DOMINGO 6º. PASCUA ,
Ciclo A.
DIOS PONE SU MANO, Y TODO TRABAJO ES
LIVIANO
“Jesús
no tiene necesidad de nuestras obras, sino solamente de nuestro amor”. Esta vez
es Santa Teresita del Niño Jesús la que abre nuestra consideración, ahora que
estamos ya en el sexto domingo de Pascua. Ella era experta en estas cosas del
Señor y su palabra es iluminadora, pues en unos cuántos años de sufrimiento, de
entrega, de generosidad, en las más precarias condiciones, pudo entregar su
corazón a Cristo Jesús. Todos sabemos que ya como religiosa sufrió inmensos desconsuelos
de parte de sus hermanas en la Congregación, a lo que se agregaban los
incontables sufrimientos físicos en su cuerpo, pero nunca quiso ahorrarse
siquiera un paso para atenuar sus intensos dolores, y todo porque quería
ofrecer su vida entera por los sacerdotes y los misioneros, para que la
´Palabra de Jesús fuera conocida entre todos los hombres.
Cuán
verdad es entonces que la actitud de los cristianos tiene que ser el amor, ya
lo decía Cristo: “Quien
me ama guardará mis mandamientos… en esto conocerán todos que sois mis
discípulos”, y no tanto en oraciones y largos rezos, dejando en claro que éstos también son necesarios. Es la
queja de los jóvenes: “para que ir a la Iglesia si ahí no se aman, pues sólo se
concretan a darse golpes de pecho pero en sus obras reflejan otra cosa muy
distinta”.
Repasando
el texto evangélico que la Iglesia nos propone el día de hoy, nos encontramos con un detalle admirable en
labios de Cristo Jesús, precisamente en la última cena, cuando se despedía dolorosamente
de sus apóstoles: “El que acepta mis mandamientos y los cumple, ese me ama. Al
que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo
también lo amaré y me manifestaré a él”. ¿Puede haber palabras más consoladoras? Si
entre los hombres nos alegramos cuando alguien nos dice que nos ama, en esta
ocasión es Cristo Jesús que nos entrega y afirma una doble declaración de amor, el suyo y el del Buen Padre Dios. ¿No nos entusiasma
el amor de Cristo? Sin embargo, cuando Jesús habla de su amor, y de su venida a
cada uno de los cristianos, pone como condición el cumplir sus mandamientos. ¡Y
no me digan que el amor no pone condiciones!
Que lo digan los novios, que en su gran amor, cuando no es casquivana
ella y un conquistador don Juan él, ponen sus condiciones, sus límites y sus
deseos.
Esa
será entonces la gran herencia de Cristo, su gran amor, manifestado
precisamente el día en que se despedía de los suyos. Y además les asegura la
presencia del Espíritu Santo, el Espíritu de su amor, con lo que promete que no se quedan solos, que no se quedan
huérfanos, pues de la misma manera que a él lo acompañó siempre, acompañará
ahora a los suyos, en su Iglesia,
prometiéndoles su ayuda, pero siempre que se mantengan unidos, unidos en el amor,
y fieles a su Iglesia y a sus pastores, pues la salvación nos vendrá en
familia, en comunidad. Ciertamente a Cristo lo persiguió rabiosamente el mundo
y el demonio, y no podrá ser algo distinto en la Iglesia, que también es
fieramente perseguida, pero ahora ella se encuentra protegida por el Santo
Espíritu de Dios, aunque eso no le asegura verse libre de persecuciones pero
aunque éstas lleguen, más grande será la
presencia del Señor en el mundo, donde se verá la salvación y la paz sobre
todos los avatares que ella pudiera sufrir.
Aprestemos
pues, nuestra fe y nuestra esperanza en el amor de Jesús, que nos haga buscar
en el amor de unos para con los otros, esa salvación que nos promete, pero no
para el último día, sino para nosotros, el día de hoy que nos haga pensar, como
una plena realidad, que ya estamos
viviendo en los últimos días, o mejor la
nueva vida cerca del Buen Padre Dios.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx