COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aire)
Domingo cuarto durante el año, Ciclo A
Evangelio según San Mateo 5,1–12–ciclo A
Seguían a Jesús grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis,
de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver a la multitud, Jesús
subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces
tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: "Felices los que tienen
alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices
los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos,
porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia,
porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán
misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les
pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y
perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran
recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que
los precedieron."
LAS BIENAVENTURANZAS
Son la revolución más grande que nos trae el Señor que, de alguna manera,
da vuelta todas las cosas y supera muchísimas veces la lógica, la razón.
Porque hay razones que –muchas veces– son geniales, pero la razón está
superada por el corazón, por el amor; que también lo decía Blas Pascal.
Es importante reconocer que el Evangelio de Jesucristo nos lleva a tener
alma de pobres, de humildes, de necesitados, de carentes, pero el mensaje
no se reduce a una condición social; es una actitud interior que a veces
presupone pero que supera ampliamente: el corazón, el interior, el espíritu;
no podemos reducir las cosas a cosas sociales porque no son verdad. Hay
que tener espíritu de pobre.
Así todas las cosas que Él nos va diciendo: los afligidos, los pacientes, los
que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, lo que tienen el
corazón puro, los que trabajan por la paz, los que son perseguidos,
insultados. En algún momento se repite y se da en cada uno de nosotros: la
traición de un amigo, la incomprensión de los otros, la persecución por la
envidia de otros; estas cosas suceden. Recordemos cuando estábamos
celebrando la Navidad y a los pocos días, en la Liturgia, el 28 de diciembre
estábamos conmemorando a los Mártires Inocentes; los niños que fueron
matados por Herodes con lo que pretendían también matar a Jesús. Siempre
una cosa y la otra.
Cuando uno es humilde dice la verdad; cuando uno es humilde se abre a
Dios, se abre a los demás, se abre a la Iglesia; pero cuando uno se cierra es
porque es egoísta o porque no puede, o no quiere, o porque no es humilde.
La humildad es el reconocimiento de que Dios está presente en nosotros.
Repasemos estas bienaventuranzas y tratemos de encarnarlas en cada uno
de nosotros. Yo les aseguro que seremos más libres, seremos más veraces,
tendremos más libertad y seremos más justos.
Que Jesús nos ayude a vivir –con fe– el espíritu de las bienaventuranzas.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén