VI Domingo de Pascua, Ciclo A
El Evangelio comunica vida donde imperan culturas de muerte
En Bolivia se ha vuelto a producir un hecho
estremecedor de violencia y de muerte: el linchamiento público, en la plaza del
pueblo, de un ser humano. Ha ocurrido esta semana en la localidad cruceña de
San Julián. Las hordas atávicas de la población, tras arrebatárselo a la
policía, dieron muerte a un supuesto asesino involucrado, también
aparentemente, en problemas de narcotráfico.
Más allá de los hechos y de sus pormenores
este fenómeno revela una vez más el primitivismo atávico que subyace en la
“inconsciencia” colectiva de parte de nuestra sociedad, capaz de legitimar
socialmente conductas propias de la barbarie y de la sinrazón. El colmo de la
lógica criminal es que a eso se le llame “justicia comunitaria”. Es más bien lo
que el filósofo denominaba “la rebelión de las masas”, en el sentido más
negativo de ambos términos: la rebelión violenta de una masa amorfa. La verdad
es que tomarse la justicia por su mano, dar rienda suelta a los instintos más
funestos, no ser capaces de controlar a la masa sedienta de muerte, creerse con
el derecho a decidir sobre la vida de otras personas, saltándose el principio
de la supuesta inocencia de todo ser humano, o atentando contra las vidas
inocentes de los no nacidos … constituyen la peor
muestra de una sociedad decadente, amorfa, acéfala, sin valores, atávica y
sumida en la barbarie. Para salir de esta cultura de muerte es preciso que los
organismos de control de la seguridad y los poderes públicos luchen claramente
contra la arbitrariedad, la corrupción y contra cualquier tipo de connivencia
con estos fenómenos, pues de lo contrario la sociedad se encamina hacia la
hecatombe.
En este contexto la Palabra de Dios de este
domingo sexto de Pascua anuncia una palabra de vida y de esperanza, que tanto
necesitamos todos. Necesitamos la Evangelización de nuestro pueblo para cambiar
estas mentalidades y transformar tanta cultura de muerte. La Iglesia sigue
presentando a Jesús resucitado como fundamento de toda esperanza. Lo hace
principalmente con textos tomados del discurso de Jesús en la última cena según
el evangelio de Juan (Jn 14,15-21) y de la
extraordinaria interpretación de la Pasión de Cristo contenida en la carta
Primera de Pedro (1 Pe 3,15-18). En ellos es el Espíritu de la verdad quien
lleva a cabo la gran obra de dar vida, y la da a Jesús, culminando la
manifestación de su amor en la entrega de la cruz, y a los creyentes, para que
den razón de su esperanza en el proceso de expansión misionera de la iglesia,
de lo cual es testimonio la acogida de la palabra de Dios y del mismo Espíritu
en las tierras de Samaria (Hech 8,5-8.14-17) y hasta
los confines del orbe.
En la víspera de su pasión Jesús comunica su
amor con gran ternura hacia sus discípulos y les promete su Espíritu para
afrontar todo compromiso y sacrificio vital por amor y fidelidad a su palabra.
Ese Espíritu, enviado por el Padre a petición de Jesús, es el que se hace
presente en la vida y la misión de la Iglesia desde el principio hasta hoy. Es
el Espíritu, Señor y dador de vida, que permite decir a Jesús: “yo vivo y
vosotros viviréis”. De la vida de la que Jesús habla es la vida en el amor de
Dios pues continúa: “yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con
vosotros”.
La carta primera de Pedro nos revela su gran
secreto en el fragmento que hoy leemos, pues nos da la clave para vivir las
situaciones más hostiles al presentarnos la Pasión de Cristo como fundamento de
nuestra esperanza. El autor invita a la glorificación de Cristo como Señor, una
acción que nace de la interioridad personal, de la inteligencia, de la voluntad
y de los sentimientos. Un modo concreto de llevar a cabo la santificación de
Cristo por parte de los cristianos es estar dispuestos siempre para dar
explicación a todo el que pida una razón de la esperanza. En la historia
presente, la esperanza en Dios activa las resistencias personales frente a los
acosos del entorno hostil e infunde alegría para perseverar con tesón en la
lucha por la paz y la justicia haciendo siempre y solamente el bien
Este texto contiene además un aspecto
esencial para la historia de la teología pues en él encuentra su argumento
bíblico la fe que quiere entender. Se trata del texto originario donde tiene su
razón de ser la teología en cuanto intento de buscar, analizar, reflexionar y
comunicar, desde la razón y con los medios científicos adecuados, el fundamento
de la esperanza. La carta apela a la delicadeza y al respeto, así como a la
buena conciencia en la relación con los que hacen daño calumniando a los
cristianos (1 Pe 3,16). Como creyentes, la forma de dar testimonio de la
verdad, de dar explicación de la esperanza y de proclamar el señorío de Cristo
no puede hacerse desde la prepotencia, desde la arrogancia ni como quien se
cree poseedor absoluto de la verdad. Lo que cuenta es la fuerza interior capaz
de infundir convicción y la autoridad moral de la buena conciencia capaz de
desenmascarar la mentira y la maledicencia.
El texto concentra su atención en la Pasión
de Cristo y nos sigue mostrando su dimensión salvífica y su carácter ejemplar:
«Porque también Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los
pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios». El sufrimiento de
Cristo fue, por excelencia, un sufrir haciendo el bien, más aún, era el
sufrimiento del justo que propiciaba el bien supremo de la salvación para los
injustos. Cristo en su pasión es el salvador y el modelo para los cristianos,
el que nos lleva a la comunión con Dios y el que nos enseña el nivel de amor al
que los cristianos estamos llamados por voluntad de Dios: hasta la pasión haciendo
el bien. Y resalta el carácter personal del acceso a Dios en Cristo que
posibilita una nueva comunión con Dios, que es mucho más que la reconciliación
con él. La comunión personal con Cristo lleva a los hombres a la comunión con
Dios.
Este tema de la pasión de Cristo alcanza una
formulación única en la parte final de 1 Pe 3,18d, cuyo texto griego conciso
constituye un paralelismo antitético perfecto en todos sus elementos, desde el
punto de vista sintáctico, literario y semántico. La interpretación exegética
latente en la edición nueva de la Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal
Española, tal como explican sus notas, permite interpretar que Cristo como
víctima humana sufría la muerte, pero por la acción del Espíritu recibía la
vida. Cristo experimentaba el proceso de muerte violenta al que los hombres lo
sometían, y en dicho proceso experimentaba también la fuerza vivificante del
Espíritu, que reposaba sobre él conduciéndolo a la vida y a la gloria. El
espíritu eterno que impulsó a Jesús a realizar la acción sacerdotal suprema de
entregarse a sí mismo a Dios es el espíritu de la nueva alianza y de la nueva
creación. Es el Espíritu de Dios que irrumpe definitivamente en la historia
humana transformando la misma persona de Cristo en el momento de su pasión y
muerte, haciéndolo capaz de entrar en la comunión plena con Dios, consiguiendo
así la redención definitiva y eterna como supremo bien para la humanidad. Con
la forma literaria de un paralelismo antitético perfecto el autor revela que la
victoria del espíritu de Dios en Cristo llevó a cabo la transformación del
proceso de muerte violenta experimentado por él como víctima humana en un
proceso de vida nueva con la acción del Espíritu. Lo que Cristo hizo fue
sufrir, pero no un sufrimiento sin más especificación, sino un sufrimiento por
los otros, el sufrimiento del justo, que se convierte en modelo para aquellos
que sufren haciendo el bien. La doble cualificación del sufrimiento de Cristo,
sobre quien actúa el espíritu de Dios, hace tan singular su dolor que éste, en
virtud del amor, adquiere una nueva dimensión por la cual se puede denominar
Pasión. También nosotros, unidos a Cristo, podemos experimentar la fuerza
transformadora del Espíritu que nos da una nueva vida y nos capacita para
enfrentarnos a todo sufrimiento de la vida, haciendo el bien y venciendo todo
mal.
El Espíritu del Evangelio suscita vida donde
imperan culturas de muerte. Por eso la Iglesia en Bolivia nos convoca a
manifestarnos a favor de la vida participando en la marcha por la vida el próximo
día 24 en todas las ciudades de Bolivia.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero
y profesor de Sagrada Escritura