XXII Domingo del Tiempo Ordinario C
Preeminencia de los pobres y de los humildes en el banquete del Reino
de Dios
Doloridos por el terremoto de Italia y consternados por la muerte irracional
de varias personas en un nuevo conflicto violento en Bolivia, entre
cooperativistas mineros y las autoridades, debemos abrirnos a los nuevos
horizontes de la conducta humana y de la esperanza cristiana a los que hoy nos
remite la Palabra de Dios, mientras rezamos por todas la víctimas y, en el caso
de la violencia de Bolivia nos unimos a la petición de oración y de depuración
de responsabilidades ante la justicia por la muerte de dichas personas,
realizada por la Conferencia Episcopal de Bolivia.
En el evangelio de este domingo encontramos otras dos nuevas exhortaciones
típicas de Lucas (Lc 14, 7-14) . En ambas se trata de banquetes, de una boda y
una cena. En la primera se exalta la virtud de la humildad como actitud
fundamental de los invitados a la boda y del comportamiento cristiano, en la
segunda se exhorta a los anfitriones a invitar a los pobres , lisiados, cojos y
ciegos, porque ninguno de ellos puede recompensar nada, de modo que el gran
valor destacado por Jesús al hablar del Reino de Dios es la gratuidad.
La humildad es la virtud de caminar en la verdad, reconociendo las propias
limitaciones con toda sencillez y considerando siempre superiores a los demás.
Una vez más Jesús sigue instruyendo en el largo viaje a Jerusalén. A las
enseñanzas de los anteriores domingos, es decir, la de apartarse de la codicia, la
de dar en limosna los bienes a los pobres, la de alejarse de toda injusticia, la de
concentrar toda la atención en el Reinado de Dios, hoy se suma la de la
humildad. Concebido el Reino de Dios como un banquete la lección de Jesús
sobre la humildad se formula con una sentencia sapiencial y magistral, colofón
de la parábola de los invitados a la boda, que querían ocupar el puesto
preferente y pasaron a un segundo lugar: “Todo el que se ensalza será
rebajado y el que se rebaja será ensalzado”.
Este es un paralelismo antitético que ha sido transmitido como enseñanza de
Jesús también a través del evangelista Mateo (Mt 23,12). Se trata de otra
lección evangélica que critica los comportamientos habituales de los seres
humanos, marcados frecuentemente por la búsqueda a toda costa del poder, del
dinero o del reconocimiento social, que permiten a las personas ponerse y
reconocerse a sí mismas por encima de los demás. Tanto la parábola como la
sentencia proverbial ilustran el aforismo presentado ya el domingo anterior,
que decía que “los últimos serán los primeros y los primeros los
últimos”. Ahora se muestra en parábolas quiénes son los últimos de verdad
para Jesús, a saber, los humildes y los indigentes. Los unos, por virtud , y
los otros, por su estado , son los últimos desde la perspectiva social de nuestro
mundo. Sin embargo, todos ellos para Dios son l os primeros en el banquete
del Reino.
La preeminencia de los últimos es el vínculo de unión entre las dos parábolas. En
la segunda, se indica quiénes son los invitados de honor en el Reino de Dios: Los
pobres. Por ello la instrucción de Jesús continúa también exhortando a poner a
los pobres como invitados preferentes en la mesa del Reino. Y concluye esa
enseñanza con otra felicitación, compuesta en forma literaria de macarismo o
bienaventuranza: “Dichoso tú, porque no tienen para compensarte”. La razón
de la alegría y de la dicha más profunda es que los otros, por ser pobres,
no pueden recompensar al anfitrión del banquete . Así se rompe la lógica
mercantilista de las relaciones humanas, frecuentemente basadas en el principio
de “do ut des” (te doy para que me des). El evangelio destruye esta lógica del
interés en la donación para poner en el candelero de la enseñanza de Jesús una
nueva lógica, la de la gratuidad . Ésta consiste en dar y darse a los otros
sin esperar nada a cambio, lo cual reviste el dinamismo de la entrega gratuita
de la vida y de los bienes con el halo de alegría, que corona la vida de los
justos, transformados definitivamente por Dios en partícipes de la Nueva
Alianza.
Una vez más el Evangelio pone en evidencia que la entrega gratuita a los pobres
hace de ellos, en virtud de su pobreza y porque no tienen para recompensar, un
lugar de dicha y de salvación, pues será sólo Dios el que recompense en la
resurrección de los justos. Dios está presente en los pobres de tal modo que los
que atienden a los pobres son considerados justos (Cf. Mt 25,31-46) y dichosos.
Además el evangelio de Lucas, a partir de la figura del banquete, va
desarrollando y ampliando el tipo de atención que se le ha de dar a los pobres.
No se trata sólo de atenderlos en sus necesidades, sino de invitarlos a un
banquete, que es un grado mucho más alto de consideración y de
reconocimiento de su dignidad.
Poner a los pobres como objetivo prioritario de la mesa compartida de
nuestra tierra sigue siendo el gran desafío de la economía de nuestro
mundo globalizado. El carácter festivo y universal de la mesa común es un rasgo
que define la presencia salvadora de Dios en el mundo. Sin embargo, los pobres,
lisiados, cojos y ciegos, sólo por el hecho de ser tales, son, en la perspectiva del
evangelio, los primeros en el Reino de Dios. El Dios de Jesús no quiere los
protocolos de nuestros banquetes, porque para él los últimos serán los primeros,
es decir, los que no cuentan en la sociedad, los marginados y excluidos, son sus
predilectos. Por eso Jesús proclama dichosos a los que asuman esa nueva visión
del panorama social y actúen de esa forma, y no deja de criticar abiertamente a
los que pretenden copar los primeros puestos en los banquetes y sostienen ese
sistema excluyente de relaciones humanas.
Una simple mirada a nuestro mundo nos sigue revelando las enormes
desigualdades entre los enriquecidos y los empobrecidos, ya sean éstos,
países, pueblos o personas. Dos mundos separados por un gran abismo, que no
es ni la línea del ecuador, ni la de los trópicos, ni la franja del Mediterráneo o la
del Caribe, sino la del corazón de los seres humanos que tantas veces,
insensatos y arrogantes, sigue anteponiendo la soberbia, la codicia y la
obstinación ciega (Eclo 3,17-33) del sistema económico reinante y mortal en
toda la tierra, a la inversión de valores propuesta por Jesús, para el cual l a
humildad, la solidaridad y la gratuidad son las características
fundamentales de la mesa compartida.
El mensaje de la prioridad de los últimos y de los pobres como propuesta
alternativa al mundo injusto también ha sido y sigue siendo acogido con alegría
por una muchedumbre innumerable de espíritus justos que han sido
transformados (Heb 12,23) por la palabra y el Espíritu de Jesús. Éste es
mediador de una Alianza Nueva porque el espíritu que le llevó a derramar su
sangre en la cruz consumando el amor nupcial de Dios con la humanidad ha sido
comunicado al corazón de los hombres haciéndonos capaces de vivir la gran
alegría de ese amor en la gratuidad, en la humildad y en el perdón , como
valores humanos que impregnan un dinamismo nuevo y una nueva visión de la
realidad. Desde esta Nueva Alianza, celebrada en cada Eucaristía,
banquete de bodas por antonomasia de la vida cristiana, es posible renovar,
en comunión con el Señor y con la Iglesia, la esperanza inquebrantable en que,
desde la montaña de Sión, desde la ciudad de Jerusalén, es decir, desde el
encuentro con Jesús en su pasión colmada de amor, caminamos a la ciudad del
Dios viviente, a la reunión de los que han sido transformados por el espíritu
de la justicia consagrando su vida a los últimos.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura