D O M I N G O XXII ( C ) (Luc.14, 1. 7-14)
Aprendamos a ocupar nuestro sitio: sin Dios somos, ¡la nada más el pecado!
- Para penetrar el fondo de la Palabra de Dios, su pensamiento y su
mensaje, no podemos quedarnos en lo externo, en lo anecdótico, que suele
ser lo primero que percibimos.
- Lo que hoy nos quiere recordar el Señor, va más allá de que, “no nos
sentemos en los primeros puestos” . El mensaje del Señor apunta a una
virtud importantísima que, desgraciadamente, no suele estar hoy muy
cotizada: La humildad.
- Y no está cotizada porque, reconoceréis conmigo, está bastante
generalizado el falso concepto que se tiene de esta importante virtud.
Muchos la asocian al apocamiento, a la timidez y a otras posturas más
cercanas a la inmadurez que a la humildad. ¡Nada más lejos de la realidad!
- ¡Cuánto puede ayudarnos a penetrar en la esencia de esta virtud la
inmejorable definición que nos ofrece de la humildad nuestra gran Santa
Teresa de Jesús!
“Estaba yo un día considerando por qué el Señor era tan amante de esta
virtud y púsoseme delante este pensamiento: que el Señor es la Verdad y, la
humildad es andar en verdad ”.
- Desde esta definición tan certera de la humildad, que nos ofrece la Santa
de Ávila, se comprende que, no es una virtud “secundaria”, sino muy
fundamental para regular todos nuestros comportamientos humanos.
- La humildad es necesaria para que el hombre viva de una manera
auténtica, sin “fantasías”, su propia vida, porque esta virtud le lleva, como
de la mano, a la autenticidad, a reconocer la verdad de su condición de
criatura y su dependencia de Dios, su Creador . Sin este reconocimiento, el
hombre vive en “las nubes” y en el “posturéo” pero, “ no anda en verdad” y
eso le conduce a una radical soberbia: que le impulsa a tratar de suplantar a
Dios en su vida.
- Sin esta verdadera humildad, el hombre deja de reconocer que
todas las cualidades y virtudes que posee son dones de Dios que debe saber
agradecer, sin atribuírselos como méritos propios, porque entonces, –
volviendo a la definición de Santa Teresa – el hombre deja de “ andar en
verdad”- , y se iría habituando a vivir en una ingrata mentira, o lo que es lo
mismo, en una permanente soberbia.
Guillermo Soto