7ª semana del tiempo ordinario. Lunes: Mc 9, 14–29
Jesús había subido al monte a orar junto con tres discípulos, sus predilectos, y
habían dejado abajo a los demás discípulos. La gente, que creía que Jesús estaba con
la mayoría de los discípulos, llevó algunos enfermos, especialmente un muchacho que
sufría de epilepsia en estado avanzado.
Los discípulos, que habían tenido experiencias positivas, cuando Jesús les dio
poderes especiales al ir a predicar, creían que podrían curarle; pero no pudieron hacer
nada positivo a favor del muchacho. Después Jesús les enseñó que les faltaba algo
esencial, que es ponerse en contacto con Dios humildemente y suplicar, dándose
cuenta que esa sanación no podía obtenerse por sus propias fuerzas ni méritos, sino
que debía ser algo gratuito por parte de Dios. Esa sería la principal enseñanza de
Jesús en ese suceso.
Cuando llegó Jesús estaban en plena discusión entre los familiares del muchacho,
algunos escribas y los discípulos. Cuando vieron a Jesús, corrieron hacia él y le
plantearon la cuestión. La llegada de Jesús parece que hacía renacer la esperanza que
ya les faltaba. Allí estaba el pobre muchacho enfermo y parece ser que endemoniado.
Aquella posesión se mostraba a través de la enfermedad. Jesús se sintió contrariado
por la falta de fe, especialmente de los discípulos.
Es posible que una de las intenciones del evangelista sea esclarecer la diferencia
del poder de Jesús y el de los apóstoles. Jesús va a curar al muchacho; pero primero
quiere curar la falta de fe de su padre. Éste le pide a Jesús la curación, pero diciéndole:
“Si puedes”. Y Jesús hace que aquel padre aumente su fe, unida a la humildad.
Jesús le cura haciendo gestos sencillos: unas palabras y luego el gesto amable de
coger al muchacho por la mano para que se levante. Este gesto, realizado también en
otros milagros, representa la alegría del poder de Jesús, una fuerza externa que viene
a ser como un lejano reflejo de la resurrección.
Hay personas que pretenden hacer sanaciones milagrosas, realizando una especie
de ritos mágicos con expresiones muy aparatosas buscando el lucimiento humano y
quedar bien ante los espectadores. Suele haber mucho de ilusión y sobre todo mucha
mentira, que es lo contrario de expresar la presencia de Dios.
Es importante aumentar la fe. Jesús lo pretendía en todos sus milagros. Cuando
decimos fe, en definitiva, es tener más unión con Dios. Cuando Jesús les pedía tener fe
a sus discípulos no se trataba de tener algo con lo cual ellos pudieran realizar la
sanación. Se trataba de unirse más con Dios para que Él, por medio de la persona
entregada y unida por amor, realizara el portento.
Encontramos en el evangelio que Jesús les enseña a sus discípulos algunas
verdades con sucesos que son como parábolas vivientes. Ésta era una de esas
ocasiones. Cuando los apóstoles pidieron a Jesús que les enseñase a rezar, de hecho
estaban pidiendo alguna oración en concreto que les distinguiera de otros grupos. Así
solía hacerse en aquel tiempo; pero Jesús les quiere enseñar ahora que para las
grandes obras apostólicas se necesita orar, que es ponerse en contacto con ese Dios y
Padre, de quien dependemos para toda obra buena.
Es una enseñanza para todos. “El reino de Dios está dentro de nosotros”; pero para
desarrollarse debe ser fundamentalmente uniéndonos con Quien va dando el desarrollo
vital de ese Reino. Si queremos crecer el amor al prójimo, esencial en nuestra fe, será
uniéndonos con el Autor de todo amor.
Podíamos decir que se realiza vaciándonos nosotros de nuestra propia
personalidad, para que Dios manifieste su amor hacia los demás a través de nuestra
esencia humana. Sólo así es como se puede cumplir las ilusiones de Jesús de que
nosotros podamos ser “uno” como Jesús es con el Padre.