La bendición de la casa
Un acucioso teólogo advierte que “no se trata de hablar del ‘ser humano’, sino de ‘ser
humano” (J. M. Castillo). Solamente aceptando la “humanidad de Dios” expresada en la
“humanidad de Jesús” es como podemos entender nuestra fe en el Dios de Jesucristo. Una
fe humanizada, una fe conversable, aceptable, compartida desde lo más humano del
prójimo, de toda projimidad. No una fe ritualista, sino una fe encarnada, inserta en el dolor
de humanidad, en su lucha del día a día.
Zaqueo tenía tres problemas: 1. Era bajo de estatura. No porque los bajos de estatura sean
un problema, sino porque la dimensión de su ser era ‘baja de estatura’. 2. Era publicano:
Alguien excluido, rechazado, separado de la convivencia social. 3. Tenía un corazón
cerrado y un bolsillo apretujado en las riquezas que tenía. Lo cierto es que Jesús pasa cerca
y se le estremecen todas sus cerraduras, sus ‘bajuras’, sus fronteras.
Comienza a desear ‘ver a Jesús’ y este deseo lo lleva a una búsqueda incesante. No teme el
ridículo. Como niño trepa en el árbol. Es el árbol en el que luego subirá Jesús, su Cruz para
mirarlo siempre. El pobre de Zaqueo quería ver a Jesús, pero en el árbol se cambia la
visión: Jesús lo mira primero y lo llama porque quiere alojarse en su casa. Con esta mirada
ya hay un alojamiento en su corazón. Allí comienza su transformación.
En toda casa se invita a la mesa. Zaqueo no es la excepción. Invita a Jesús. Pero las visitas
de Jesús no son inocuas, siempre dejan huella. Su presencia desarticula nuestros proyectos,
lo cambia todo. Y Zaqueo hace una confesión pública como deberían serlo todas. Y es
absuelto y perdonado con una bendición que le da a su casa-corazón la salvación. Hoy, el
Hoy de Jesús ha llegado a esta casa. Y ese Hoy también quiere llegar a todos nuestros
corazones.
Cochabamba 30.10.16
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com