DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía del P. Bonifaci Tordera, monje de Montserrat
6 de noviembre de 2016
2 Mac 7,1-2. 9-14 / 2 Tes 2,16 a 3,5 / Lc 20, 27-38
En el siglo primero, los saduceos eran una corriente religiosa en su mayor integrada
por la clase sacerdotal alta y la clase rica de la sociedad; estaban muy ligados al poder
romano dominante para poder conservar sus privilegios económicos.
Esta corriente religiosa se distinguía por no admitir la resurrección. La oposición era la
corriente farisea, que sí la admitía, pues era afirmada desde el s. II a.C .; de ahí la
disputa que promovió San Pablo cuando fue apresado en el templo y afirmó ante los
acusadores: "Soy fariseo, y es por defender la resurrección que soy juzgado". Y se
formó la gran discusión entre fariseos y saduceos.
En este ambiente, pues, debemos situar la pregunta que, en el Evangelio, los
saduceos hacen a Jesús sobre la resurrección, y que ridiculiza la idea materialista que
se hacían los fariseos, imaginando una vida después de la muerte como el actual: Una
mujer se casa sucesivamente con 7 hermanos, pues todos murieron sin descendencia,
pero estaban obligados, por la ley del levirato, a casarse con la viuda. ¿De cuál de
ellos será la mujer en la resurrección?
Jesús no responde como los escribas. Él habla con conocimiento de causa, con
autoridad: "en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas
en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de
Dios, porque son hijos de la resurrección", expresión semítica que quiere indicar que
serán herederos del mundo nuevo y de la nueva condición de vida, "participante de la
naturaleza divina", como dice San Pedro, o, como afirma San Juan: "seremos
semejantes a Dios porque lo veremos tal cual es".
Jesús todavía añade un argumento de cara a los saduceos que sólo admitían los libros
de Moisés, el Pentateuco, y cita el pasaje de la visión de la zarza que no se consumía:
"Yo soy el Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob", los patriarcas con quien él
hizo Alianza," y Dios “no es Dios de muertos", Dios no hace Alianza con amigos
muertos, "porque para él todos están vivos".
Con todo, la resurrección siempre ha causado dificultad. Y es que no vemos más que
un cuerpo muerto, que no vuelve a vivir. La muerte parece el final de la existencia. No
sabemos nada del más allá. De hecho, después de la Resurrección de Jesús, los
judíos ya hacían correr que los discípulos habían robado el cuerpo. Y en Atenas, San
Pablo encontró resistencia entre los filósofos para aceptar la resurrección: "Te
escucharemos sobre este tema otro día", le dicen. También salieron herejías al
principio de la predicación, algunos que decían que la resurrección ya había
acontecido. Los hombres siempre han tropezado con esta piedra fundamental de la fe
de la Iglesia. Y hoy, aún más, porque la ciencia no acepta más que lo que se puede
comprobar como verdad. Y la resurrección no es comprobable.
En la 2ª carta a los Corintios, capítulo 15 -que recomiendo leer-, San Pablo hace una
exposición de la fe de la Iglesia: primero habla de las diferentes apariciones de Jesús
resucitado, tal como las ha recibido de la tradición: "se apareció primero a Cefas, luego
a los doce. Tras más de 500 hermanos, algunos de los cuales todavía viven. Después
a Santiago, después a todos los apóstoles -diferentes de los doce- y, finalmente,
también a él, como el último". Y dice algo importante, "si no resucitan los muertos,
tampoco Cristo ha resucitado, ya que él es el primero de resucitar de todos los que
han muerto. Si nosotros tenemos puesta la esperanza en Cristo, sólo en esta vida,
somos los más desgraciados de todos los hombres. Si los muertos no resucitan
"comamos y bebamos que mañana moriremos".
Después da una explicación de cómo él ve la vida futura. Compara la muerte con un
grano de trigo, que es diferente de la planta que va a nacer. A continuación, dice que
hay diferentes categorías de cuerpos, terrenales y celestiales. En la resurrección pasa
algo parecido: "se siembra corruptible y en resucita incorruptible... es sembrado un
cuerpo terrenal y resucita un cuerpo espiritual. Ahora somos hijos de Adam terrenal,
después seremos hijos de Adam espiritual, Cristo, y seremos semejantes a él. Un
cuerpo terrenal no puede heredar la vida incorruptible”.
En definitiva, son argumentos para explicar lo que creemos, y cómo podrá ser la vida
futura. Pero, cómo será realmente, "ni el ojo vio ni el oído oyó, lo que Dios tiene
preparado para los que le temen". Sólo sabemos que Jesús nos promete la vida.
Como él ha vencido a la muerte, también nosotros la venceremos. "El nos ha ido a
preparar un lugar. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y el que come mi carne y
bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Tiene ya la vida eterna”'.
Y eso es lo que nosotros creemos y confesamos en cada eucaristía que celebramos. Y
lo afirmamos solemnemente el día de Pascua, cuando cantamos llenos de fe: "Cristo
ha resucitado, ya no muere más". Y con él, también nosotros viviremos, ya que él es la
primicia de los que mueren. Y nosotros lo hemos se seguir. Dónde está la cabeza, allí
tiene que estar también su cuerpo. ¡Alegrémonos por todo ello y bendigamos a Dios!