Más vale morir amando que vivir sin amor llorando.
Domingo 29 ordinario, Ciclo C
Uno de los grandes donde que se le ha concedido al hombre es el don de la
palabra. A través de ella podemos expresar nuestro amor o nuestro odio, la
aceptación o el rechazo, la confianza o la inquietud, la admiración o el desprecio.
Según eso no podemos concebir a un padre y un hijo que no se dirijan la palabra
o dos enamorados que no se hablaran o dos amigos que sólo de vez en cuando se
llamaran para saludarse, y en ese sentido se nos hace inexplicable que los
cristianos no usen ese don de la palabra para dirigirse a Dios y a Cristo Jesús a
quien dicen que aman, y sobre todo sabiendo que él nos ama. Es inexplicable que
las criaturas no le reconozcan al Creador su mérito por la creación y está fuera de
toda comprensión que los creyentes no le reconozcamos a Cristo la entrega total
de su vida en lo alto de la cruz para salvación de todos los hombres. Es por esto
que Cristo nos ha dejado una de las más bellas parábolas, pero con la salvedad
de que contrariamente a lo que hacía en todas ocasiones, él mismo dice por qué
de la parábola y al final agrega la conclusión y la aplicación a la vida. Para
inculcarnos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer relató la parábola.
En tiempos de Cristo la viuda era sinónimo de desamparo. La mujer de joven era
propiedad del padre y casada, del propio marido. Y cuando éste moría, la mujer
quedaba en la más profunda de las orfandades. Pues la viuda de nuestra
historia, sólo pudo conservar una vaca y unos cuántos corderos. Sin embargo un
día los hermanos del que había sido su esposo, se llevaron a la vista de todos, los
animales de la viuda, dejándola con una mano atrás y otra delante. Y comenzó su
calvario. Se dirigió con el juez de la localidad. No nos imaginemos un juez con
escritorio, oficina y secretaria. Después del arduo trabajo de cada día, el juez se
sentaba a la entrada del pueblo y se disponía a atender las cuestiones que le
planteaban cada día. El juez de aquél lugar, lo dice claramente el texto, no temía
a Dios ni respetaba a los hombres. A este juez la viuda comenzó a visitarlo día y
noche, pidiendo justicia contra quienes la habían despojado de todo. Por supuesto
que no la atendió de ninguna forma, pero ella se presentaba puntualmente cada
día, hasta que el juez, ya molesto con la presencia de la viuda que por muchos
días se sentaba frente a él en el suelo se puso a pensar: “Aunque no temo a Dios
ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a
hacerle justicia para que no me siga molestando”. Que terrible es que haya
injusticia en el mundo, que existan personas que no dudan en matar para despojar
al pobre de sus posesiones, y que difícil es entender que haya jueces vendidos
que se alían con los poderosos para despojar al pobre y al desvalido de sus bienes.
Tenemos que entender que en esta parábola el protagonista no es precisamente
el juez inicuo, sino la viuda que con su insistencia consiguió justicia para su triste
situación.
Y la aplicación la va a hacer el mismo cristo: “Si así pensaba el juez injusto,
¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a él día
y noche y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar”,
Ya vamos entendiendo la necesidad de orar, si queremos mantener nuestra fe y
nuestra esperanza, si tenemos deseos de que todo hombre tenga el pan de cada
día y un techo digno para la propia familia. Sabemos rezar, pero a lo mejor, con
eso de que no vemos corporalmente al Señor, se nos hace cuesta arriba darle
unos minutos de nuestro “valioso” tiempo y así vamos pasando la vida sin ese
encuentro que da vida, que da color, que da encanto a los que han logrado la
comunicación con el Señor que está vivo, pues aunque murió en una cruz, el Padre
lo volvió a la vida y una Vida que él puede comunicar a todos. Tenemos que
aprenderle mucho a Cristo, que oraba mucho y pedía poco y pedía siempre para
los hombres, no tanto para él. Nosotros hacemos lo contrario, oramos poco y
pedimos mucho, y sobre todo a la desesperada, cuando nos aprieta el zapato,
cuando las cosas no van bien, cuando nos vemos víctimas de la injusticia, entonces
sí, clamamos al Señor. Por una sola vez, Cristo clamó desesperadamente al Padre:
“Si es posible, pase de mí este cáliz”. Pero cuando no le fue concedido, se entregó
generosamente en manos de sus enemigos para salvarnos a todos. Finalmente
diría que con la oración podremos obtener la bondad y la misericordia sobre los
que viven en pecado, sobre los que explotan a sus propios hermanos, pidiendo la
conversión propia y la de todos los hombres, como lo hacía Moisés cuando pedía
por la salvación de su pueblo con las manos en alto.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
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