6 de Enero: Lc 4, 14–22ª
En este jueves, día 6, en algunos lugares y naciones se celebra la fiesta de la
Epifanía o los Reyes Magos. Donde la liturgia de la Epifanía se ha celebrado el
domingo pasado, tenemos hoy en el evangelio el pasaje de san Lucas en que nos
cuenta otra especie de epifanía o manifestación de Jesús, como maestro o predicador
de la palabra de Dios, ante sus vecinos o paisanos, los habitantes de Nazaret. Hoy se
expone la parte más agradable o más positiva.
Jesús ya tenía cierta fama de predicador. Había comenzado a predicar el “Reino de
Dios” por toda aquella comarca y viene a su pueblo, donde se había criado. Para sus
vecinos era un joven bueno, pero trabajador. Lo que habían escuchado de otros sobre
la sabiduría y el nuevo “espíritu” de Jesús era para ellos una novedad. Llega el sábado
cuando principalmente los hombres se reúnen en la sinagoga para rezar salmos,
escuchar la palabra de Dios y alguna explicación. Parece ser que había una costumbre
de que el acto se dividía en dos partes: en la primera se leía algo de la Ley, contenida
en el Pentateuco, o sea los cinco primeros libros de la Sda. Escritura. A continuación lo
explicaba un “maestro de la ley”. Luego se leía alguna parte de los profetas. Era como
una parte más moralizante. Y el mismo lector, si ya tenía al menos treinta años, tenía el
derecho de comentar lo que decía el profeta. Ahora Jesús ya tenía treinta años y ejerce
su derecho de leer y comentar al profeta. Parece ser que el pasaje fue buscado
intencionalmente por Jesús. Hoy san Lucas nos lo recuerda ampliamente comenzando:
“El Espíritu del Señor está sobre mi”.
Esas palabras, como todas las demás las decía el profeta Isaías sobre la misión
que Dios le estaba dando en ese momento; pero tendrían una aplicación superior en
Jesús. Está descrito de una manera muy gráfica lo que entonces sucedía. De una
manera pausada y solemne Jesús volvió a enrollar el pergamino y lo devolvió al
“sacristán”. Y toda la gente tenía los ojos puestos en Jesús, cuando éste se sentó en
sitio especial para pronunciar la homilía. San Lucas no nos pone toda la explicación;
pero da un pequeño resumen que es muy significativo y comprometedor: “Hoy se
cumple esta escritura que acaban de oír”. En ese momento comentaría no sólo lo que
es el Reino de Dios, que es sobre todo el hacer el bien, sino lo que en realidad el
mismo Jesús está realizando en su vida y lo que quiere para todos.
Lo que Jesús hace es una verdadera liturgia en que proclama el cumplimiento del
designio del Padre en el hoy de la vida y de la asamblea. Jesús define claramente su
misión como una proclamación del amor gratuito de Dios a todo ser humano. Por esto
no podía caer bien a los que creían que Dios odiaba a los paganos. Jesús nos enseña
el programa de un amor real, fundamentado en Dios, pero realizado en verdad con
nuestros semejantes.
No sin razón hoy en la primera lectura, siguiendo el capítulo 4º de la primera carta
de san Juan, como en días pasados, nos habla también del amor. Y nos dice que, si
Dios es amor, es para que nosotros correspondamos de la misma manera, con amor.
Pero no basta con decir que se ama a Dios. Para que sea verdad, debemos
manifestarlo con el amor a los hermanos. De tal manera tiene esta persuasión el
evangelista que de forma contundente pronuncia que quien dice amar a Dios y
aborrece a su hermano, es un mentiroso. Podía haber dicho sólo que se equivocaba. Y
continúa diciendo que cómo va a amar a Dios, a quien no ve, si no ama al hermano a
quien está viendo.
Esta es la enseñanza que hoy dirige Jesús a sus paisanos, y nos dice a nosotros,
en este su primer discurso público oficial. Esto lo hizo llevado por el “Espíritu”. Que este
Espíritu de Dios nos guía en nuestras actuaciones, sobre todo cuando tengamos que
enseñar a otros cómo es verdaderamente el Reino de Dios.