7ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 5, 38–48
Hoy Jesús nos habla de la ley del amor que debe ser lo contrario de la venganza.
Comienza explicando una frase, que parece sonar mal, pero que era algo positivo para
los israelitas: “Ojo por ojo y diente por diente”. Así se decía como algo permitido por las
leyes religiosas. Esto conviene explicarlo un poco.
Entre los antiguos estaba muy extendida la venganza. Era como una defensa del
mal ajeno. Por el miedo a la venganza muchos se abstenían de hacer el mal. Mucho
más si la venganza era terrible, como la de Lamec, que proclamaba una venganza de
setenta y siete por uno. Entre el pueblo lo que más arraigado estaba era el siete por
uno: “Si te robaban una vaca, tu podías robar siete”, etc. Esto frenaba la maldad o
avaricia de algunos que no tenían sentimientos más sanos. Pero era una injusticia.
Entonces se les dice a esas personas vengativas que sólo pueden vengarse con el
mismo mal que les han hecho a ellos. Esto era un progreso. Por eso se les dice “ojo
por ojo y diente por diente”. Es como frenar el instinto de venganza.
Pero viene Jesús y no sólo limita toda venganza, sino que cambia todo el sentido de
la vida. No sólo no debemos devolver mal por mal, sino que positivamente debemos
devolver bien por mal. Es la ley del perdón y el amor.
Esto lo expone con el ejemplo de la bofetada en la mejilla. Esto era injurioso.
Devolver el bien sería presentando la otra mejilla. Otro ejemplo es el de la túnica y el
manto. Lo normal entre la gente es que tuvieran más de una túnica, pero sólo un
manto. Este servía para arroparse en el día y en la noche. Pues de esto que es más
apreciado debemos saber ser desprendidos, si nos sirve para amar al prójimo.
Jesús nos enseña a saber devolver bien por mal; pero con generosidad. Dar de lo
nuestro para llegar a la mayor generosidad que es darnos a nosotros mismos. Jesús
nos lo enseñará con su propia vida. Es el supremo acto de amor.
Ahora nos enseña un paso más en el amor: Debemos amar a los enemigos. El
precepto de amar al prójimo ya estaba en el Ant. Testamento. Pero los comentaristas
solían hacer muchas distinciones, porque para la mayoría el prójimo era el que estaba
cerca. Por lo cual llamaban prójimo al de la misma nación, raza o religión. Todos los
demás, extranjeros y más si eran dominadores, para los judíos eran enemigos. De ahí
concluían que había que amar al prójimo, pero había que odiar a los enemigos.
Ahora Jesús nos da su parecer y su enseñanza, que debe ser norma para todos sus
discípulos: “Pero yo os digo”: “Amad a vuestros enemigos”. Jesús nos lo enseña con
las palabras; pero también con su ejemplo, perdonando en la cruz a los que le estaban
crucificando. Y pone el ejemplo del mismo Dios, que da las cosas creadas a todos.
Nuestro deber es buscar el bien para todos, aun para los enemigos. Y digo buscar
el bien, porque el amor no es algo abstracto, sino que hay que poner los medios, hacer
el esfuerzo para solucionar el conflicto, buscar la mutua conversión del corazón. Hoy
Jesús nos insta a pedir por los enemigos: les tenemos que tener presentes en nuestras
oraciones para que todo les vaya bien.
En el amor positivo al enemigo es como se distingue el verdadero discípulo de
Jesús del que no lo es. Enemigo no es sólo quien me haga un mal grande, sino que
suele ser el que me cae mal: o porque tiene otra mentalidad o es de otro partido político
o no me hace caso ni estima lo que digo. A estos pequeños enemigos diarios debemos
amar, hacer algo positivo de amistad en el saludo, en la sonrisa y en la oración.
Amar al enemigo no quiere decir que aceptemos todo lo que dice o hace. Y aun en
algunos casos será necesaria la justicia severa. Pero el cristiano nunca deberá llegar al
odio y la venganza. Siempre ha de buscar el bien de la persona. Llegar al punto medio
entre la justicia y la caridad es muy difícil; pero ahí está la perfección. Hoy termina
Jesús diciendo: “Sed perfectos como vuestro Padre Dios es perfecto”.