4ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 5, 1–12
Hoy se nos expone uno de los grandes mensajes de Jesucristo, al comenzar el
sermón de la montaña. En estas bienaventuranzas Jesús configura la manera de ser
del cristiano. Y esto porque es una especie de retrato del mismo Jesús: de su vida y de
su modo de ser. No son propiamente mandamientos en el sentido de normas concretas
a seguir, sino actitudes más interiores que dan sentido a la manera de actuar.
La primera característica es que Jesús nos habla de felicidad, una felicidad radical,
que no consiste en tener algo pasajero, como ofrece la mentalidad mundana, que cree
tener la felicidad cuando ha conseguido dinero, honores, que son cosas que se pasan y
sobre todo que no pueden ser para todos. Porque aquí está lo malo de la felicidad que
promete el mundo: que para que unos sean felices, otros muchos tienen que ser
desgraciados: Si unos son felices siendo ricos, es porque muchos tienen que ser
pobres. Esto sería la perversión de la felicidad: gozar a costa de otros.
Jesús promete la felicidad para todo el que la quiera. No es fácil, porque va contra
el sentido y parecer de la mayoría. Es como vivir al revés, valorar lo que normalmente
no se valora: la fidelidad, la abnegación, la entrega, la servicialidad, el poner la
confianza más en Dios que en otras cosas, valorar a las personas por lo que son, por
ser seres humanos, y no por la categoría social o las posesiones o la belleza externa.
Así como el primer mandamiento de la ley de Dios resume los demás, así también
la primera bienaventuranza podemos decir que resume las otras. Ser “pobres de
espíritu” se dice fácilmente, pero encierra toda una actitud esencial en la manera de
ser. Es cierto que es posible ser rico, tener bastantes riquezas, y ser pobre de espíritu;
pero ¡Qué difícil es! Lo dijo Jesucristo varias veces en el evangelio. Alguno dirá que si
es muy difícil, mejor va a ser no intentarlo. Hoy se nos dice que para poseer el Reino
de los cielos no hay que poner la confianza y la esperanza en los bienes materiales. No
todos los pobres son “pobres de espíritu”: Hay muchísimos pobres que ponen su
confianza en los bienes materiales, su ilusión es ser ricos. Con ello suelen seguir
siendo pobres y además desgraciados. Jesús no declara bienaventuradas unas
situaciones sociales, sino unas personas que han optado por esa situación con amor.
A los que son pobres de espíritu Jesús no sólo les promete una felicidad eterna en
la otra vida, que también es cierto, sino ya una felicidad actual, porque son amados por
Dios. Pobre es el que no tiene suficiencia en sí mismo, tiene un sentimiento psicológico
de inseguridad material; pero Cristo quiere aprovechar esta inseguridad para abrirla a
la esperanza del que todo lo tiene, que es Dios. Dichosos, por lo tanto, son los que
aprovechan su pobreza para abrirse a la esperanza, que no es lo mismo que
conformismo. La esperanza en Dios está unida al servicio de los demás.
Ser pobre de espíritu aquí está unido a ser misericordioso, trabajar por la paz,
buscar la justicia, estar limpio de corazón, especialmente de odios y rencores. Una vida
así molesta a muchos de los que buscan las injusticias, el poder y las riquezas, aunque
pareciera lo contrario. Por eso vienen las incomprensiones y la persecución. Pero
Jesús les dice que no es una desgracia, sino que en la persecución pueden ser felices.
Y les promete que “serán saciados, serán consolados”. Las promesas de Jesús a sus
discípulos es el pasar de una situación negativa a otra positiva, de la opresión a la
liberación, del sufrimiento al consuelo, de la injusticia a la justicia. El Reino de Dios
abre un horizonte de vida y de esperanza a la humanidad pobre y oprimida.
Hay cristianos que se contentan con unas prácticas religiosas y luego en la vida se
comportan como los demás. Son cristianos de apariencia. Las prácticas están bien, si
nos ayudan a conseguir los verdaderos rasgos del ser cristianos, renunciando a las
riquezas y la ambición, poniendo nuestro interés en la confianza total en Dios y en el
servicio de amor hacia todas las personas.