Ser felices
En nuestra pequeñez humana hay un anhelo infinito de felicidad. ¿Y quién no quiere ser
feliz? ¿Y Dios será feliz? ¿En dónde está la felicidad? Se nos desvanecen los sesos
ampliando las preguntas sin saber que somos hechos constitutivamente de felicidad y para
la felicidad. Hasta el suicida responde por su felicidad y el que se pudre en la cárcel busca
con ansiedad secreta rehacerse y vivir una nueva oportunidad de felicidad.
El verdadero Maestro es quien da razones a sus seguidores para encontrar la felicidad. Jesús
también plantea la escuela del discipulado desde la utopía de las ‘Bienaventuranzas’. Pero
lo hace en contravía de lo que buscamos o anhelamos. Jesús deshace nuestros proyectos de
felicidad. Rechaza el hedonismo, cuestiona nuestro modus vivendi, denuncia todos los
resortes de la sociedad de consumo.
El paradigma de la felicidad, según el evangelio, está en el amor. Y un amor gratuito. Un
amor que se expresa en el servicio y un servicio que se hace vida en el compartir. La
bienaventuranza primera está en el vaciamiento de sí mismo: “Felices los pobres en el
espíritu”. Aquellos y aquellas que han sabido “aligerar su mochila”, dejar atrás la
superficialidad y darle al corazón su centralidad y protagonismo en la madurez humana.
Todas las bienaventuranzas tienen como principio y meta la humanización, hacernos “gente
nueva”, disponibles, sencillos, humildes, capaces de escuchar el clamor del otro/a y
construir juntos un hábitat justo, fraterno, solidario en donde sea ‘posible’ vivir, donde se
derrumben los muros, las fronteras y abramos el horizonte de una humanidad universal,
como mesa común en donde los derechos sean norma de vida y los deberes,
responsabilidad compartida.
Cochabamba 29.01.17
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com