INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
8 de Diciembre de 2016
Gén 3, 9-15.20; Ef 1, 3-6.11-12; Lc 1, 26-38
¿Qué nos quiere decir, hermanos y hermanas, la lectura del libro del Génesis que
hemos escuchado al principio? ¿Por qué la liturgia proclama precisamente hoy,
solemnidad de la Inmaculada Concepción, este diálogo entre la serpiente y Eva, entre
Eva y Adán, entre Dios y Adán?
Es un relato que queda muy lejos de nuestra cultura y que no debemos tomar como
una crónica al pie de la letra sino como una narración simbólica de una realidad
profunda y fundamental. Lo importante es el mensaje que nos comunica. Un mensaje
que aporta luz para entender la realidad humana de todos los tiempos. También la
nuestra, pues.
La Palabra de Dios, a través de este fragmento bíblico, nos dice dos cosas
fundamentales. La primera, que en toda la historia humana existe una lucha entre
cada persona y las fuerzas del mal. Y la segunda, que la persona humana tendrá,
también a lo largo de la historia, la tentación de no querer depender de Dios a la hora
de discernir qué está bien y qué está mal; en otras palabras, que tenemos la tentación
de querer ser nosotros el criterio del bien y del mal: y, por tanto, de no fiarnos de Dios
ni de su Palabra cuando nos indica el camino del bien y de la vida. Como si Dios
quisiera limitar la libertad de elegir y no nos permitiera ser verdaderamente personas
maduras. Ceder a la tentación de no fiarse de Dios lleva a sospechar que amarlo y
seguir su Palabra crea una dependencia de él y que, por tanto, nos tenemos que
desprender si queremos ser realmente nosotros mismos. El ser humano caído en la
tentación, sigue diciéndonos el relato del Génesis, no quiere recibir de Dios su
existencia y la plenitud de su vida. Quiere ser él mismo quien, como decía Benedicto
XVI, se tome el poder de plasmar el mundo, de vencer con sus propias fuerzas la
oscuridad y la muerte. El ser humano caído en la tentación no quiere fundamentarse
sobre el amor de Dios sino sobre el poder que le da su capacidad de conocer y de ser
dueño de su vida. Pero, del desorden fundamental de querer ser independientes de
Dios derivan, tal como enseña todavía el libro del Génesis, todos los otros desórdenes:
la división, la agresividad, el egoísmo, el orgullo, el creerse superior a los demás, la
tendencia a oprimirlos, la búsqueda de pensar en el propio bien sin interesarse por los
otros (cf. Benedicto XVI, Homilía 08/12/2005).
La primera lectura de hoy, pues, nos habla, no sólo de los inicios de la historia
humana, sino de la historia de todos los tiempos, y por tanto también de nosotros.
Siempre que hemos querido prescindir de Dios, nos hemos visto abocados al fracaso,
al mal, al pecado, y hemos experimentado que el mal que sale de nosotros no nos
dignifica, sino que nos humilla y nos hace menos libres.
Este texto bíblico, sin embargo, no nos dice que esta situación sea una fatalidad. No
afirma que las consecuencias negativas de haber desconfiado de Dios sean
intocables, como si fueran una realidad opresora de la que la humanidad no se pudiera
liberar. Dios muestra su voluntad de ser amigo de la humanidad. Hacia el final de la
narración estaba el anuncio de una buena nueva; ya comenzaba a resplandecer la luz
del Evangelio. Se decía que una mujer sería enemiga del mal que ataca el espíritu
humano y que el hijo de esta mujer el vencería. Era un anuncio que la suerte de Adán
y Eva después de la desconfianza en Dios y de la desobediencia que cometieron sería
invertida, que vendría un nuevo Adán, vencedor del mal y del pecado y que una nueva
Eva sería asociada a él en la lucha contra el mal y en favor de la liberación humana. El
nuevo Adán anunciado es Jesucristo y la nueva Eva es María, su Madre, de la que hoy
celebramos el inicio de su existencia y por eso leemos aquel fragmento del libro del
Génesis.
El sí que hemos encontrado en María en el evangelio de hoy, su obediencia al querer
de Dios expresada con la frase hágase en mí según tu palabra , constituye el inicio del
vuelco definitivo de la situación descrita en el fragmento del libro del Génesis que
hemos escuchado. Un vuelco que se inicia con la respuesta de María y que se
convertirá en total en la pascua de Jesucristo. El sí de María a Dios, sin embargo, no
empezó en el momento de la anunciación, cuando ya tenía suficiente uso de razón y
bastante libertad para optar. Empezó, por gracia divina, en los inicios de su existencia.
Dios la hizo santa, sin mácula, desde su concepción. Nunca dijo un no a Dios, siempre
vivió de cara a él, buscando lo que le era más adecuado. Mirando a María, vemos que
cuando el ser humano se abandona en las manos de Dios, cuando lo deja entrar
totalmente en su existencia, como hizo ella, no se infantiliza, ni se minimiza, no se
convierte en un ser sujeto a los caprichos divinos sino que encuentra en Dios su
libertad verdadera, su auténtica personalidad y la luz para hacer el bien a los demás.
Encuentra la capacidad de convertirse en hijo de Dios y obtiene así su máxima
dignidad. María con su aceptación libre re acogió el don de ser templo viviente de
Dios, el don de ser la madre de Jesucrist.
Cuanto más nos acerquemos a Dios, más cercanos seremos a los demás. También
esto lo vemos realizado en María. Tras recibir el anuncio que hemos escuchado en el
evangelio, se fue a ayudar a su prima Isabel. María -tal como recordaba también
Benedicto XVI- ya antes del nacimiento de Jesucristo es el retrato anticipado de su
Hijo, antes de su venida hace presente ya la misericordia de Jesucristo (cf. ibídem). Y
ahora, una vez asunta al cielo, gozando de la gloria de Cristo, es madre de consuelo y
de esperanza para todos los que se le dirigen. Desde cualquier preocupación o
sufrimiento, desde nuestra debilidad o de nuestro pecado, podemos acudir a ella y -tal
como saben muy bien los peregrinos de este santuario y los que la invocan desde
lejos de Montserrat encontramos comprensión y ayuda, y nos mostrará a Jesús como
camino, verdad y vida (cf. Jn 14, 6).
En el contexto de preocupación por la situación de nuestro mundo a tantos niveles, la
solemnidad de hoy, en medio del adviento, nos alienta a tener esperanza sobre las
posibilidades de mejora de la humanidad cuando se abre a Dios y nos invita a trabajar,
con la ayuda de Dios, para hacer mejor nuestro entorno. Y María nos invita a no tener
miedo de dejar entrar a Dios en la propia vida, a arriesgarnos a vivir la aventura de la
fe cristina, porque, viviéndola, la existencia se ilumina y se corre a pleno corazón por
los caminos del Evangelio.
Agradezcamos, pues, al Señor que nos haya dado a María como modelo de una vida
humana lograda y como lucero que brilla en la noche del mundo reflejando la luz de
Jesucristo.