Solemnidad. Epifanía del Señor.
La alegría extraordinariamente grande
Hoy es el día de los Reyes Magos y, según la tradición hispana, es un día
especialmente mágico por ser el día típico de la ilusión y de la expectativa de los
niños que esperan regalos de sus tres majestades, sobre todo, si los niños tienen
buena conciencia de haberse portado bien a lo largo del año recién concluido. Muy
probablemente casi todos los niños habrán recibido sus regalos, pues no cabe duda
de que ellos, hasta los más revoltosos, traviesos y desobedientes, tienen mucho más
de buenos que de malos, debido a su inocencia e ingenuidad, sólo a veces superada
por la malicia inherente a la naturaleza y a la debilidad del egoísmo humano. Ojalá
que el regalo recibido les ayude a superarse, a ser mejores este año 2017 y a crecer
en sabiduría, en la bondad y en la gratuidad de aquel primer niño, Jesús, que fue
visitado por los tres reyes magos.
Lamentablemente también habrá otros niños y niñas que no hayan podido recibir
ningún regalo. Y de ellos hay que acordarse especialmente ahora, pues muchos de
ellos, aquí y en otras partes del mundo, no tienen ni lo más básico para vivir y
sobrevivir. Para ellos nosotros debemos convertirnos en los verdaderos magos que
ofrezcan sus dones entrando en la casa del niño pobre, la oikía del evangelio de
Mateo (Mt 2,11), y al reconocer su dignidad y la de todos los niños pobres adorar a
Dios con nosotros en el Niño Jesús de Belén. Éste se ha convertido en el verdadero
pastor que guía a su pueblo y a todos los pueblos de la tierra por senderos que
conducen a la paz, a la gratuidad, a la generosidad y a la alegría extraordinariamente
grande.
Pero sugiero a los padres que expliquen a los niños el sentido de esta fiesta para que
comprendan bien su origen y su verdad más profunda. El origen de todo es un relato
maravilloso, el cuento más auténtico de la verdadera navidad. Pueden leerlo en el
evangelio de Mateo 2,1–12, que, en resumen, narra que Jesús nació en Belén de
Judea en tiempos del rey Herodes y unos “sabios” llegaron desde Oriente para
adorarlo. Éstos pasaron por donde estaba Herodes, el cual, al enterarse de que allí
iba a nacer el Mesías mostró también su curiosidad por verlo y, según decía, quería
adorarlo. Una estrella iba guiando a los sabios hasta que se paró encima de donde
estaba el niño. El texto griego del evangelio se recrea en un superlativo con doble
subrayado, casi intraducible por su literalidad hebraizante al reiterarnos que aquellos
magos, al ver la estrella, “se alegraron con una alegría extraordinariamente grande”.
Y entrando en la casa vieron al niño con María, su madre, y postrándose lo adoraron,
y abriendo sus cofres le ofrecieron regalos, oro, incienso y mirra. Pero fueron
avisados en sueños de no regresar donde Herodes y se marcharon por otro camino
a su tierra.
Los magos eran más bien lo que hoy llamaríamos “sabios” y desde el siglo II se cree
que eran tres, a juzgar por los tres regalos que le ofrecen al niño; en el S. IV se les
llamó “reyes” interpretando la narración evangélica a la luz del Salmo 72,10.11.15 y
de Isaías 60,1–6. La interpretación exegética de estos textos permite hacer extensiva
la procedencia de aquellas personas hasta Tarsis (extremo occidental), hasta Saba y Arabia, adquiriendo así un alcance verdaderamente universal la tradición de los que
adoraron a Jesús, tradición que los considera, desde San Beda (s. VIII), como
representantes de los tres continentes conocidos entonces: África, Asia y Europa.
Pero lo importante es que aquellos sabios representaban a los pueblos gentiles de
toda la tierra. Por eso el mensaje central del evangelio de este día de la Epifanía del
Señor es que la luz de la estrella aparecida en Navidad es el niño Jesús, el Dios que
salva a la humanidad entera, y cuya salvación se anuncia a todas las gentes. Los
sabios supieron interpretar la señal de la estrella para llegar hasta Jerusalén, pero
necesitaron iluminar también su sabiduría con la luz de la Sagrada Escritura, para
llegar hasta Dios niño y rendirle con humildad el homenaje merecido.
El fenómeno de la estrella en Oriente (Mt 2,2), percibido por los sabios, más allá de
las explicaciones científicas posibles, se remonta hasta la profecía de Balaán (Num
24,17), vidente extranjero, de Moab, que anuncia a una estrella que avanza de Jacob
e Israel, y que se identifica con un rey portador de salvación. Aquello era una figura
mesiánica antiquísima, que requería una búsqueda, un seguimiento y una
interpretación desde la Palabra de Dios, que es realmente la que conduce hasta la
morada de Dios en la tierra, hasta la casa (Oikía) donde habita el niño estrella, pobre
y humilde, cuyo reino no tendrá fin. Textos del Antiguo Testamento (Miq 5,1.3; 2
Sam 5,2; 1 Cro 11,2), combinados según el género literario llamado midrásico,
permiten identificar el lugar geográfico de Belén y el tipo de Mesías que allí nace, el
verdadero Pastor guía del pueblo de Dios. Al adorar al niño, llenos de inmensa alegría,
se convirtieron en testigos ejemplares de la fe en Jesús, Mesías e Hijo de Dios y de
María. Así los sabios representan a todos los buscadores de la historia, a todos los
que desde la razón o desde la religión, desde cualquier parte del mundo, buscan con
sincero corazón al Mesías y se encuentran con él desde la palabra de Dios en el
pesebre de Belén.
Aquellos sabios de Oriente, como los pastores de Belén, estaban atentos a las señales
de Dios en medio del mundo, por eso percibieron su presencia. Como ellos, también
hoy, podemos orientar nuestra mirada al niño. Al niño Jesús y, con él, a todos los
niños que sufren. A los niños refugiados, perseguidos, maltratados, explotados. A los
niños enfermos, abandonados y excluidos. Se cuentan por millones los niños
hambrientos y víctimas de la injusticia estructural del mundo presente, causante de
la extrema pobreza de la tercera parte de la humanidad. La salvación de esta tierra
no llega ni con la magia de los reyes del celofán ni con los intereses de los Herodes
de turno en la actualidad, sino con el misterio de Jesús niño y la acción amorosa y
servicial de los hombres y mujeres que se ponen en marcha ante las señales del
mundo o del cielo para ir a la casa donde está el niño, donde están los niños, y ofrecer
los dones del reconocimiento de su dignidad y los necesarios para una vida digna. No
importa en qué parte del mundo se encuentren esos niños, pues toda la tierra se
puede convertir en un auténtico Belén.
Hoy quiero destacar la humildad, la solidaridad y la gratuidad de todas las personas
que dan testimonio a favor de los últimos, especialmente las de los misioneros y
misioneras cristianos y de los miles de voluntarios que percibiendo las señales de
estos tiempos, también las señales de las crisis actuales, se entregan a la causa de los niños pobres, marginados y hambrientos, y quiero dar particularmente las gracias
a los voluntarios de Bolivia y de Europa que ofrecen su vida en nuestra casa de
acogida a los niños en situación de calle, Oikía, en Santa Cruz de la Sierra
actualizando con sus vidas la escena evangélica de los sabios de Oriente que adoraron
al Niño Dios ofreciéndole lo que le correspondía. Felicidades a todos los que quieren
hacer del mundo un Belén vivo porque su alegría será siempre extraordinariamente
grande.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura