CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS DIFUNTOS
(2 de Noviembre)
Lecturas bíblicas
a.- Ap. 21,1-7: La Jerusalén celestial.
El autor nos presenta la Jerusalén celestial, morada de Dios y de los
hombres (v. 3). La presenta llena de hermosura, como una novia
ataviada para su esposo. El cielo y la tierra ya pasaron, la muerte ha
sido vencida, toda lágrima ha sido borrada, porque el mundo viejo ya
ha pasado. “Entonces dijo el que está sentado en el trono: Mira que
hago un mundo nuevo. Y añadió: Escribe: Estas son palabras ciertas
y verdaderas. Me dijo también: Hecho está: yo soy el Alfa y la Omega,
el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré del manantial del
agua de la vida gratis. Esta será la herencia del vencedor: yo seré
Dios para él, y él será hijo para mí.” (vv. 5-7). La renovación que
afecta a toda la creación es la nueva relación de Dios con el mundo y
de los hombres entre sí. La tierra vuelve a ser de Dios, purificada y
renovada, ya no tierra de exilio, dolor y muerte. Esta nueva Jerusalén
es la Iglesia, que como peregrina halla su destino final. Como
prometida del Cordero celebra sus bodas en la eternidad. Es una gran
invitación a pensar que alguna vez todo se transformará como está
escrito y gozaremos de ese vivir con Dios para siempre porque hemos
comprendido que guardando la palabra de Dios en esta vida ya
hacíamos de nuestro espíritu un templo, morada de Dios con nosotros
como nos enseñó Jesús (cfr. Jn. 14, 23). Lo que describe Juan es la
coronación de cuanto se comenzó a vivir en esta vida cristiana,
camino de santidad, peregrinos camino hacia la patria verdadera.
b.- Lc. 24, 1-8: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está
vivo?
El evangelio nos traslada a la mañana del domingo de Pascua, el
primer día de la semana. La tumba vacía cambia la percepción de los
discípulos ante la muerte de Jesús, las mujeres la encuentran, los
ángeles la explican cómo cumplimento de las promesas hechas en las
Escrituras. La escena se centra ahora en las mujeres, las mismas que
habían preparado los aromas y ungüentos para ungir el cuerpo de
Jesús (cfr. Lc. 23, 56). Mujeres que siempre han estado con Jesús, y
hora que los varones se retiraron, obran en silencio en ese amanecer
que disipan las tinieblas, que fue lo que realmente pasó en la
atmósfera pero también en las mentes y corazones de esas mujeres
(cfr. Ex. 14,24). Cruzada la entrada, la piedra esta ya estaba corrida
cuando llegaron, el cuerpo no estaba, quedaron perplejas, la
Magdalena llora la desaparición (cfr. Jn. 20,11). Los ángeles les
explican, considerándolas interlocutores válidos, cosa inusual en ese
tiempo, para recibir el mensaje de la resurrección de Cristo. Sus
palabras son una recriminación: “¿Por qué buscan entre los muertos
al que está vivo? Ha resucitado.”(v. 5). Debían recordar las promesas
del Maestro cuando estaba vivo en Galilea (cfr. Lc. 9, 22. 44; 13,33;
17,25; 22,37); lo que escucharon ahora se ha cumplido, lo que habla
de ellas como auténticas discípulas de Jesús, lo que hace que su
testimonio, con esta noticia, se cada vez más fecundo (cfr. Hch.1,12-
15). Los ángeles mencionan la necesidad que estos hechos tuvieran
lugar: Jesús debía ser entregado, crucificado y ser resucitado al tercer
día (v.7). Era el tiempo de que estas cosas sucedieran, el
cumplimiento de las esperanzas judías (cfr. Os. 6,2). Fueron los
pecadores los que llevaron a Jesús a la muerte, lectura hecha a luz
de los Salmos de lamentación que presenta a Jesús como el Siervo
sufriente, condenado a muerte por los pecadores, pero exaltado a la
gloria por Dios. La reacción de las mujeres es un acto de fe a partir
del rememorar las promesas de Jesús, pero suponemos que la
plenitud de la compresión les llegaría el día de Pentecostés. Sin
recibir orden alguna, comprendieron que debían anunciar estas cosas
(cfr.Lc.24, 9) a los Once y a los demás que se les juntaron. Jesús
resucitado según las Escrituras. Las protagonistas eran: María
Magdalena, Juana, mujer de un administrador de Herodes, María la
madre de Santiago. Es curioso que mientras en los otros evangelistas
el resucitado se aparece primeramente a las mujeres, en Lucas, en
cambio, es a sus discípulas (cfr. Mc.16,9; Mt.28,9-10; Jn.20,11-18). Lo
que pretende el evangelista, es destacar que la fe en Jesús, después
de la resurrección, no se basa en palabras de mujeres, cuyo
testimonio no era tomado en cuenta, ni en la tumba vacía, sino en las
apariciones y enseñanza de Jesús, a los discípulos de Emaús, a
Pedro, a los Once y sus compañeros (cfr. Lc. 24, 31. 34. 41-43. 46.52).
Pedro es el único que acude, y comprueba, inclinado sobre la tumba,
que efectivamente la tumba de Jesús está vacía, pero parece que no
fue sólo; su fe debía confirmara la de sus hermanos por es importante
su presencia en el sepulcro (cfr. Lc. 24,12; 22,32; 24,24; Jn. 20,5).
Pedro creyó sin ver nada todavía, pura fe ante el sepulcro vacío y el
sudario, pero asombrado por lo acontecido, primer indicio de su
presencia oscura y luminosa. Oremos en este día por nuestros
difuntos para que puedan contemplar en la visión beatífica el rostro de
Cristo y gozar de su paz y comunión para siempre.
S. Teresa de Jesús, desde pequeña quiso alcanzar la vida de los
Bienaventurados. Luego de la comunión exclama: “Bienaventurados
los que están escritos en el libro de esta vida. Mas tú, alma mía, si lo
eres, ¿por qué estás triste y me conturbas? Espera en Dios, que aun
ahora me confesaré a El mis pecados y sus misericordias, y de todo
junto haré cantar de alabanza con suspiros perpetuos al Salvador mío
y Dios mío. Podrá ser venga algún día cuando le cante mi gloria, y no
sea compungida mi conciencia, donde ya cesarán todos los suspiros y
miedos; mas entretanto, en esperanza y silencio será mi fortaleza.
Más quiero vivir y morir en pretender y esperar la vida eterna, que
poseer todas las criaturas y todos sus bienes, que se han de acabar.
No me desampares, Señor, porque en Ti espero, no sea confundida mi
esperanza; te sirva yo siempre y haz de mí lo que quisieres” (Excl.17,
6).