DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Bernabé Dalmau, monje de Montserrat
5 de febrero de 2017
Is 58,7–10 / 1 Cor 2,1–5 / Mt 5,13–16
Queridos hermanos y hermanas,
"Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo". Las conocemos lo
suficiente, estas palabras del Sermón de la montaña. Las entendemos bien, porque
Jesús sigue la metáfora explicando las carencias de cuando los discípulos no
hacemos lo que deberíamos hacer.
Ser sal de la tierra y luz del mundo indica la proyección de nuestro comportamiento
sobre los que nos ven. Así nosotros mismos somos instrumentos de la bondad de
Dios. Que los que nos rodean puedan ver lo bien que obramos y glorifiquen al Padre
del cielo.
No es fácil ser luz del mundo y sal de la tierra. En nuestro ti
particularmente difícil. Hace pocas semanas murió un gran pensador que definía el
mundo actual como una "modernidad líquida" (Zygmunt Bauman). Escribía: "En una
vida moderna líquida no hay vínculos permanentes, y cualquier cosa que ocupamos
durante un tiempo tiene que estar ligada libremente para podernos deshacer de ella
tan rápidamente y sin esfuerzo como sea posible".
na: "Vivimos en una
sociedad en la que las reglas económicas sustituyen las reglas morales, dictan leyes e
imponen los propios sistemas de referencia en perjuicio de los valores de la vida; una
sociedad donde la dictadura del dinero y del provecho propugna una visión de la
existencia por la que el que no rinde queda excluido "(01/28/17).
Alguien puede pensar que no hay que ser tan pesimista ante la t
hoy, que son los nuestros. ¿Sería válida esta posición, desde el punto de vista
cristiano? Hace pocos años nos preguntábamos si éramos los últimos cristianos y
respondíamos que quizás sí que éramos los últimos de una cierta clase de
cristianismo, pero que no lo éramos si creábamos una nueva forma de vivir la fe.
Esto es lo que hace tiempo nos proponemos. Pero nos encontramos con una
er hacia todos nos
produce un nuevo miedo: el miedo de que actuar cristianamente hacia los no
creyentes o los creyentes de otras religiones pueda parecer fundamentalismo. El
mismo espíritu misionero se nos diluye. Sí, sabemos que hay lugares del mundo
donde los cristianos viven a fondo el compromiso de la fe, a veces hasta el martirio.
Pero Siria queda lejos, y África central aún más.
Sin embargo, como humanidad, y mucho más como cristianos, debemos aprender a
integrarnos en la sociedad que vivimos sin provocar hostilidad. El cardenal de México,
ante lo que él llama "la provocación y las agresiones del presidente estadounidense",
escribió el pasado domingo un mensaje alentador en el que afirmaba: "Ahora es el
momento, mexicanos. Nuestro país es grande, con una cultura mem
historia rica en contrastes, con una fe inquebrantable y con una clara identidad
nacional de la que nos sentimos orgullosos" (Card. Norberto Rivera, 01/29/17).
Debemos aprender a ser personas del siglo XXI forjadas en la paciencia, la
coherencia, e incluso la planificación a largo plazo. Dicho filósofo y sociólogo decía: "Hay una luz al fondo del túnel". ¿No viene a ser lo que Isaías profetizaba que "brillará
tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía". Sí, tenía razón también el
salmista cuando afirmaba que "El justo brilla en las tinieblas como una luz”.
Es aquí donde los cristianos podemos aprender cómo debemos ser sal de la tierra y
luz del mundo. No hay que imponer a nuestros contemporáneos con lo que San Pablo
llamaba "persuasiva sabiduría humana", sino con el "poder del Espíritu", en
mayúscula.
Afortunadamente, tenemos en nuestro país personas que se preocupan por el "hecho
religioso en la Cataluña del futuro". Y la vertebran en torno a los ejes de los derechos
humanos, del reconocimiento y de la cooperación. Nos encontramos, pues, en una
etapa histórica que no sólo tenemos que poder decidir cómo queremos ser como
pueblo, sino que, como Iglesia encarnada en el pueblo, debemos aportar mucho:
cohesión social, cultura, enseñanza, atención a los colectivos vulnerables, promoción
de valores éticos. Ojalá que lo sepamos hacer con humildad y compromiso. Que cada
vez sean más nuestros conciudadanos que, al ver lo bien que hemos obrado,
glorifiquen a nuestro Padre del cielo.