Encuentros con la Palabra
Domingo X del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 7, 11-17)
“Dios ha venido a ayudar a su pueblo”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Alguna vez recibí la siguiente historia que me vino a la memoria al leer el texto que nos presenta
hoy el evangelio de san Lucas: “Un grupo de vendedores fue a una convenci￳n de ventas. Todos le
habían prometido a sus esposas que llegarían a tiempo para cenar el viernes por la noche. Sin
embargo, la convención terminó un poco tarde, y llegaron retrasados al aeropuerto. Entraron todos
con sus boletos y portafolios, corriendo por los pasillos. De repente, y sin quererlo, uno de los
vendedores tropezó con una mesa que tenía una canasta de manzanas. Las manzanas salieron
volando por todas partes. Sin detenerse, ni voltear para atrás, los vendedores siguieron corriendo, y
apenas alcanzaron a subirse al avión. Todos menos uno. Este se detuvo, respiró hondo, y
experimentó un sentimiento de compasión por la dueña del puesto de manzanas. Le dijo a sus
amigos que siguieran sin él y le pidió a uno de ellos que al llegar, llamara a su esposa y le explicara
que iba a llegar en un vuelo más tarde.
Luego se regresó a la terminal y se encontró con todas las manzanas tiradas por el suelo. Su
sorpresa fue enorme, al darse cuenta de que la dueña del puesto era una niña ciega. La encontró
llorando, con enormes lágrimas corriendo por sus mejillas. Tanteaba el piso, tratando, en vano, de
recoger las manzanas, mientras la multitud pasaba, vertiginosa, sin detenerse; sin importarle su
desdicha. El hombre se arrodilló con ella, juntó las manzanas, las metió a la canasta y le ayudó a
montar el puesto nuevamente. Mientras lo hacía, se dio cuenta de que muchas se habían golpeado
y estaban magulladas. Las tomó y las puso en otra canasta. Cuando terminó, sacó su cartera y le
dijo a la niña: "Toma, por favor, estos diez mil pesos por el daño que hicimos. ¿Estás bien?" Ella,
llorando, asintió con la cabeza. El continuó, diciéndole, "Espero no haber arruinado tu día".
Conforme el vendedor empezó a alejarse, la niña le gritó: "Señor..." Él se detuvo y volteó a mirar
esos ojos ciegos. Ella continuó: ¿Es usted Jesús...? Él se paró en seco y dio varias vueltas, antes
de dirigirse a abordar otro vuelo, con esa pregunta quemándole el corazón y vibrando en su alma:
¿Es usted Jesús?"
Cuando Jesús llega a Naím, acompañado de sus discípulos, fue testigo de una escena
conmovedora: una viuda que iba a enterrar a su único hijo, en compañía de la gente de su pueblo.
“Al verla, el Se￱or tuvo compasión de ella y le dijo: –No llores. En seguida se acercó y tocó la
camilla, y los que la llevaban se detuvieron. Jesús le dijo al muerto: –Joven, a ti te digo: ¡Levántate!
Entonces el que estaba muerto se sentó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entreg￳ a la madre”.
La cuestión está en que Jesús no podía pasar al lado de un necesitado, ni de nadie que estuviera
sufriendo, por cualquier causa, sin sentir ‘dolor de est￳mago’, que es propiamente la traducci￳n de
la expresi￳n: ‘compasi￳n’. Se le conmovieron las entrañas, se le revolvieron las tripas, le dolió como
si fuera a él… Jesús no pas￳, ni ha pasado nunca junto a nuestros dolores, sin hacer nada. Aunque
muchas veces pensemos que nos deja solos, no nos responde precisamente cuando lo
necesitamos. Jesús es la respuesta de Dios a todos nuestros dolores y sufrimientos. Por eso, los
testigos de esta se￱al de Jesús decían: “Un gran profeta ha aparecido entre nosotros. También
decían: Dios ha venido a ayudar a su pueblo”.
La próxima vez que nos crucemos con alguien que sufre, detengámonos un momento, como lo hizo
Jesús, o como hizo el vendedor de la historia, para acercarnos a la persona que necesita de nuestra
solidaridad y dejemos que ese dolor de estómago que nos da, no nos deje pasar de largo.
* Sacerdote jesuita, Profesor Asociado de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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