien que nos ama”. Toda la Biblia nos hace descubrir precisamente este Dios
que es amor. Es todo lo contrario de las definiciones que escuchamos, leemos aquí y allá.
Algunas veces uno escucha decir: “Mi Dios te ha castigado”. No, Dios no es alguien que
castiga. Las desgracias y la infelicidad que golpean nuestro mundo o nuestras familias no
son un castigo de Dios. Hemos sido creados libres y responsables de nuestra vida, si no
somos razonables, es lógico y apenas normal que tengamos las consecuencias de nuestros
actos. Pero Dios está siempre ahí para recordarnos que, a pesar de nuestros pecados, El
continúa amándonos. Entonces nada puede impedirle de querernos salvar.
«Dios es alguien que nos ama». Esta intuición iluminada de la pequeña Bernarda de
Lourdes abarca toda la historia de Israel y es una realidad. Los hebreos han vivido primero
la experiencia de un Dios liberador (antes de creador) quien les ha hecho pasar de la tierra
de esclavitud a la tierra de liberación. Después él les ha dado su ley para conducirlos hacia
una liberación más espiritual. Ellos salieron de un ambiente pagano donde se adoraba
toda suerte de divinidades. Ellos descubren el Dios ÚNICO que hace una alianza con ellos.
Este Dios apasionado de amor se encoleriza cuando su pueblo (elegido) se aleja de El para
ir hacia su perdición. Pero cada vez, Él le envía profetas para suplicarle retornar a Él.
Con la venida de Jesús se inicia una nueva etapa entre ese Dios Padre y ese pueblo
elegido, así como con la humanidad entera. El comienza por hacernos ver que su Padre es
Nuestro padre.
Cuando Jesús se perdió durante tres días y que sus padres le hallaron este les dice: “no
sabían que debo estar en la casa de mi padre y de sus cosas me debo ocupar, y es allí que
debo estar”.
Jesús entonces pasara mucho tiempo orándole, a veces noches enteras. La mejor manera
de celebrar esta fiesta de hoy es asociándonos a esta oración del Hijo. Si Cristo ha venido
al mundo es precisamente para conducirnos hacia el padre. Él es el camino, la verdad y la
vida (Juan 14,6). Así nosotros estemos “empaquetados” (como nos decía un sabio
profesor de teología en el seminario) o sea en situación de pecado, Él está siempre
dispuesto a venir en nuestra búsqueda.
Jesús nos habla seguido (frecuentemente) de su Padre y el Espíritu Santo. Él menciona las
tres divinas personas cuando envía sus discípulos anunciar la Buena Noticia del Amor de
Dios por nosotros: “vayan por el mundo entero y anuncien la Buena Noticia a todas las
naciones, bautizando en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28,19).
Jesucristo nos presenta un Padre tierno, misericordioso, respetuoso de la libertad de sus
hijos, siempre presto a acoger y a perdonar.
En Jesús, el Hijo del Padre, Dios toma un rostro (una cara) humana, fraternal, cercana a
nosotros, un Dios “hermano”. Él es el pontífice (pontifex) el fabricante de puentes, aquel
que ha tendido el lazo de unión entre lo humano y lo divino por su Encarnación (esa es la
gran fiesta que celebramos en la noche de navidad). El amor de Dios se hace entonces
tangible, palpable, comprensible y en medida de ser imitado. Él es el Emmanuel, el Dios
con nosotros.
El Espíritu Santo se interioriza en nosotros, entra en nuestra intimidad, en la dimensión la
más profunda de nuestro ser. El Espíritu santo es Dios dentro de nosotros que nos guía,
nos enseña, nos invita a la acción, nos reconforta y nos fortalece. Él nos recrea (renueva,
vuelve a crearnos) constantemente y hace a su vez las cosas nuevas.
Cristo promete “estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (del tiempo)”.
Esta promesa es el origen y la razón de nuestra esperanza como creyentes. Dios nos
acompaña, nos sostiene y nos ilumina. Él nos ayuda a leer los acontecimientos y
a discernir (descubrir) su presencia en nuestras vidas. Esta presencia nos da la fuerza de
luchar contra el mal y actuar en consecuencia con fantasía, creatividad y originalidad
(genialidad): esto gracias a sus 7 dones.
Una de las características fundamentales de nuestro Dios es que Él no quiere que seamos
sus servidores sino sus amigos en una alianza eterna. “Yo no los llamo más servidores…Yo
los llamo mis amigos, puesto que todo lo que he oído de mi padre, yo se los he
comunicado” (Juan 15,15).
“Y he aquí que yo estoy a la puerta y llamo. Si alguien entiende mi voz y abre la puerta,
nosotros entraremos a su casa y nosotros fijaremos ahí nuestra morada” (Apocalipsis
3,20). Dios no fuerza jamás la puerta, El respeta la libertad que nos ha dado.
El misterio de la Trinidad es un poco como el secreto del sol. No logramos mirarlo de
frente ni a comprender su composición (aquello de que está hecho) ya que nos
enceguecería. Mas el sol ilumina todo lo que existe. La Trinidad queda siendo para
nosotros un misterio, pero ella ilumina nuestra existencia, le da un sentido a todo lo que
nos pasa, alimenta nuestra esperanza y llena nuestros vacíos y acompaña nuestra soledad.
Es esta presencia maravillosa de Dios en nuestras vidas que celebramos en esta grande
fiesta de la Trinidad.
Con María, nuestra madre del cielo y Reina del Universo, comprometámonos a amar, a
servir, a perdonar y en el olvido de sí mismos, construir con Jesús y su Espíritu la
civilización del amor.
P. GUSTAVO QUICENO J.
Bogotá-Colombia