DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Manel Gasch, monje de Montserrat
19 de febrero de 2017
Lev 19,1–2.17–18 / 1 Cor 3,16–23 / Mt 5,38–48
Jesucristo es un radical del amor. La palabra radical proviene de la palabra raíz y por
tanto decir que somos radicales es decir que somos como las raíces, que se
mantienen invisibles en la mayoría de las especies pero sostienen todo lo que se ve de
las plantas y los árboles. El radicalismo como las raíces, es l
permite después de una sequía, de una helada o de un incendio que todo rebrote.
Las lecturas de hoy son como una sinfonía de muchas voces pero en la que sobresale
una voz principal, una melodía que nos llama a ser radicales en el amor. Ya el Dios de
nuestros Padres, el Dios de Israel nos lo dice muy claramente en el libro del Levítico:
"Sed santos", y en el Evangelio, Jesús nos llama a una actitud que va más allá de la
ar lo correcto, para
convertirse en un cambio personal que supera los instintos naturales, y hasta la lógica
no iluminada por el amor incondicional. Este radicalismo ético cristiano tiene dos
características principales:
Mirarse en el espejo de Dios. Sed santos como Dios es santo, amad a los enemigos,
sed excesivos en el amor porque Dios es así. Nuestro Dios vincula directamente lo
interesante en
nuestro contexto sobre un tema muy actual, el de la posibilidad de una ética inspirada
en el Evangelio, pero sin una fe explícita y confesada. Jesús dice que el que no está
contra nosotros está con nosotros... (Mc 9,40) pero la pregunta es: ¿será posible
sostener este compromiso de las personas con la ética del Evangelio, sin el
fundamento explícito de Dios? Sólo el tiempo y la evolución de nuestra sociedad nos
pueda tener para
instaurar su Reino, pero tengamos claro que más que mirar qué hacen los demás y ver
qué creen, a los cristianos nos toca demostrar con el radicalismo de nuestro amor, en
qué Dios creemos nosotros y confesarlo explícitamente.
La segunda característica del radicalismo cristiano es que no es gratuito. Tiene a las
personas como causa y finalidad. En la lectura del libro del Levítico explica, por si
alguien no lo entendiera lo suficiente, que ser santo es amar a
mismo. Y todas las propuestas del Evangelio, dar el manto, caminar más con el otro,
llevar más peso del que se pide, no rehuir el que te pide... todo es por los demás. Este
núcleo esencial del mensaje de Jesús, al centrarse en las personas, nos da también la
posibilidad de dialogar sobre qué mundo queremos, de construir puentes con todas las
religiones y filosofías, de encontrar en el bien de la humanidad la casa común para a
Un radicalismo fundamentado en Dios pero totalmente abierto porque el núcleo de su
ética son los hombres, las mujeres, los niños y las niñas, los ancianos, los refugiados
de cualquier raza y religión, es un radicalismo que no tiene nada de fundamentalista,
en el que vale la pena inspirarse. Y las personas son también sus culturas, sus
diferencias: hoy que renovamos la llama de nuestra lengua y que al mismo tiempo
e voluntad de
integración y de acogida, quisiéramos gritar el mensaje de que el amor a la propia
identidad y la acogida a los otros son totalmente compatibles. La Iglesia no queda al
margen de este momento y de hecho nuestra diócesis nos pide hoy que roguemos por
los refugiados.
Os decía al principio que las lecturas de hoy eran como una sinfonía en la que hay una
melodía. Sabemos que en la música hay otras voces llamadas a construir una
armonía. Escucho también en las lecturas de hoy una voz que en el fondo respondería
a una pregunta que todos nos podemos hacer frente a este radicalismo que he
expuesto:
¿Y si no podemos? En una carta hace años, un amigo recién ordenado de sacerdote
me decía: Creo que estoy demasiado pendiente de dar la talla y la talla la da Cristo...
con esto que tenemos entre manos nunca damos la talla, el vestido siempre nos viene
grande...
¿Y si ante las exigencias tan radicales del Evangelio, nos desanimamos? ¿Hay una
palabra en las lecturas de hoy que nos ayude?
Sí. El salmo hace una de las confesiones más bonitas de la misericordia de Dios que
encontramos en todo el Antiguo Testamento:
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que lo temen.
Estos dos últimos versículos no los han tomado del fragmento que hemos leído, pero
los cito porque nos ayudan a encontrar todavía una respuesta más intensa de Dios
ante lo que podría ser nuestro desánimo. Dios lo conoce todo. Dios comprende incluso
nuestra debilidad ante su propuesta de santidad y de radicalidad en el amor. Me viene
a la cabeza que en esta propuesta de radicalismo cristiano y pasando de la música al
deporte, tal vez podríamos decir que lo importante es participar y confiar en que la
opción siempre sincera que haremos por Jesucristo y el Evangelio en un mundo tan
difícil como el nuestro y desde nuestra debilidad, sea la radicalidad la raíz que nos
sostenga en nuestra fe en Dios y en nuestra caridad hacia todos.
No quisiera que me pasara lo que otro cura decía que le había pasado un día. Al salir
de misa le dijo a una feligresa. "Se ha entendido lo que he dicho que en la homilía, yo
quería decir esto y aquello. Y la feligresa le dijo. Y si quería decir esto: ¿por qué no lo
ha dicho? "
Sencillamente: Jesús nos pide que nos debemos amar sin límites y que debemos
confiar en la comprensión de Dios con nuestros propios límites.