6ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 5, 17–37
El domingo pasado nos decía Jesús que los que son sus discípulos son luz para el
mundo. Pero no una luz por cuenta propia, sino reflejo del mismo Jesús. Por lo tanto
nos interesa saber cuál es el pensamiento de Jesús.
Hoy nos va a hablar de su relación con los mandamientos de Dios, o sea lo que
decía la Ley y los profetas. Casi todo el sermón de la montaña es una contraposición
con lo que pensaban los fariseos, o más bien los maestros de la ley. Éstos basaban la
perfección en el cumplimiento externo de la Ley, expuesta principalmente en los 5
primeros libros de la Biblia.
Jesús da un total giro hacia el interior de las personas. Proclama que lo más
importante es el amor. Claro que el amor se demuestra con el cumplimiento de los
mandamientos; pero hay muchas tonalidades en dicho cumplimiento.
Hoy la primera gran idea que nos dice es que él no ha venido para abolir la ley, sino
para darla plenitud. Esto lo decía sobre todo, porque, como insistía tanto en el amor y
en el cumplimiento interior, a algunos les parecía que despreciaba las leyes externas,
que para los judíos eran sagradas. Jesús nos dice que no se trata de despreciar las
leyes antiguas, que sabemos cumplía, sino darlas vida, de modo que no nos
contentemos con el cumplimiento externo sino que pongamos el corazón en ello.
Es necesario por tanto mirar al espíritu de la ley. Por eso proclama Jesús que quien
quiera ser discípulo suyo debe ser mejor que los escribas y fariseos para poder entrar
en el Reino de los cielos.
Después va a reflexionar sobre algunos mandamientos, distinguiendo lo que se
decía al menos popularmente y lo que él complementa: “Pero yo os digo”. Se necesita
mucha autoridad para contradecir a los que se creían sabios y custodios de la Ley.
Comienza a explicar el mandamiento que dice:”no matarás”. Los que comentaban la
palabra de Dios, de forma externa y según suena, se quedaban en lo externo. Por lo
tanto veían que estaba prohibido el homicidio. Pero Jesús explica que hay muchas
formas de matar. Y especialmente matar con el corazón. Y lo que se produce en el
corazón suele salir por la boca. Por lo tanto hay insultos que son grandes pecados
porque son expresión de una muerte que uno ha decretado en su corazón.
De ahí que es pecado todo enfado, cuando encierra un desprecio o una enemistad.
De tal manera que es más importante ponerse en amistad con esa persona que ofrecer
o asistir a un acto de culto a Dios. Esto porque un verdadero acto de culto a Dios no es
tal si se realiza envuelto en un odio al hermano. Jesús diría en varias ocasiones,
recordando a los profetas: “Prefiero la misericordia al sacrificio”.
Otro mandamiento que trata Jesús es sobre el adulterio. En aquella sociedad muy
machista se habla especialmente del pecado del hombre. Jesús nos dice que hay
muchos adulterios internos, por un mal deseo realizaba en el corazón. Es una opción
personal, interior; pero que en el corazón está maltratando la unión de dos seres que
han querido dar su grandeza y alegría al dirigirse juntos hacia la gracia de Dios.
Otra tercera ley está en el cumplimiento de la palabra dada. Era un poco
complicado lo que los maestros de la ley habían organizado sobre los juramentos, es
decir el poner a alguien superior por testigo de la verdad proclamada. Nos dice Jesús
que a un cristiano le basta decir sí o no. Es decir que su palabra debe tener validez,
como su vida. El invocar a Dios para que me crean es signo de inmadurez.
Los mandamientos de Dios estaban redactados de forma negativa: se acentuaba lo
que no se debía hacer. Pero Jesús nos viene a enseñar el aspecto positivo: Todo debe
realizarse por medio del amor. Quienes se fijan en este aspecto positivo, poniendo
mucho amor en cada ley de Dios no sólo cumplen el mandamiento de una manera
demasiado justa, sino que van ascendiendo en la unión con el Señor.