«JESUCRISTO PRESENTE EN LOS POBRES»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas,
para el 30° domingo durante el año
[23 de octubre de 2016]
En el texto del Evangelio de este domingo (Lc 18,9-14), el Señor nos presenta la parábola del fariseo y
el publicano. San Lucas hace una apreciación sobre quiénes eran los fariseos: «algunos que se tenían
por justos y despreciaban a los demás» (Lc 18,9).
Leyendo la Palabra de Dios notamos que los fariseos tenían un gran celo por la Ley (cfr. Mt 23,15) y
solicitud por la perfección y la pureza (cfr. Mt 5,20), pero se ataban a las tradiciones rigoristas y
humanas que los hacían cometer excesos, despreciaban a los ignorantes en nombre de su propia
justicia (cfr. Lc 18,11), impedían el contacto con los pecadores y publicanos, limitando así su
horizonte relacionado al amor a Dios y a los hermanos, que es el caracú y la clave de comprensión de
la Palabra de Dios. Creo que es conveniente que leamos detenidamente la parábola de este domingo,
porque en ella encontramos elementos profundos y necesarios en la espiritualidad y religiosidad del
cristiano.
En esta reflexión quiero que pongamos la mirada especialmente en la actitud del publicano de la
parábola. El texto del Evangelio nos dice: «Manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo ¡Dios mío, ten piedad de mí, porque
soy un pecador!» (Lc 18,13). En realidad a este publicano se le abrieron las puertas del Reino que el
Señor anunciaba por su humildad y pobreza de espíritu: «Felices los que tienen alma de pobres, porque
a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.» (Mt 5,3).
El documento de Aparecida señala esta clave de la acción evangelizadora de la Iglesia y de toda
búsqueda de espiritualidad que es «la opción preferencial por los pobres y excluidos» y la necesidad de
considerar que todo evangelizador solo podrá cumplir su misión tomando la actitud del publicano del
Evangelio que es la pequeñez y la pobreza. El texto nos dice: «Nuestra fe proclama que Jesucristo es el
rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Por eso la opción preferencial por los pobres está
implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos
con su pobreza. Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho
nuestro hermano (Heb 2,11-12). Ella, sin embargo, no es exclusiva, ni excluyente.
Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos
llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos
llama a servirlo en ellos: Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo. Ellos
interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que
tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a
Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”
(Mt 25,40). Juan Pablo II destacó que este texto bíblico ilumina el misterio de Cristo. Porque en Cristo
el grande se hizo pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre. […] El servicio de la caridad
de la Iglesia entre los pobres es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo
eclesial y la programación pastoral» (392-394).
A diferencia del publicano de la parábola, el fariseísmo tiene grandes similitudes con lo que hoy
llamamos «fundamentalismos» o bien, «integrismos». En general, el error consiste en absolutizar su
postura y condenar al que piensa distinto y sobre todo sentirse superior y mejor que los otros. Aún hoy
tenemos en el mismo cristianismo posturas fundamentalistas o integristas. Cuántas veces en nuestras
mismas comunidades hay quienes en nombre de una supuesta pureza doctrinal, o bien de una mal
entendida opción por o desde los pobres «se tienen por justos y desprecian a los demás» (Lc 18,9).
Es cierto que aquello que más abunda son nuevas formas de fundamentalismos que debemos
considerarlas especialmente y aparecen engañosamente como los adalides de la libertad y el
pluralismo, y sostienen duramente una nueva «dictadura del relativismo». Son los que sostienen que no
existen ni la verdad, ni los valores, ni los principios, y condenan con apodos y rotulaciones a quienes
no se someten a relativizarlo todo. Este falso pluralismo autoritario, también es una nueva forma de
fundamentalismo.
Estos fundamentalismos, por su soberbia, siempre son generadores de violencia. Y en el corazón
autoritario, la humildad y la pequeñez están en el destierro. Sin embargo, aquellos que comprendan el
valor de la pobreza espiritual y de la humildad, y la pongan en práctica, serán constructores de una
sociedad mejor.
¡Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas