“EL FLAGELO DE LA AVARICIA”
Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el 18º domingo durante el año
Domingo 31 de Julio de 2016
El Evangelio de este domingo (Lc. 12,13-21), nos propone que reflexionemos sobre la avaricia. Jesús hace una
advertencia: «Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está
asegurada por su riqueza». En seguida nos va a proponer la parábola del rico insensato. En el pensamiento bíblico,
la riqueza, lo material y corporal no es algo malo en sí mismo como en otras visiones filosóficas o religiosas. Pero
en todos los textos de la Sagrada Escritura encontramos una clara advertencia del peligro que pueden ocasionar la
riqueza y el poder, cuando estos caen ante el pecado de avaricia.
El pecado de avaricia designa la sed de poseer cada vez más, sin ocuparse de los otros, incluso a sus expensas. Esto
ofende a Dios y constituye una verdadera idolatría: «Por lo tanto hagan morir en sus miembros todo lo que es
terrenal: … y también la avaricia, que es una forma de idolatría» (1 Col. 3,5).
El Profeta Amós denuncia a quienes extorsionaban a los pobres: «falseando las balanzas, especulando o haciendo
dinero de todo» (Amós 8,5). Isaías lo hacía con aquellos que acaparaban las propiedades (cfr. Is. 5,5). El texto del
Eclesiastés de este domingo cuestiona: «por qué un hombre que ha trabajado con sabiduría y eficacia tiene que
dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo» y concluye diciendo: «Esto también es vanidad» (Eclesiastés 2,
21-23). En el Nuevo Testamento, Jesús nos enseña que quienes son «amigos del dinero» (con avaricia) (Lc. 16,14),
ponen su corazón en los bienes creados, tomando estos bienes por señores y despreciando al único verdadero
Señor, que es Dios (cfr. Mt. 6,24).
Estos textos bíblicos tienen mucha actualidad, como todos los temas importantes que tienen que ver con el
corazón humano. Esta avaricia también puede ser extensiva no solo al tener, sino al poder. «Avaricia de poder».
Seguramente, la avaricia es una de las causas principales de la concentración de riquezas y poder en manos de
unos pocos, y la creciente marginalidad de muchos hermanos nuestros que padecen distintos tipos de pobreza.
En la V Conferencia de Aparecida hemos reflexionado sobre el flagelo de la avaricia que nos ha llevado a graves
situaciones de inequidad social en nuestra América Latina. Creo conveniente la lectura y reflexión de un texto que
puede ayudarnos en nuestra realidad civil y eclesial: «Conducida por una tendencia que privilegia el lucro y
estimula la competencia, la globalización sigue una dinámica de concentración de poder y de riquezas en manos
de pocos, no sólo de los recursos físicos y monetarios, sino sobre todo de la información, y de los recursos
humanos, lo que produce la exclusión de todos aquellos no suficientemente capacitados e informados,
aumentando las desigualdades que marcan tristemente nuestro continente y mantiene en la pobreza a una
multitud de personas. La pobreza hoy es de conocimiento y del uso y acceso a nuevas tecnologías, por eso es
necesario que los empresarios asuman su responsabilidad de crear fuentes de trabajo y de invertir en las regiones
más pobres para contribuir al desarrollo» (62).
Nos viene bien reflexionar este tema de la avaricia, sobre todo por los escándalos que vivimos en estos días en
nuestra Patria, tanto en la vida política y social como, en algunos casos, dentro de la misma comunidad eclesial.
En realidad todos debemos evaluarnos y realizar un examen de conciencia sobre el pecado de avaricia que nos
plantea la Palabra de Dios este domingo. Tanto de la avaricia del tener, como de la avaricia del poder. Este
examen de conciencia debe instalarse especialmente en todos los que tenemos responsabilidades públicas, para
medir cuáles son las motivaciones que están en nuestro corazón. Debemos reflexionar sobre si realmente nos
mueve el servir al bien común y si estamos dispuestos a darnos y a perder beneficios personales por este servicio.
Quizás el cuestionamiento sobre las motivaciones implique evaluar si tenemos vocación de amar y servir. Esto es
importante porque se ve demasiado el exceso de una búsqueda de aprovechar el momento para sacar rédito
personal con más egoísmo que servicio. La avaricia lleva a que en algunos dirigentes sociales y eclesiales se note
que con favores del poder tengan un excesivo enriquecimiento sin ninguna medida ética, perjudicando en última
instancia a la gente que se transforma en víctima de tal avaricia. La pobreza crece por la avaricia y la corrupción.
En este domingo podemos reflexionar sobre la desorientación espiritual que implica cargarnos de tantas cosas
innecesarias y preguntarnos dónde está nuestro tesoro. El Evangelio de este domingo termina diciendo:
«Insensato, hoy vas a morir, ¿y para quién será lo que has amontonado?» (Lc. 12,20). Al final seremos evaluados
por el Amor.
¡Les envió un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas