DOMINGO 5º, ORDINARIO, Ciclo A
CUANDO HAY MUCHAS MANOS EN LA CAZUELA, EL GUISO SE AMUELA
La comida mexicana tiene fama aquí y en el extranjero. Cuando los viajeros llegan, preguntan de
inmediato por el mole, los taquitos, el pozole, los tamales, las enchiladas con pollo, los alimentos
preparados a base de mariscos e indudablemente todos preguntan por los chiles y las salsas, de las que
tenemos variedad y muy sabrosos. Sin embargo imagínense que pretendiéramos presentar nuestros
guisos sin ese elemento que tiene que dosificarse adecuadamente, y que da sabrosura a los alimentos.
Sí, estamos hablando de la sal, y tenemos que recordar que en tiempos pasados, además de
condimento, era curación para las heridas, acompañaba a las víctimas de los sacrificios, purificaba y
conservaba la carne donde aún no se conocían los refrigeradores. Cristo mismo vería que, cuando él era
pequeño, su Madre mezclaba cada día unos cuantos granitos de sal en la comida, y la verdad que las
manos de María eran expertas en sabrosura, pero además, el alimento alcanzaba no sólo para los de
casa, sino para cualquier persona que tocara a la puerta. Cristo llegará a decir que los cristianos estamos
llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, precisamente con nuestras obras y nuestro compromiso,
para mostrarle al mundo la verdadera luz del mundo: Cristo Jesús.
Afortunadamente en nuestra iglesia siempre han existido catequistas, evangelizadores, misioneros,
testigos de la única luz de Jesús, para que no pase lo que dice S. Juan, que vino a los suyos y los suyos no
lo recibieron.
Pero tenemos que buscar el sentido de Cristo sobre la sal y sobre la luz, pues estos días, por la dificultad
que se ha desatado en el conflicto México–Estados Unidos, se ha destacado que es el propio interés de
cada nación, Canadá y los dos países anteriores, lo que mueve a los hombres en sus propias relaciones y
nos hemos olvidado que este mundo es de todos y que fue hecho para servicio de todos, por lo que no
se vale acaparar como si fuera patrimonio de uno o de unos cuántos.
Queriendo iluminar lo que Cristo quiere decir sobre la luz y la sal en nuestro mundo, tendríamos que
escuchar al profeta Isaías, que varios siglos antes de Cristo ya exclamaba:. “Comparte tu pan con el
hambriento, abre tu casa al pobre sin techo, viste al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano”,
pues nosotros almacenamos el pan y quisiéramos ampliar nuestras casas, hacerlas más amplias y
confortables, mejores coches, llegar a tener una cuenta bancaria o una tarjeta de crédito, televisores y
celulares para cada uno de los hijos, mientras la salud de los otros se deteriora porque no hay para la
medicina, y queremos imponer la voluntad de Dios a los niños y a los jóvenes, pero sin que vean en
nuestras vidas la veracidad de lo que les pedimos, y hacemos entonces el mundo de la fe, algo aburrido,
impracticable, un ambiente que no se desea. Nos hemos acostumbrado a un cristianismo aburrido,
soso, pero que no acaba de convencer a los jóvenes, a los niños, todo porque nos falta la vida, nos falta
la sal, nos falta el testimonio.
No vivimos codo con codo con los hombres los diarios problemas y no participamos con ellos de esa
condición de gozo y dolor que es la vida de todo ser humano. Almacenamos, cerramos, poseemos,
despreciamos e imponemos.
“Evidentemente hemos estado lejos, en muchas ocasiones, de ser luz y sal, porque la luz y la sal debe
estar en la fábrica, en el despacho, en la oficina, en el campo, en la tienda, en las comunicaciones
sociales, en el mundo de la política, en la diversión, en el paseo, en el auténtico noviazgo, que no es permisión para todas las libertades, sino una búsqueda de la persona adecuada para pasar juntos una
vida; en el sistema fiscal justo, en la política honestamente concebida y realizada, en la política que
busca el bien común por encima del sillón y del escaño. La luz y la sal está en el trato sencillo y amable,
en las manos que se tienden con comprensión, sin imposición y sin esperar nada a cambio. La luz y la sal
no pueden ser para el cristiano solo el culto. No es luz y sal el hombre rezador pero aislado de sus
semejantes: el hombre que ha pretendido vivir, compaginando extrañamente, el hecho de llamar Padre
a Dios y no tener a los hombres por auténticos hermanos”. Si queremos vivir en el mundo de las
bienaventuranzas que nos mostraba Cristo en la semana pasada, decidámonos a ser sal y luz en nuestro
mundo.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx