Estamos iniciando el tiempo del adviento o sea de preparación para celebrar la Navidad. Desde ya
que todos sentimos el cansancio del fin de un año que se nos presentó en muchos aspectos difícil y
exigente. En este contexto la liturgia del adviento nos invita a animarnos en la esperanza.
El Evangelio de este domingo (Mt 24,37-44), nos exhorta a la vigilancia y a la fidelidad: «Estén
prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndalo bien: si el dueño de casa
supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su
casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos
pensada» (Mt 24,42-44).
La liturgia del adviento subraya el sentido pleno de la esperanza cristiana, la esperanza
«escatológica», la del final de los tiempos. Pero de ninguna manera esta perspectiva que nos hace
reclamar: «Ven Señor Jesús», nos deja en la pasividad. Esto sería una esperanza alienante y la
esperanza cristiana, por el contrario, nos exige comprometernos con el presente y evangelizar
nuestra cultura y nuestro tiempo.
No claudicamos en la esperanza y creemos que las cosas pueden mejorar si mejoramos nosotros y
nos convertimos a Dios y a algunos valores indispensables como la vida, la verdad y la justicia.
Pero tampoco podemos dejar de tener los pies sobre la tierra y ser claros frente a los problemas que
se nos presentan.
En esta reflexión quiero compartir un comentario que me hizo una señora, que ignoro quién es, y si
bien no creo que haya sido hecho con maldad, expresa el racismo y la actitud que tiene un segmento
importante de nuestra sociedad. En una de las peregrinaciones a Loreto, momento lleno de gozo,
una fiesta de la fe, nos acompañó un grupo numeroso de indígenas que participaron de la
peregrinación. Una señora se acercó y me dijo: «Monseñor, qué puede hacer para que estas mujeres
[las indígenas], tengan menos hijos, porque qué vamos a hacer con tantos indígenas después». El
comentario es revelador y lamentablemente expresa el pensamiento de muchos.
Literalmente podremos hacer el paralelo con algunos dirigentes políticos y sociales, organizaciones,
cristianos... quienes afirman habitualmente «qué podemos hacer para que las madres pobres tengan
menos hijos, porque qué vamos a hacer con tantos pobres después». Desde ya que en el primer caso
la fecundidad de las madres indígenas les ha permitido sobrevivir y perdurar en la historia, quizá
simplemente «vivir». Con respecto a las «madres pobres», habrá que responder que la pobreza no se
soluciona con «ligadura de trompas» u otros instrumentos contra la ecología humana, sino con
mayor equidad y justicia social . En esto se pondrá en juego el bien común y la esperanza.
Considero oportuno recordar un texto de Aparecida sobre este tema: «Si esta opción [por los
pobres] está implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos
llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos
llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo”.
Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas.
Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los
pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños,
conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40).
De nuestra fe en Cristo, brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro,
hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la
defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el permanente
acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación. El
servicio de caridad de la Iglesia entre los pobres es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la
vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral». (393-394)
El egoísmo y la falta del sentido del bien común están en la raíz de nuestros males. En este domingo
de adviento la Palabra de Dios nos exhorta a que estemos prevenidos, porque el Señor vendrá a la
hora menos pensada. Evidentemente nuestra sociedad necesita convertirse al bien común y a la
justicia. La esperanza cristiana nos impulsa a sentirnos responsables para revertir el flagelo de la
exclusión.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
LOS HIJOS: ¿UNA BENDICIÓN O UN PROBLEMA?
Carta Monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el 1º domingo de Adviento
(27 de noviembre de 2016)