7ª semana del tiempo ordinario. Jueves: Mc 9, 41–50
Hoy el evangelio nos trae diversos consejos que Jesús da a sus discípulos quizá en
diversas circunstancias sobre la caridad, unos en sentido positivo y otros en sentido
negativo. Comienza Jesús diciendo que Dios valora todo lo que hagamos en bien del
prójimo, aunque sea una cosa tan pequeña como dar un vaso de agua. Es decir, que
Dios no sólo se fija en las grandes acciones de caridad, sino en las pequeñas cosas de
cada día. Dar un vaso de agua es como dar un poco de amor, dar una pequeña alegría,
dar una sonrisa, una palabra tranquilizadora o animadora. Esas pequeñas cosas,
hechas con amor, son como destellos del Espíritu Santo que vive en nosotros. Estas
cosas se pueden hacer por motivos materiales; pero lo que Dios tiene verdaderamente
en cuenta es cuando esos detalles de amor se hacen por amor a Dios o porque en el
prójimo está la imagen de Jesucristo. El había dicho, refiriéndose al juicio final: “Lo que
hiciereis con uno de los más pequeños, es como si me lo estuvierais haciendo a mi”.
Pero a Jesús lo mismo que le agrada cuando hacemos el bien, también le
desagrada cuando hacemos el mal. Y uno de los mayores males es el escándalo.
Extraña oír a Jesús esas terribles palabras contra el escándalo. Es peor que la muerte.
Escándalo es el inducir a otra persona, especialmente menor, a realizar algo malo, a
cometer algún pecado. Propiamente la palabra “escándalo” significa poner tropiezos en
el camino. Es perturbar o quitar la fe. Se puede hacer de varias maneras. San Pablo en
la 1ª carta a los corintios decía palabras severas a los que se creían “fuertes” en la fe
para que tuvieran cuidado en no hacer caer a los “débiles” por los malos ejemplos. Y
esta es la gran advertencia que hoy hace Jesús a todos los que tienen alguna
responsabilidad en las cosas de la Iglesia: que tienen que tener mucho cuidado no sólo
en lo que hacen, sino en cómo lo hacen, para no dar motivos de que otros se
escandalicen. Claro, que también hay gente que dice que se escandaliza por lo que no
deben escandalizarse. Pero hoy Jesús nos advierte que evitemos todo lo posible para
no inducir a otros a hacer algo malo. Jesús dice esas palabras fuertes porque conocía
la maldad del pecado y lo que vale ante Dios el alma limpia de un niño.
El escándalo no es sólo respecto a los demás, sino hacia nosotros mismos.
Tenemos enemigos externos, pero también internos. Y a veces los propios sentidos,
los pies, las manos o los ojos nos pueden inducir hacia el mal. Por eso debemos estar
atentos. No se trata de que debamos cortarnos un pie o sacarnos un ojo. Pero en
nosotros hay cosas, que apreciamos “como un ojo de la cara”, que debemos arrancar–
nos, como son algunos vicios, que nos pueden llevar a la perdición. Solemos tener un
egoísmo que mata nuestro espíritu y no nos deja hacer el bien. Eso va en contra del
ideal que Jesús nos dice sobre el servir. El egoísmo es lo contrario a la caridad y está
íntimamente incrustado en nuestro ser. Por lo tanto el ir hacia Dios debe ser un
continuo esfuerzo en quitar el egoísmo, poniendo en su lugar la caridad, que nos dará
la paz y la armonía fraterna, que es como la sal que da sabor al mundo.
Termina hoy el evangelio con la alusión a la parábola o ejemplo de la sal que Jesús
había dicho en varias ocasiones. El cristiano debe ser como la sal en el mundo, que da
sabor y mantiene sin corrupción a los alimentos. Ser sal para los demás es saber crear
un clima de convivencia agradable, es crear un clima de buen humor, de serenidad y
de gracia, fijándose más en las cosas buenas que hay a nuestro alrededor. Es dar un
sentido de fidelidad en el mensaje que se transmite. Pero si esa fidelidad es sólo
exterior o de nombre, si la sal del dirigente está corrompida ¿Cómo va a salar? Para
dar ejemplo, no basta con ser cristiano sólo hacia fuera, sino de corazón, porque lo que
está dentro saldrá a relucir un día u otro. Y termina Jesús diciendo que esa sal que
tenemos la pongamos en unidad. Cuando el mensaje es compartido, por una vivencia
compartida, conservará la paz en toda la comunidad.