6ª semana del tiempo ordinario. Martes: Mc 8, 14–21
Jesús acababa de tener una discusión con algunos fariseos y subió a la barca con
los apóstoles para pasar a la otra ribera. Quizá la marcha fue un poco precipitada. El
caso es que los apóstoles se olvidaron de coger pan para comer; sólo llevaban uno, y
ésta era una preocupación para ellos. Sin embargo la preocupación de Jesús seguía
siendo la discusión con los fariseos, porque no entendían que el mesianismo ya no era
cuestión de prepotencia o de gestos y prodigios grandiosos, sino de entrega y amor por
los demás. Y dentro de esas ideas y uniéndolo con la preocupación que tenían los
apóstoles sobre el pan, les dice: “Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con
la de Herodes”. Es decir: Tened cuidado de que las ideas hipócritas y soberbias de los
fariseos y las triunfalistas de los partidarios de Herodes no os lleguen a dominar a
vosotros. En el evangelio de san Lucas expresa Jesús claramente que la mala levadura
de los fariseos es la hipocresía. Es algo tan malo que, si nosotros lo tenemos, aunque
parezca que hagamos obras buenas, con la hipocresía todo queda dañado o viciado.
La levadura es algo muy pequeño en relación con una masa a la que va a fermentar
para poder hacer el pan. Pero no toda levadura es buena, especialmente en aquellos
lugares donde solía haber mala higiene. Muchas veces estaba dañada y estropeaba
toda la masa. De tal manera sucedía con alguna frecuencia, que la palabra “levadura”
era como un signo de corrupción. Por eso en la Pascua, que era fiesta de la novedad,
se comían los panes no fermentados. De aquí pasó a significar la levadura, en el
sentido espiritual, la influencia que puede tener en una persona una virtud dominante o
un vicio dominante. Y lo mismo la influencia que puede tener una persona o un grupo
dominante para con la sociedad, sea en sentido bueno o malo.
Para nosotros tiene varias consecuencias. En el sentido particular, respecto a cada
uno, debemos examinar cuál puede ser nuestra virtud o nuestro vicio dominante. Para
el progreso en el espíritu debemos esforzarnos en fortalecer la virtud y desterrar el vicio
que nos domine y que luego pueda infeccionar toda nuestra conducta. Si nos domina el
odio o el egoísmo, todo se vicia; si nos domina el amor o la fe, todo puede ser
transformado para el bien. Así lo mismo pasa con respecto al grupo. Los cristianos
debemos ser levadura buena para el mundo. Pero desgraciadamente hay mucha
levadura mala. San Pablo, en la primera carta a los corintios (5, 6–8), les previene
contra un caso de gran malicia que está infeccionando a toda la comunidad. Por eso,
les dice, que hay que quitar esa mala levadura para que purificados, puedan celebrar
dignamente la Pascua “con ázimos de pureza y de verdad”.
Y como veía Jesús que sus discípulos seguían preocupados por no haber llevado
más que un pan, pues en aquel ambiente no tener pan para la comida era como una
tragedia, les habla de la Providencia. Dios vela por nosotros y debemos poner con
mucha más frecuencia nuestra vida en las manos de Dios. Jesús les recuerda lo de la
“multiplicación de panes y peces”. Era un signo de la Providencia constante. Para ello
hace falta tener fe y estar persuadidos de que Dios es nuestro Padre, que actúa y nos
quiere de verdad. Confiar en Dios no quiere decir falta de trabajo por nuestra parte,
sino una persuasión de la presencia de Dios que nos da paz y seguridad en la vida.
Tuvo que ser triste para Jesús después de ser incomprendido por los fariseos el
seguir siendo incomprendido por sus mismos discípulos. Estos se preocupaban por lo
material descuidando el comprender la enseñanza de Jesús. Quizá por ello, como un
simbolismo, pone a continuación la curación de un ciego. Los apóstoles estaban
todavía ciegos para comprender el mensaje de Jesús. También nosotros a veces
estamos ciegos y debemos pedir la luz del espíritu, de modo que las preocupaciones
terrenas no sean tantas y tan profundas que nos impidan tener el conocimiento y
posesión de las verdades eternas que Jesús nos enseña.