PASCUA
– DOMINGO II A
(23-abril-2017)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Compartamos
el fuego nuevo de la Pascua
ü Lecturas:
o
Hechos de los Apóstoles
2, 42-47
o
I Carta de san Pedro 1,
3-9
o
Juan 20, 19-31
ü Los
textos bíblicos que meditaremos durante el tiempo de Pascua son de una riqueza
teológica infinita. Ellos nos irán descubriendo, desde diversos ángulos, la
dinámica transformadora que suscita la resurrección del Señor. Los que se
habían escondido por miedo a los judíos se convirtieron en entusiastas
anunciadores de algo insólito: el que murió en la cruz, después de haber sido
sometido a las peores humillaciones y tormentos, ha sido resucitado de entre
los muertos. Ahora bien, su resurrección no significó un retorno al mundo de
los vivos, como había sucedido con Lázaro, el amigo de Jesús. El Señor resucitado
ha entrado en una vida diferente, fuera de las coordenadas espacio – temporales.
ü La
Pascua del Señor les da un clave de lectura de la realidad completamente
diferente. El triunfo del Señor sobre la muerte y el pecado abre perspectivas
luminosas a los grandes misterios del ser humano, que ya no siente manejado por
las fuerzas ciegas del Destino.
ü La
comunidad apostólica vive intensamente en familia su fe; oran juntos, se reúnen
para escuchar las enseñanzas de los apóstoles y para la fracción del pan. La
escena narrada por los Hechos de los Apóstoles es un hermoso e inspirador
ejemplo para las comunidades cristianas de todos los tiempos. El fervor que los
une se traduce en acciones concretas de solidaridad: “Todos los creyentes
vivían unidos y lo tenían todo en común”. La enseñanza social de la Iglesia,
proclamada a lo largo de los siglos, hace un llamado a la solidaridad de los
bautizados de manera que socorramos las necesidades inmensas de millones de
hermanos nuestros. Parecería que las mentes y corazones de muchos ciudadanos estuvieran
anestesiadas pues no se conmueven ante el drama de los migrantes, de las
víctimas de las guerras y de los desastres naturales. En este momento, nuestros
hermanos de Mocoa esperan que les tendamos los brazos.
ü Así
como la primera lectura pone el acento en la intensa vida comunitaria de la Iglesia Apostólica, san Pedro, en su
I Carta, subraya la esperanza y la
alegría que deben caracterizar la vida de quienes participan de la
resurrección de Jesucristo mediante el bautismo. No hay lugar para la
desesperanza y el desánimo, “porque al resucitar a Jesucristo de entre los muertos,
nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva”
ü Dentro
del Cristianismo, en diversos momentos de la historia, han aparecido corrientes
espirituales que pretenden implantar una visión rigorista y gris de la religión,
mirando con sospecha las alegrías y los aspectos amables y lúdicos de la vida.
Este sabor a vinagre de la fe en Jesucristo desentona con las enseñanzas de
Jesús. Recordemos la Exhortación Apostólica El
gozo del Evangelio, del Papa Francisco. Debemos rodear de ternura a los
niños, particularmente a los que no han conocido una caricia; debemos abrir nuestros
brazos en actitud de acogida a los que carecen de los bienes más básicos para llevar
una existencia digna. Debemos encender el fuego pascual de la esperanza y el
amor en las vidas de tantos seres humanos que viven en medio de la oscuridad.
ü El
evangelista Juan nos narra dos
apariciones de Jesucristo resucitado, cuyo antagonista es Tomás, el apóstol
escéptico que desconfía del testimonio de sus colegas y exige una evidencia
empírica de la resurrección. Los rasgos de la personalidad de Tomás son los mismos que manifiestan muchos de nuestros
contemporáneos; les cuesta muchísimo aceptar que muchas de las realidades de la
vida no son medibles según los
parámetros de la ciencia experimental. Hay otros conocimientos y verdades a los que llegamos por otros caminos,
y eso no significa que sean débiles y poco confiables.
ü En
ese II Domingo de Pascua celebramos la fiesta
de la Divina Misericordia, establecida por el Papa Juan Pablo II, en el año
2.000. El tema teológico de la misericordia ha tenido un importante desarrollo
doctrinal en los últimos pontificados. Juan Pablo II escribió la Encíclica Dives in Misericordia (Rico en Misericordia), y el Papa Francisco
convocó el Año Santo de la Misericordia, y lo hizo a través de la inspiradora
Bula, cuyo título es Misericordiae Vultus
(El Rostro de la Misericordia), que da pistas muy precisas para que la acción
pastoral de la Iglesia se acerque a la gente, resuelva sus problemas cotidianos y comunique
la alegría de la Buena Noticia.
ü Que
estas lecturas pascuales, que comunican el fuego que ardía en la Iglesia
Apostólica, nos ayuden a fortalecer una espiritualidad pascual, que tiene como centro la Persona de
Jesucristo resucitado. Una espiritualidad
entusiasta, alegre, solidaria, que lleva el fuego nuevo de la Pascua
allí donde hay frío y oscuridad.