6ª semana del tiempo ordinario. Sábado: Mc 9, 2–13
Siguiendo la lectura seguida del evangelio de san Marcos, hoy llegamos al suceso
de la Transfiguración. Fue muy importante para los tres discípulos que asistieron y lo
sigue siendo para nosotros por el gran mensaje o varios mensajes que nos da.
Jesús les había dicho a los apóstoles que iba a morir, pero luego resucitaría. Esto
no lo entendían, sobre todo lo de resucitar y la necesidad de morir. No lo entendían
sobre todo porque tenían muy metida en su alma la idea del mesianismo triunfalista.
Para Jesús esta idea triunfalista era como una tentación. Por eso quiere subir al monte
para poder tener una oración muy profunda o mística pidiendo luz para conocer mejor
el sentido de su muerte. Y se llevó a los tres discípulos que estaban un poco más
preparados para poder comprender la grandeza de su muerte y vida redentora.
Y cuando estaba en esa oración, se transfiguró, dejó transparentar la grandeza de
su gloria divina y sintió los motivos de su muerte en conversación con los máximos
representantes del Ant. Testamento, Moisés y Elías. Eran como el compendio de la Ley
y los profetas. Los tres apóstoles que antes se habían dormido, ahora bien despiertos
expresan su estupor y su alegría por medio de san Pedro: “¡Qué bien se está aquí!”
Parece ser que eran los días de las fiestas de los Tabernáculos en que la gente hacía
chozas en las terrazas o junto a la casa recordando el paso de los israelitas por el
desierto. Por eso san Pedro quiere hacer tres tiendas para Jesús, Moisés y Elías.
Una idea podemos sacar del porqué se revela a aquellos tres un poco más
preparados. Dios nos daría ya muchas alegrías espirituales y aun revelaciones, si
estuviéramos más preparados. En este sentido se puede entender lo que un día dijo
Jesús: “No se pueden echar las cosas santas a los perros”. Hay muchos que no
pueden entender apenas lo más sencillo del espíritu, porque las pasiones les tienen
esclavizados. Y por el contrario, Dios hace ver maravillas a aquellos bien preparados,
sobre todo por una vida sencilla y entregada al Señor. Así ha pasado siempre en
revelaciones especiales de Jesús o de la Stma. Virgen. Siempre a personas sencillas
de corazón, como en Fátima y en Lourdes. Estas personas tendrán de estos sucesos
una vivencia tan grande que lo tendrán presente siempre como san Pedro en su carta.
El principal mensaje que hoy la Iglesia nos quiere dar es que las cruces de cada
día no son el fin en sí, sino que por esas cruces podemos conseguir la gloria eterna.
Jesús revela su gloria para preparar a sus discípulos a soportar el escándalo de la Cruz
y anticipar el destino maravilloso de la Iglesia. La Cruz de Jesús sirvió para nuestra
redención. Por eso era necesaria. El final era la Resurrección. Cuando se escribió el
evangelio, ya entre los cristianos estaba la persecución. Esta escena y su enseñanza
debería fortalecerles en la fe. En esta vida somos caminantes hacia el Cielo. Y muchas
veces caemos en la tentación de querer vivir esta vida material como si fuese el fin de
todo. Por eso muchos viven angustiados. A los apóstoles les costó entenderlo esto,
sobre todo lo de la Resurrección.
Nos cuenta san Marcos hoy que al bajar del monte Jesús les prohibió a los tres
contar a nadie la visión hasta después de la resurrección. Ellos no entendían lo de la
resurrección, pero fueron fieles a su promesa. Y, como habían visto al profeta Elías,
preguntaron a Jesús cómo era eso de que tenía que venir primero Elías. Jesús les dijo
que ya había venido. Otro evangelista nos dice que se refería a Juan Bautista.
Estamos destinados a transfigurarnos en Jesús, especialmente a través de la unión
con Él por medio de la Eucaristía. Para ello oigamos en nuestro corazón las palabras
que oyeron los tres apóstoles: “Este es mi hijo amado, escuchadle”. Escuchar a Jesús
es estar dispuesto a seguirle en sus enseñanzas y en su vida. Escuchar a Jesús es
también estar atentos a las enseñanzas de la Iglesia, según lo que Jesús les dijo a sus
discípulos: “Quien a vosotros oye, a mi me oye”.