SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA –
DOMINGO DE LA MISERICORDIA DIVINA, CICLO A
(Hechos 2:42-47; I Pedro
1:3-9; Juan 20:1-9)
Como
las nubes oscurecían afuera, los trabajadores se agruparon en el sótano.
Fueron advertidos a buscar asilo de un tornado. Muchos tuvieron el
temor. Sí estuvieron seguros, al menos por el momento. Pero se
preocuparon por sus familias. Se preguntaron si sus hijos han oído la
alarma. Encontramos a los discípulos de Jesús en un tal sitio de miedo en
el evangelio hoy.
Los
discípulos temen a los judíos. Fueron asombrados, en la mañana con las
noticias que Jesús resucitó de la muerte. Ya se preguntan si las
autoridades vendrán para investigar si ellos tomaron el cuerpo del
sepulcro. Posiblemente todos nosotros también sintamos el miedo. Es
posible que algunos teman que la policía venga para arrestarlos. Pero más
probable todos nosotros nos preguntamos muy adentro si los demás nos aceptarían
si saben de nuestros pecados. Todos hemos hecho algo pecaminoso en la
vida, algo que lamentamos. Tal vez hayamos robado algo valioso; hayamos
engañado a una persona inocente; o aun hayamos tenido un aborto. Si
nuestros padres, maestros, o jefes estuvieran a enterarse de nuestra falta,
¿seguirían poniendo la confianza en nosotros?
Por
esta razón nos acudimos a la iglesia. Aquí anhelamos que se nos diga a
nosotros lo que dice a sus apóstoles en el evangelio hoy: “’La paz con
ustedes’”; eso es la paz de haber sido lavados de sus pecados. En la
Última Cena Jesús dejó a sus discípulos con la paz. Ya se la da de nuevo
con aún más fuerza. Pues sus palabras van a ser acompañadas por el
Espíritu Santo.
Dice
la lectura que Jesús sopla sobre los discípulos. La acción imita la
acción de Dios en Génesis cuando sopló sobre la tierra formada como hombre para
darle la vida. Esa vida estaba destinada al pecado y la muerte. Ya
Jesús infunde su propia Espíritu en los discípulos que les destina a la vida
eterna. Es el mismo Espíritu que recibimos nosotros en el Bautismo.
Junto
con el don del Espíritu Santo recibimos una misión. Somos para
representar a Cristo al mundo. Como dijo un gran obispo brasileño a su
gente: “Es posible que las vidas de ustedes sean el único evangelio que sus
hermanos y hermanas leen”. En el evangelio Jesús es muy explícito con la
misión. “’Como el Padre me ha enviado – dice – así también los envío
yo’”.
Los
discípulos han de perdonar los pecados de la gente tanto por el sacramento de
la Reconciliación como por la predicación y el Bautismo. Es cierto que lo
necesitamos. Nuestros pecados, aun los confesados, siguen atándonos de
modo que no actuemos como representes de Jesús. Una película hace treinta
años muestra esta verdad y su resolución con gran efecto. En una
comunidad pequeña dos mujeres no han hablado con una y otra por décadas.
Asimismo, dos hombres han tenido rencor para uno y otro por años. Una viuda,
que una vez fue infiel a su esposo, ha sentido como condenada por el
pecado. Entonces la comunidad tiene una experiencia tremenda. En un
día muy airoso una cocinera prepara una cena tan extravagante por la comunidad
que mueva a los comensales a reconciliarse con uno y otro. Al reflexionar
sobre la película se da cuenta que el aire era la presencia del Espíritu
Santo. La cocinera era como Cristo entregando todo su ser por la
gente. Y la comida era como la Eucaristía con el poder de perdonar
pecados.
Se
llama este segundo domingo de Pascua el Domingo
de la Misericordia Divina. En este día celebramos la institución
del Sacramento de la Reconciliación. Por la confesión al sacerdote y su
absolución estamos librados de nuestros pecados. Sean tan grandes como el
aborto o tan cotidianos como tener rencor para el otro, quedan perdonados.
Dios en su misericordia quiere que seamos desatados para extender la paz y el
amor de Jesús. Dios quiere que extendamos la paz y el amor de Jesús.