Domingo 2º. Ordinario , Ciclo A
¿QUÉ TENEMOS NOSOTROS QUE VER CON UN CORDERO?
Después de la temporada grande de Navidad y año nuevo, hoy reanudamos el tiempo
ordinario en que iremos considerando cuidadosamente la Palabra de Dios a partir de
la Encarnación del Hijo de Dios hasta la culminación de su entrega y su sacrificio en
lo alto de la cruz, para llegar gozosamente a participar de la Resurrección del mismo
Señor.
Y hoy comenzamos precisamente, mirando el brazo de Juan Bautista extendido hacia
la persona de Cristo que venía hacia él: “Este es el Cordero de Dios, el que quita el
pecado del mundo”. ¿Podríamos tener mejor indicador para comenzar el camino que
precisamente el Bautista que sufrió como los buenos para dar a conocer a los
hombres al Salvador y que cuando lo tuvo frente a él experimentó un sobresalto,
pues consideraba su indignidad y su insuficiencia para darle a conocer, pero Cristo sí
supo aquilatar el esfuerzo y la eficiencia de Juan para darlo a conocer, sin detenerse
incluso ante la muerte, siendo consciente de que su testimonio no estaría completo
sino con la ofrenda de su propia vida.
Hoy pues, Juan Bautista nos presenta a Cristo como el Cordero inmaculado que quita
el pecado del mundo. ¿Qué quiere decir eso precisamente? Hay que remontarnos
hasta el pueblo de Israel, un pueblo de pastores que cuando querían manifestar su
cercanía y su cariño al Dios de los cielos, sacrificaban algo de lo poco que ellos podían
disponer en sus vidas: alguno de sus mejores animalitos. Y fue Abraham con su
obediencia, el que propició que el Padre propusiera un cordero para sacrificar en lugar
de su propio hijo, después de que él se mostró generoso y obediente ante el Señor
que le pedía nada menos que el sacrificio de su hijo. En esa situación comprometida,
Dios proporcionó el cordero, símbolo de su Hijo, que no fue perdonado, como lo fue
Isaac el Hijo de Abraham. Siglos después, cuando el pueblo hebreo fue liberado de
los egipcios, consiguieron la libertad sacrificando un cordero sin mancha por cada
familia, para rociar con su sangre las puertas de sus casas. Esa liberación fue un
signo clarísimo de la predilección de Dios sobre el pueblo hebreo, y desde entonces
siguieron sacrificando anualmente un cordero para celebrar de esta manera la Pascua
del Señor, la liberación del pueblo hebreo.
El libro del Apocalipsis habla de un cordero que recibe el poder y el imperio por los
siglos, signo clarísimo de Cristo que con su sangre logra la liberación total de todos
los hombres de sus propios pecados.
Hoy la Iglesia, al momento de presentarnos el Cuerpo y la Sangre de Cristo invitando
a los fieles a acercarse a él lo hace con las mismas palabras del Bautista: “Este es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la cena del
Señor”. De manera que la invitación está lanzada, y si en verdad queremos marchar
por caminos de paz, de justicia, de libertad, no podrá haber camino que el que nos
marca Jesús con su entrega, su generosidad y su grande amor a todos los hombres.
Sigue entonces con Jesús, camina con su comunidad, camina con tus hermanos los
hombres, has camino con ellos, y el Señor con acompañará porque es precisamente
el Cordero de Dios, el Inmaculado Cordero de Dios que te acompaña e incluso te alimenta con su Sangre y con su Cuerpo para que no desfallezcas en el camino y
tengas el alimento de cada día para tu propio sustento.
El Padre Alberto Ramirez Mozqueda espera sus comentarios
en alberami@prodigy.net.mx