Domingo IV durante el año (A)
Homilía del P. Lluís Juanós, monje de Montserrat
29 de enero de 2017
Sof 2,3; 3,12–13 / 1Cor 1,26–31 / Mt 5,1–12
Hermanas y hermanos: Acabamos de escuchar uno de los textos fundamentales del
Nuevo Testamento, el comienzo del sermón de la montaña, donde Jesús proclama las
Bienaventuranzas. Al ver las multitudes, Jesús se puso a hablar al gentío que lo
seguía. Eran muchos los que se sentían atraídos por su palabra y ante aquella
de Dios ya está entre
vosotros, felices vosotros los pobres, los humildes, los que sufren, los que lloran , los
misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos
por razón de la justicia, en último término los que acogen la Buena Nueva de un Dios
que se nos ha acercado por amor y que sólo desea nuestra alegría y nuestra felicidad.
¡Felices nosotros, los que también hoy nos reunimos para escuchar la palabra del
Señor, y somos invitados a acogerla como semilla del Reino!
Con todo, las Bienaventuranzas no dejan de hacernos presente una visión paradójica
de quienes son proclamados "felices" a los ojos de Jesús. Pues felices lo queremos
ser todos y tenemos derecho a serlo. Tenemos unos valores y unas circunstancias que
nos ayudan a serlo más o menos, pero a menudo también quisiéramos encontrar la
felicidad en el cumplimiento de deseos inmediatos o en situaciones banales y
efímeras, alejadas de todo compromiso. La ausencia de referente
menudo desvinculados de toda ética o criterio moral, nos puede hacer creer que en
definitiva ser feliz es "vivir la vida" y si es posible, con el bolsillo lleno y sin muchas
complicaciones, aprovechando al máximo cada instante del presente, y pasarlo bien
sin preocuparse mucho por los demás o por el futuro. Quizás no todos estaríamos de
acuerdo, pero ante esta filosofía de la vida que muchos hacen suya, podemos
preguntarnos: ¿qué sentido pueden tener hoy las Bienaventuranza
escuchado? ¿qué lugar hay en nuestro mundo para los pobres, los humildes, los que
sufren, los que lloran, para los que a nuestro entender son "infelices" y aún así, no lo
olvidemos, son proclamados "felices" por Jesús?
La paradoja que se esconde en las Bienaventuranzas tiene algo que ver con la
felicidad y estaríamos equivocados si creyéramos que son un elogio de la pobreza, el
hambre o el sufrimiento. Las Bienaventuranzas no son una exhortación moral a ser
ni significan que a Jesús
le guste la miseria, que la gente llore o que sea tratada injustamente, y mucho menos
significan que nosotros no tengamos que luchar contra la pobreza, el hambre y las
injusticias que hay en nuestro mundo. Más que constatar una realidad, son promesa
de una alegría que podemos ir experimentando a medida que Dios nos da la gracia de
acoger su Reino y hacernos comprender que ser seguidores de Cristo y hacernos
os más pobres,
humildes, incluso rechazados o incomprendidos, pero llenos de aquella felicidad que el
mundo no puede dar si nos decidimos a seguirlo.
Quizás nunca nos acabaremos de convencer del todo que la felicidad que Jesús nos
promete va más allá de la autocomplacencia. Preferimos aferrarnos a la inmediatez de
nuestro deseo, a "vivir al límite del presente" y así vamos haciendo bienaventuranzas
a nuestra medida, quizá reduciéndolas a un ideal que acabe en los límites de una
cemos lo que nos
da la gana, cuando sobrevaloramos la admiración, la fama, el prestigio, la apariencia,
la realización personal, o haciendo nuestra la aspiración legítima a tener una vida
estable , con buena salud, con el aprecio y estima de quienes nos rodean, pero Jesús
nos pide que vayamos más allá de estas aspiraciones y no olvidemos nuestro compromiso a favor de quienes más lo necesitan y que Jesús no dudó en hacerles los
preferidos de aquel Reino que predicaba.
La felicidad que Jesús nos propone pasa por la austeridad solidaria. La que lleva a
compartir y despojarse, a dar y darse, a salir de uno mismo y abrirse al otro y ¡ojalá
encontráramos en este camino el anhelo de plenitud que buscamos y al Dios que nos
hace felices!
Como dice el poeta, de nada nos servirá saber que Dios está vivo y nos quiere felices:
"Tienes que verlo tú mismo, y no vale que te lo digan ... Dios es la flor y la semilla, al
pájaro ya la llaga, en lo feo, en lo que es triste, al aire y al agua;
Dios está en el mar y en el templo,
En el dolor que no se va y al viejo que pasa,
en la madre que sufre y la exiliada,
en prisión y el minarete de la mezquita blanca.
Dios está en la mina y en la plaza,
lo puedes encontrar en el hospital y en el suburbio a primera hora de la mañana.
Es cierto que es en todas partes, pero hay que verlo.
Tienes que sentirlo tú como trepa, como te araña las paredes del alma;
no sirve de nada que te digan que está en las manos del obrero
que huye de las manos del que lleva un arma
y se escurre del que reza y no ama,
del que va a misa y no enciende en los corazones de los pobres luces de esperanza;
Dios está en esto sin nombre que te pasa, en los repliegues de la vida
y en el olvido de ti mismo que te hace atento al que te pide.
Dios está en quien ama y sabe decir gracias,
Él está contigo, pero tienes que verlo tú mismo, y no vale que te lo digan los otros
.
¡Que el nos haga el don de encontrarlo y sea Él mismo nuestra bienaventuranza!
1
Gloria Fuertes. Antología poética. “¿Dónde está Dios?” (traducción i adaptación)