Quien hoy vive como quiere, mañana vivirá como pueda
Domingo 25 ordinario, Ciclo C
El profeta Amós, que vivió 7 u 8 siglos antes de Cristo, clamaba contra la
injusticia de los ricos y de los hacendados que tenían agarrados por el pescuezo
a quienes caían en sus garras, pues disminuían las medidas, aumentaban los
precios, alteraban las balanzas, y daban salvado como si fuera trigo. Estas
acciones se siguen pareciendo las que hacen los hombres el mismísimo día de
hoy, cuando dan litros de menos o los metros de 90 cts., los tanques de gas a
la mitad, o roban en las gasolineras, y cuando se está en el poder se usa de su
situación para abusar de los demás. Basta un simple uniforme para pensar que
ya se pertenece a una clase superior desde la que se puede medrar a costa de
los demás. Nadie se escandaliza de lo que pasa, pues de una o de otra manera
todos nosotros somos cómplices de la situación que estamos viviendo. Pero
Amós, en el texto que estamos examinando, al final, tiene palabras que nos
hacen temblar: “El Se￱or, gloria de Israel, lo ha jurado: “no olvidaré jamás
ninguna de estas acciones”. Tal parecería que Dios está ausente de lo que pasa,
que está dormido, o está drogado, o está ocupado en sus propias cosas, pero las
palabras ahí quedan: “no olvidaré jamás ninguna de estas acciones”.
Y así comenzamos nuestro encuentro con el Evangelio, por el final del texto que
San Lucas nos presenta en este día, una palabra de Cristo, que nos cuestiona
seriamente: “En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”. Muchos
hombres se empeñan en pensar que sí es posible, olvidándose de que así como
el pan se transforma nada menos que en el Cuerpo de Cristo después de la
transustanciación, de la misma manera el dinero y las monedas se transforman
en la hostia infame del demonio y vemos como diariamente los hombres se
siguen matando unos a otros por unas cuántas monedas. Se actúa sin
escrúpulos, se admira al hombre que ha logrado hacer dinero y se le envidia. Los
jóvenes quieren dinero fácil aunque tengan que venderse o traficar con la salud
de sus semejantes. El dinero es la suma y compendio de todo cuanto el hombre
apetece en el mundo. El dinero es el poder, el influjo social, la cultura, (en
muchas ocasiones), el confort., la belleza, el refinamiento, el buen gusto, (a
veces), y el placer. El que tiene dinero y en la medida y cuantía en que lo tiene,
impone su fuerza y señala las reglas de juego. El que tiene dinero dicta
condiciones y los demás no tienen más remedio que aceptarlas aunque les
lleguen a veces de forma violenta.
Tendríamos que recordar aquí dos o tres frases de los santos Padres: “El no dar
parte de lo que se tiene, es ya rapiña. Hay un testimonio de la Escrituras Divinas
que llaman rapiña, avaricia y defraudación, no solo arrebatar lo ajeno sino
también el no dar parte de lo propio a los demás”. Sn. Juan Cris￳stomo. “Si
cada uno se contentase con lo indispensable para atender a sus necesidades y
dejase lo superfluo a los indigentes, no habrían ni pobres ni ricos”. “del
hambriento es el pan que tú retienes”. San Basilio. Y San Ambrosio dice: “Las
piedras de tu anillo habrían podido salvar las vidas de todo un pueblo.”. Alguien
decía también: “El dinero es el que manda, el que organiza, aunque a Ti te siga
llamando Se￱or”.
Y para remarcar su deseo, Cristo tiene una parábola en la que nos cuenta que un
mal administrador, al ser despedido por su amo, se ingenió al instante para
asegurar su futuro y llamando a los deudores de su amo, pactó con ellos en
cantidades menores de su propia deuda. Con esto, se aseguraba un futuro sin
contratiempos. Cuando el amo se dio cuenta, alabó al administrador no por su
robo y su sinvergüenzada, sino por su ingenio, su premura para agenciarse un
buen futuro. Cristo no canoniza al sinvergüenza sin escrúpulo sino su prestancia
y la rapidez de su actuación. Y a continuación Cristo nos invita a batallar para
ganarnos la vida eterna precisamente con el dinero, tan lleno de injusticias, al
que nosotros tendremos que convertir adecuadamente en un medio de servicio,
de ayuda y de oportunidad de medios de trabajo para otros, a los que les haga
vivir también una vida digna de hijos de Dios.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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