Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo , Ciclo
C
(II Samuel 5:1-3; Colosenses 1:12-20; Lucas 23:35-43)
Con las elecciones terminadas, las noticias van a concentrarse en otros
asuntos. Uno de estos tendrá que ver con el presidente reinante. Están
preguntando a quienes Obama va a perdonar. Pues es la prerrogativa del
mandatorio -- sea presidente o sea rey -- declarar a algunos convictos de
crimen libres. Sobre todo proclamamos a Jesucristo “rey del universo”
porque ha ejercitado este privilegio en favor de nosotros.
Hay una famosa pintura de Jesús crucificado. Está vivo porque no tiene la
herida de lanza en el costado. Su cabeza está orientada al cielo con sus
labios abiertos. Evidentemente está hablando con Dios. ¿Qué está
diciendo? No creemos que sea: “…Por qué me has abandonado”. Pues no
parece desesperado. A lo mejor está implorando a su Padre por su
pueblo. Según san Lucas, las primeras palabras de Jesús en la cruz son:
“Padre, perdónalos…” Tiene en cuenta a sus verdugos, tanto los soldados
romanos como el pueblo judío que clamaba por su crucifixión. También
está pidiendo por nosotros. Pues la tradición cristiana siempre ha tomado
la apelación de la cruz para el perdón como inclusiva de todos los que han
pecado.
Pero la mayoría de gentes andan desconociendo cómo ha ofendido a Dios.
Muchos no piensan nada de faltar a pagar impuestos o faltar la misa
dominical. Aún nosotros consideramos nuestros pecados como limitados -
- la falta de atención en la oración o “pensamientos impuros”. Sin
embargo, si fuéramos a examinar nuestras vidas, a lo mejor daríamos
cuenta de pecados más serios. Notaríamos cómo nos defendemos de
críticas aunque sean justas. Reconoceríamos cómo despreciamos a otras
personas, muchas veces a razas y pueblos enteros. Se puede decir que
nos ponemos a nosotros mismos entre los soldados burlándose de Jesús
en el evangelio. Citando el letrero y notando su condición patética en la
cruz, se ríen cuando dicen: “’Este es el rey de los judíos’”.
Por no reaccionar contra ellos Jesús se muestra como persona de alta
dignidad. Entonces se revela la plenitud de su realeza en lo que sigue.
Mientras uno de los malhechores decide a compartir en los insultos, el
otro se arrepiente. Admite que es pecador y reconoce a Jesús como rey.
Le suplica: “’Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino’”. Esto es
nuestra tarea cada noche antes de acostarnos: que reconozcamos
nuestros pecados por un examen de conciencia y que pidamos el perdón
con un acto de contrición. Descubriremos que no somos tan inocentes
como pensábamos, pero nuestra situación no es precaria. Pues
tendremos la esquema para corregir las faltas en la mañana.
Sobre todo sentiremos la compasión de Jesús. Ha prometido el reino a
aquellos que se arrepienten. No nos olvidará de nosotros. En el
evangelio su majestad se hace patente cuando dice al suplicante: “’…hoy
estarás conmigo en el paraíso’”. Ya el hombre puede morir en la paz.
Jesús lo ha reconciliado con Dios Padre. Es cómo un agonizante siente
después de recibir los últimos sacramentos y se han acercado todos sus
seres queridos. No se preocupa por nada; pues irá de la compañía de los
santos en la tierra a la compañía de los santos en el cielo.
Con la fiesta hoy terminamos el Año de la Misericordia. El papa Francisco
nos ha recordado continuamente del perdón que Dios nos ha
proporcionado por su Hijo Jesucristo. Más que esto nos ha demostrado
cómo la persona libre de sus pecados actúa. A los viernes a través del
año el papa ha ido a varios grupos que ha sufrido. Un viernes visitó un
asilo de los ancianos y enfermos; otro viernes, fue a una comunidad de
adictos. Más recientemente habló con un grupo de hombres que se han
retirado del sacerdocio junto con sus familias. Nos enseñó Francisco que
la misericordia es una calle de dos vías. La recibimos de Dios en forma
del perdón de nuestros pecados grandes aunque sean grandes. La
repartimos con actos de aprecio a otras personas, particularmente
aquellas de otras razas y pueblos. Como la hemos recibido, repartimos la
misericordia con nuestros actos de aprecio.
Padre Carmelo Mele, O.P.