DOMINGO 2 DE ADVIENTO (A)
Homilía del P. Damià Roure, monje de Montserrat
4 de diciembre de 2016
Is 11, 1-10; Sal 71; Rom 15, 4-9; Mt 3,1-12
Hoy, el profeta Isaías nos decía que el Espíritu del Señor está sobre los que abren su
corazón a los demás y de esta manera puede llegar la justicia a los desvalidos. Por su
parte, San Pablo nos comenta que la palabra de Dios nos ayuda a mantener nuestra
esperanza, una esperanza que abre las puertas, y que quiere compartir con todos la
alegría de la fe. Uno de los primeros cristianos, el Pastor de Hermas, aseguraba que
«todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y desprecia la tristeza. Vivirán en
Dios los que alejan la tristeza y se revisten de alegría». Es una cita que el Papa
Francisco recuerda, en su reciente Carta Apostólica sobre la Misericordia, para que no
nos dejemos agobiar por las dificultades y para que sepamos alejarnos de la tristeza:
cuando experimentamos la misericordia, dice, sentimos renacer la alegría dentro
nuestro. Por eso no permitamos que las aflicciones y preocupaciones nos quiten la
alegría, sino que la alegría se mantenga bien arraigada en nuestro corazón y nos
ayude a mirar siempre con serenidad la vida de cada día.
Precisamente con una actitud abierta a la alegría podremos deshacer aquellas
quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales y reconocer la
alegría que se revela en el corazón cuando ha sido tocado por la misericordia. Por ello,
no nos dejemos robar nunca la esperanza que proviene de la fe en el Señor
resucitado. Es cierto, que a menudo pasamos por pruebas de todo tipo, pero nunca
debe decaer la certeza de que el Señor nos ama. Su misericordia se expresa también
en la proximidad, en el afecto y en el apoyo que muchos hermanos y hermanas nos
ofrecen cuando sobrevienen días de tristeza y aflicción.
Querer acercarse a Jesús implica hacerse prójimo de los demás, continúa diciendo el
papa Francisco, porque nada es más agradable al Padre que un signo concreto de
misericordia, un signo visible y tangible en una acción concreta y dinámica. Una vez se
lo ha experimentado en su verdad, no se puede volver atrás: crece continuamente y
purifica los ojos para que sepan ver las necesidades más escondidas.
Hay personas que encarnan realmente la caridad y que llevan continuamente la
solidaridad a los más pobres e infelices, por eso nos conviene agradecer al Señor el
don valioso de estas personas que, ante la debilidad de la humanidad herida, son
como una invitación a descubrir la alegría de hacerse cercano a los demás. Han
dejado paso a la fantasía de la misericordia y viven la alegría de compartir la belleza
de la solidaridad.
Es así como el Papa Francisco, en todo lo que estamos diciendo, promueve una
cultura de la misericordia , una cultura en la que nadie mire al otro con indiferencia ni
aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos. El mismo San Pablo, en
la carta a los Gálatas, escribe que «nos pidieron que nos acordáramos de los pobres,
lo que hemos procurado cumplir» (Gal 2,10).
Este Adviento es muy especial, pues, es un tiempo para la misericordia : para todos y
cada uno, para que nadie se crea que está fuera de la cercanía de Dios y de la
potencia de su ternura. Es el tiempo de la misericordia , porque los débiles e
indefensos, los que están lejos y solos sientan la presencia de hermanos y hermanas
que los sostienen en sus necesidades. Es el tiempo de la misericordia , continúa
diciendo el Francisco, para que los pobres sientan la mirada respetuosa pero atenta de
aquellos que, venciendo la indiferencia, han descubierto lo esencial en la vida.
Tal como lo vivimos ahora, la celebración de la misericordia de Dios culmina en el
sacrificio eucarístico, memorial del misterio pascual de Cristo, del que brota la
salvación para cada persona, para la historia y para el mundo entero. Es por ello que
cada momento de la celebración eucarística está referido a la misericordia de Dios.
Pedimos también que los ojos misericordiosos de la Virgen estén siempre vueltos
hacia nosotros, concluye el Papa Francisco en su Carta Apostólica. Que la Madre de
la Misericordia dé a todos su ayuda y nos ayude a seguir su constante indicación de
seguir a Jesús, que es para todos un testimonio constante de la misericordia de Dios.