COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires )
décimo durante el año, Ciclo C
Evangelio según San Lucas San Lucas 7,11-17
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus
discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la
puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y
mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le
dijo: "No llores". Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se
detuvieron y Jesús dijo: "Joven, yo te lo ordeno, levántate". El muerto se
incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos
quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: "Un gran
profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo".
El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y
en toda la región vecina.
SANADOS POR JESUS, SEGUIR CAMINANDO
En esta liturgia es Jesús que, ante la muerte, resucita a un joven hijo de
esta mujer viuda, del pueblo de Naím. La liturgia del día también nos trae el
Profeta Elías, del Antiguo Testamento, que resucita a un muerto, era un
joven, un niño. Elías pide a Dios en Jesús y Jesús lo concede, lo da. Son
distintas las participaciones y distintas las mediaciones. Jesucristo reza al
Padre y le da el poder de resucitar. A Elías, la viuda, la madre, le pide; en
Jesús nadie le pide, pero solo el dolor le habla y Jesús tiene compasión de
ella.
¡Qué cosa tan hermosa! Antes que expresemos el dolor de nuestra
gente, de los ancianos, de los niños, de tantas violencias que se sufren, de
tantas injusticias o de tantas inseguridades, el dolor ante tanta impotencia,
que pareciera que el mal triunfa por doquier, Jesús tiene compasión de la
gente ¡Jesús tiene compasión de nuestro pueblo!
Nos da como dos gracias fundamentales. La primera nos diviniza, nos
hace sus hijos. Y la segunda perdona nuestros pecados. ¡Cosa
extraordinaria! Jesús nos lleva a una plena comunión: creer que la filiación
divina y la liberación del pecado son una realidad en nuestra vida. Nos hace
sus hijos y nos libera de toda atadura de pecado. Cristo Resucitado es la raíz
de nuestra vocación y de nuestra vida.
Ofrezcamos al Señor nuestros dolores y no sucumbamos ante ellos. El
Señor, con su cercanía, no nos abandona, nos recoge, nos toma, nos
levanta, nos anima, nos fortalece. Que Jesús nos diga, de nuevo, “hijo, hija,
yo te lo ordeno, levántate” El Señor no mira nuestros resultados, él nos sana
y nos cura para seguir caminando.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén