Solemnidad. Natividad del Señor (25 de diciembre)
La alegría de la Nochebuena es el niño Jesús
Esta noche es Nochebuena porque nace Jesús y en él ha aparecido la gracia de
Dios que trae la salvación para todos los hombres (Tito 2,11-14). El motivo real
de la celebración de la Navidad y de nuestra gran alegría es el nacimiento del niño
Jesús, que nació de María la Virgen por obra del Espíritu Santo y es el Mesías, Hijo
de Dios.
Jesús es la palabra de Dios hecha carne, el que anunció con sus palabras y obras
el inmenso amor de Dios a una humanidad sumida en la oscuridad, entonces y
ahora, inmersa en el mal, en el egoísmo, en la envidia, en la avaricia, en la
injusticia, en el desprecio de unos a otros, y su amor entrañable le llevó a
manifestarse como luz para toda persona y a proclamar, con su muerte en la cruz,
el triunfo del amor, del perdón, de la misericordia, del servicio a los demás, de la
resistencia frente al mal y frente al pecado. Con su muerte y resurrección se hizo
patente que Él es el Hijo de Dios, la palabra viva y permanente que Dios ha
revelado a la humanidad, y fuente de regeneración de la vida para todos los seres
humanos.
Hoy celebramos el nacimiento de este niño Jesús que es el camino concreto y
accesible a todo ser humano para que, encontrándose con él, toda persona pueda
salir adelante en medio de los sufrimientos de la vida. La Navidad es la fiesta que
hace memoria de la Natividad de aquel niño y actualiza la esperanza a la que
puede renacer toda persona. Es una realidad palpable. Es Dios hecho hombre en
un niño, el niño Dios, el niño Jesús. La Navidad que cada año celebramos es el
gran regalo de Dios a los hombres y mujeres de buena voluntad, que son capaces
de acoger a este niño y vivir según el Evangelio.
Las lecturas bíblicas de esta Nochebuena nos permiten contemplar el misterio de
este acontecimiento y su profundo significado pues presentan el surgimiento de
la luz en el niño de Belén. Jesús es la luz grande para la humanidad que habita
tierra de sombras (Is 9,2). El profeta Isaías nos ofrece un poema espléndido (Is
9, 2-7) que expresa la esperanza de una transformación radical, a través de la
cual de la situación de guerra, opresión y tiniebla se pasará a una situación de
paz, de justicia y de luz. Se trata de una esperanza en un personaje real de la
dinastía de David, cuyo reinado tendría grandes repercusiones sociales en la vida
del pueblo, un rey que atendiese al pobre y al oprimido, al quebrantado y
humillado, al explotado y a las víctimas de la violencia y de la injusticia, con la
implantación de un orden social justo y pacífico.
El Evangelio de Lucas en la Nochebuena (Lc 2, 1-14) es como una relectura de
ese poema de Isaías. Con carácter solemne e histórico, en tiempos del emperador
Augusto, se presenta a Jesús subrayando los aspectos de su ascendencia davídica
y de Belén como lugar mesiánico. Los evangelios se recrean en el título de
"Salvador", pues el mismo nombre de Jesús lo significa, y en los títulos propios
del Resucitado: "Mesías" y "Señor". El cuadro de gloria y de personajes celestes
es la proclamación solemne de una autoridad suprema, en contraposición al
gobernador de Siria y al emperador de Roma. En este niño, nacido de la Virgen,
están cumpliéndose las expectativas mesiánicas dirigidas desde antiguo a la casa
y familia de David y la señal que Dios da a los hombres. La Buena Noticia de esta
noche es que, según s. Lucas, se realiza el Hoy de la salvación. Y los que son
capaces de percibirla son todos aquellos que, como los pastores, con humildad y
sencillez, se dirigen hasta Jesús para adorarlo.
En Isaías el personaje habría de desempeñar una función política de ejercicio del
poder en el derecho y la justicia. En Lucas, sin embargo, la misión de instauración
del Reino se atribuye a uno que no tiene poder, sino la gran autoridad de su
palabra, en cuya fidelidad se ha trazado el destino del Hijo del hombre, y por cuya
verdad ha muerto el Mesías, abriendo un camino nuevo, no ligado al ejercicio del
poder, ni siquiera del poder bien ejercido, sino al amor hasta la entrega de la vida.
Este niño, con su debilidad y fragilidad, es la única señal dada por Dios al mundo.
Él es la luz que brilla en la tiniebla como Palabra hecha carne (cf. Jn 1,5.14). La
Nochebuena es el nacimiento de la luz, pues después de ella nace un día ya más
largo y creciente, el de la Navidad. La cultura cristiana ha hecho coincidir estos
fenómenos luminosos con la celebración del nacimiento del Mesías Jesús. Pero no
celebramos el fenómeno natural del solsticio de invierno sino el acontecimiento
sobrenatural del nacimiento de Cristo, el Salvador, trascendental para la
humanidad entera. Esta Pascua es preludio de la otra Pascua, la de la resurrección,
en la que Cristo, el crucificado y resucitado, se presenta como vencedor de la
muerte y como luz que vence a la sombra en la aurora de la nueva humanidad.
Ésa es la luz que ha empezado a nacer en el solsticio mesiánico del invierno. Y
ésta es, para todo ser humano, la excepcional e incomparable Buena Noticia que
el evangelista Lucas albriciaba en el gozo del Espíritu: "Os traigo la Buena Noticia.
La gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador, el Mesías, el Señor" (Lc 2,10-11); es el mismo evangelio de la alegría
con el que el papa Francisco empezaba el gran mensaje de la Evangelii
Gaudium en una formulación que yo quiero recordar especialmente esta noche:
"Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría" (EG 1). Feliz Nochebuena.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura