4ª semana de Pascua. Martes: Jn 10,22-30
Jesús había tenido una
enseñanza polémica con los judíos sobre la alegoría del “buen pastor”. Jesús
les dice que él es el buen pastor que, a diferencia con los mercenarios que
buscan su propio interés, él está dispuesto a dar su vida por nosotros. Les
decía también que nosotros debemos conocer su voz y debemos seguirle. Estas
palabras suscitaban un desacuerdo entre los judíos. Unos no estaban dispuestos
a escuchar su voz, roídos como estaban por el odio y la envidia. Otros sí
estaban dispuestos a escucharle debido a las obras que realizaba.
Hoy el evangelio nos
recuerda que era la fiesta de
Aunque había sido
purificado el templo, había una creencia de que viniendo el Mesías esperado, lo
purificaría más dignamente. Por eso en la fiesta estaba presente la idea del
Mesías. Y por eso los judíos le rodean a Jesús para que les diga abiertamente
si El es el Mesías. Jesús no lo puede decir abiertamente porque aquellos judíos
no están dispuestos a aceptar sus palabras, ya que las interpretarían de modo
diverso. Si han preguntado si es el Mesías, es porque están pensando en un
mesías patriótico, es decir sólo para ellos, excluyendo a todos los extranjeros
y mucho más a los enemigos. Por lo tanto Jesús no se atiene a razonamientos que
ellos no van a aceptar, sino a los hechos de vida. Les dice Jesús que examinen
las obras que hace: ésas son las que dan testimonio a favor suyo. Es casi lo
mismo que lo que había respondido cuando san Juan Bautista había enviado a unos
discípulos a preguntarle si era “el esperado”. Jesús se atuvo a las obras de
bien, como lo habían anunciado los profetas.
En realidad nos cuesta a
veces aceptar lo que dice la palabra de Dios por medio de
Jesús hacía verdaderos
milagros, que eran testimonio de sus palabras. Los milagros no se terminaron
con Jesús ni con la primitiva cristiandad. Continuamente hay verdaderos
milagros en
Las palabras siguientes de
Jesús son un cántico a su misericordia. El nos conoce y esto nos tiene que
llenar el corazón de alegría y de paz. El da su vida por nosotros y nadie nos
podrá arrebatar de su lado. Su misericordia es infinita, porque El es la misma
misericordia de Dios Padre.
Termina hoy con la
proclamación más clara de su divinidad: “El Padre y Yo somos una misma cosa”.
Es la manifestación de la unidad más perfecta entre el Padre y el Hijo dentro
de
Hacia esa unidad tendemos
como un ideal. Es la invitación a vivir como familia de Dios. Dios no es un ser
lejano, sino cercano que vive en nosotros, y la felicidad está en saber vivir
en intimidad con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios no niega a nadie su
gracia, porque no quiere que nadie se pierda, pero nos deja en libertad. Unos
le siguen y otros no. Sólo los humildes, los que ponen su corazón en las manos
de Dios, están capacitados para recibir el don de Dios.