2ª semana de
Pascua. Miércoles: Jn 3, 16-21
Jesús había estado hablando
con Nicodemo, que había ido a visitarle por la noche. Jesús le había hablado de
la nueva vida que debemos tener en el espíritu, guiados por las enseñanzas de
quien había mandado Dios a salvarnos. Y en ese momento el autor del evangelio,
entusiasmado y siguiendo las enseñanzas de Jesús e inspirado por el Espíritu
Santo, hace unas reflexiones, que son como una catequesis sublime. Y comienza
con una de las frases más extraordinarias de todo el evangelio: Dios nos ha
amado tanto, que nos ha dado a su propio Hijo, para que creyendo en El podamos
tener la vida eterna. Podemos decir que la primera gran verdad de nuestra fe es
que Dios nos ama. Dios no es un ser lejano, como aparecía en otras religiones.
Dios es nuestro Padre, Dios es amor. El papa Benedicto XVI, siendo tan
intelectual, para comenzar a enseñarnos algo grande de nuestra religión, escogió
explicar la gran verdad de que Dios es amor. De Dios podemos decir muchas
cosas: que es infinito, que lo puede todo, que lo sabe todo, que está en todas
las partes; pero lo más importante es que es amor. Y como todo lo que tiene, lo
tiene por propia naturaleza, podemos decir que necesariamente es amor, su ser
principal es amar.
Dios manifestó de una
manera palpable su amor enviando a su propio Hijo, que es Dios igual al Padre.
Y lo envió para salvarnos, para darnos la verdadera vida, ya que nosotros la
vamos perdiendo con el mal uso de la libertad. El hecho de que tengamos
libertad es un gran bien, que nos está dando Dios. Pero nosotros somos tan
insensatos que la usamos tan mal hasta apartarnos de Dios. Así pues, quien la
use bien, es decir quien siga a Jesús haciendo el bien, podrá salvarse. Seguir
a Jesús es lo que se quiere decir con “creer” en él. Ciertamente que hay muchas
personas que no han oído hablar de Jesús, ni conocen sus enseñanzas; pero si
llevan una recta vida, en su corazón siguen a Jesús. Esto es verdad, aunque
ciertamente les será más difícil que si conocieran de verdad el camino de
Jesús. Por eso nuestro empeño debe ser hacer que muchos conozcan más y mejor
este camino de Jesús, para que puedan seguirle.
El evangelista sigue
reflexionando sobre un contraste, del que habla en otros lugares del evangelio,
el de la luz y las tinieblas. Quizá el contraste se presentaba ahora más por el
hecho de ir Nicodemo a ver a Jesús de noche. En realidad quien hace el bien, lo
debe hacer libremente, a la luz, porque no tiene por qué avergonzarse.
Cristo es la luz. El ha
venido para iluminar nuestra existencia, para enseñarnos el camino. El es el
camino. Pero hay muchas personas que, usando mal su libertad, prefieren
quedarse en las tinieblas. Dios no ha venido a condenarnos, sino a salvarnos.
Quien se aparta del camino de Dios, se condena a sí mismo. Y está en las
tinieblas el que no ama al prójimo. Si Dios nos ama es porque nosotros debemos
corresponderle con amor. Este amor a Dios se manifiesta externamente con el
amor al prójimo.
Hoy sigue habiendo muchas
oscuridades sobre la religión y sobre la vida. El papa y en general los guías
en
Hoy en este día
reconozcamos que Dios nos ama. Lleguemos a sentirlo en nuestro corazón. Sea la
fuente de una nueva relación más íntima con Dios, que es nuestro padre y madre,
una nueva relación con Jesucristo, que es Dios hecho hombre para salvarnos,
viviendo pobre, muriendo en la cruz y resucitando, y una nueva relación con el
Espíritu Santo, que es Dios permanente en nuestro espíritu para iluminarnos en
medio de este mundo lleno de tantas oscuridades. Que